El afluente nace en la sierra de Chamá y desemboca en el río Sebol, uno de los tributarios más grandes del río La Pasión. A su vez, La Pasión termina conformando, con el río Salinas, el Usumacinta.
El impacto de la desaparición del río San Simón es enorme. Muchas son las comunidades y empresas turísticas afectadas, y hasta el momento la única declaración lógica y aceptable ha sido la del Instituto Nacional de Sismología, Vulcanología, Meteorología e Hidrología de Guatemala (Insivumeh), que ha dejado claro que no se tiene certeza de las causas que generó el secado del río.
Contrasta esta declaración con la ligereza científica de otras instituciones, que simple y llanamente han atribuido el desvanecimiento del río a la falta de lluvia y, como si fueran moradores del lugar, han dicho que tal situación es normal para los habitantes de Chisec, uno de los municipios más beneficiados por dicho río.
Quienes somos altaverapacenses, nacidos y crecidos aquí, sabemos que nuestros entornos naturales, como en otros lares, tienen sus ciclos. Estos están bien evidenciados en la oralidad de nuestros pueblos. Y sabemos por ello que el caudal de los ríos disminuye en ciertas épocas del año. También sabemos de algunos ríos pequeños que desaparecen temporalmente. Pero del río San Simón jamás se ha sabido