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El Salvador: “No supe qué es ser niña”

Invertir en las niñas es un factor clave para reducir la pobreza, afirma Plan Internacional
Foto: Olga Castro
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El Salvador: “No supe qué es ser niña”

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“Tus papás pensaron que ibas a ser varón y cuando tu tata se dio cuenta que no lo eras, te tiró a los brazos de mamá, como si no valías”, fueron las palabras que su abuela le dijo a Carmen Hernández al contarle desde cuándo empezó su sufrimiento.

Por Gloria Morán

Por si eso fuera poco también le contó que su madre había querido abortarla, pero que nada de lo que hizo surtió  efecto.

Carmen sabe eso desde los 13 años, cuando su abuela sin ningún tapujo le contó que desde su gestación habían querido que ella no existiera.

-¿Me traumó? Sí me traumó - se dice ella misma, mientras frota sus manos y ve hacia el suelo, lo que sigue de la conversación sí provoca sus lágrimas y hasta reacciones que denotan su enojo.

Carmen es de piel morena oscura, cabello negro, ojos café poco expresivos, sobre todo después de la operación de su ojo izquierdo; es de 1.55 de estatura y de complexión delgada, en verdad no aparenta los 49 años que tiene. “Soy traga años”, dice ella.

Carmen es la segunda hija de 15 que tuvieron sus padres, tres niños y doce niñas. Hay un dicho que reza que “siempre hay una oveja negra de la familia”. Carmen así se autodenomina, la oveja negra.

-No por mi color- dice, tratando de hacer amena la plática – si no porque todo lo malo era para mí y por mí.

Del total de hijos solo ella no asistió a la escuela, la sacaron porque la directora del centro escolar al que solo asistió solo seis meses, le dijo a su madre que Carmen se subía a los árboles a la hora del recreo. Tenía seis años, era bien inquieta, pero eso la condenó a no aprender ni a leer ni a escribir durante su niñez y juventud.

En El Salvador, según Plan Internacional, el 31 por ciento de las niñas salvadoreñas que rondan las edades de 4 a 18 años, no estudia. Plan asevera que en acceso a educación secundaria y técnica, el 41 por ciento de las niñas entre 15 y 19 años está fuera del sistema educativo. Es decir 145.017 niñas; y a medida que la niña avanza en edad el derecho a la educación es cada vez más limitado.

Carmen tenía una combinación perfecta para ser infeliz en un mundo machista: niña, pobre y residente en una zona rural.

Según la Encueta de Hogares de Propósitos Múltiples (EHPM) 2011,sernia5 que mide tres aspectos al cifrar el entorno educativo de la población salvadoreña: el analfabetismo, la asistencia escolar y escolaridad promedio. En los tres las mujeres son más afectadas.

La definición de analfabetismo que da el documento es: “Es la situación de una persona que no posee las habilidades para leer y escribir con comprensión una frase simple y corta”.

Según la EHPM, la tasa de analfabetismo a nivel nacional ronda el 12,8 por ciento de la población total.

Sin embargo, al diferenciar esa tasa entre hombres y mujeres, la realidad es reveladora: la tasa de analfabetismo para la mujer es de un 15 por ciento a nivel nacional, mientras que para el hombre es de 10,2 por ciento.

En el país hay más mujeres analfabetas que hombres analfabetos. Los números así lo demuestran: 407.416 mujeres mayores de 10 años no saben leer ni escribir; mientras que en el caso de los hombres esta cantidad desciende a 245.512.

Su niñez fue trabajando

-¿Sabe qué?  -dice mientras está intentando controlar  que las lágrimas salgan de sus ojos y su voz se quebrante- yo no sé qué es ser niña, no supe eso… porque a los ocho años yo ya trabajaba.

Hace un silencio, seca las lágrimas que no pudo controlar y continúa diciendo que su primer trabajo fue cuidando un niño de dos años. A sus ocho años cuidaba a otro niño. Eso fue en Jiquilisco, Usulután.

Pasado tres años, ella se movilizó a San Vicente a trabajar de doméstica en una casa donde cuido a otras tres niñas. Ahí pasó cuatro años de su vida. Fueron años en los que se salvó de ser abusada por el padre de las niñas.

Durante ese tiempo viajaba donde sus padres, era su madre quien le exigía todo su sueldo.

-Me dejaban sin nada, me quitaban mi dinero, ahora veo que me agarraban solo como algo de su propiedad para hacerla trabajar y pedirle lo que ganaba. Antes me daba más coraje ver que mi propia sangre me trató así, ahora lo estoy superando.

Tenía quince años cuando regresó a Jiquilisco, encontró otro trabajo de doméstica, pero ahí el enojo de su padre en contra de ella lo llevó a amenazarla con un corbo bien afilado, como quien la culpaba de ser mujer y no el hombre que él quiso al principio.

Apretando fuerte un vaso Carmen y con abundantes lágrimas dijo que aún no entiende por qué fueron así con ella, sobre todo si había más niñas en la familia. A los 18 años Carmen tomó la decisión de venirse a vivir a San Salvador, decisión provocada por otra riña con su padre, quien la echó de la casa.

Encontró refugio en la casa de un tío quien la recibió de la mejor manera junto a su esposa, le dieron un techo dónde vivir y le consiguieron otro trabajo de doméstica. Ahí cuidó dos niños más.

sernia2- A pesar de que me vine hecha un mar de lágrimas, con más preguntas que respuestas, venirme para San Salvador fue mi ganancia, la familia con la que trabajé me enseñó que sí había gente que confiaba en mí y me demostró su cariño.

Carmen trabajó con la familia Marroquín durante muchos años, la señora de la casa le tomó  mucho aprecio, la vio como una hija y le enseñó muchas cosas que en el pasado Carmen desconocía.

Carmen tiene dos hijos, una es profesional, el otro está a punto de entrar a la universidad. Por paradójicas que parecían las cosas en su vida, ella es la única de sus hermanos que ha logrado que  sus hijos lleguen a la universidad.

-Yo me juré que mis hijos no pasaría lo mismo que yo, así lo hice, gracias a Dios, las heridas van sanando poco a poco, pero a veces me sigo preguntado ¿por qué fue a mí?

Carmen es una de las historias de miles de mujeres que pasado de los cuarenta años dicen no haber conocido su infancia, cualquiera diría que puede ser porque antes la cultura patriarcal estaba más presente. Pero en la actualidad la historia se repite.

Un ejemplo de ello es Irene una niña de once años, pero Irene vive en San Salvador, específicamente en Cuscatancingo, en una zona marginal.

Ella junto a su hermano menor se han acostumbrado a andar vendiendo bolsas con frutas en las colonias aledañas; y si no andan vendiendo nada, se acercan a las casas “que le dan confianza” a preguntar si no tienen ropa o zapatos que les regalen. En algunas reciben un portazo o en otras un plato de  comida.

Irene es de piel trigueña, delgada, cabello castaño claro, sus facciones son muy finas, es una niña bonita, solo ha hecho hasta segundo grado, no tuvo suerte, su mamá no vive con ella, no sabe dónde está se supone que migró hacia Estados Unidos hace dos años.

Es su abuela quien cuida de ella y de su hermano; la abuela tiene 70 años, su salud está deteriorada, en realidad ya no se sabe quién cuida a quién.

De acuerdo a UNICEF los retos y desafíos que enfrenta la niñez y adolescencia salvadoreña son estructurales y conocidos, entre ellos está la migración, puesto que más de 400.000 niños viven en hogares donde un familiar ha migrado.

Según UNICEF, el 52 por ciento de toda la población infantil no cuenta con recursos para garantizar plenamente sus necesidades básicas en función de los ingresos de sus hogares; además la niñez se enfrenta a la desintegración familiar, cerca de 913.000 niños, niñas y adolescentes viven sin uno o ambos padres.

Diferentes son los esfuerzos que se están realizando en pro de las niñas, uno de ellos es la campaña “Por ser niña”, lanzada en octubre pasado por Plan Internacional, en el marco del día internacional de la niña.

Con la campaña buscan promover el acceso de las niñas a la educación secundaria de calidad, así como su participación activa en la sociedad y que les brinden oportunidades de desarrollo y salir de los niveles de pobreza.

En ocasión pasada la UNICEF aseveró que uno de los factores para brindar mayor oportunidad, no solo a las niñas, sino a la niñez y a la población en general, es que la pobreza no solo debe ser medida en niveles monetarios, sino de manera multidimensional.

“Normalmente se  mide la pobreza desde un punto de vista monetario, según la cantidad de dinero para cubrir las necesidades básicas, nuestro enfoque es el de la pobreza multidimensional que es enfocarse a ciertas privaciones que tenemos los individuos, en especial la niñez”, aseveró, en octubre pasado, el representante adjunto de la UNICEF, Rafael Ramírez.

Plan aseguró que invertir en las niñas es clave para reducir la pobreza mundial y que las niñas han demostrado que sus capacidades de transformar no solo son para  sus vidas propias, sino también el bienestar de sus familias y comunidades.

*El anterior es reproducido con la autorización de Contrapunto.  

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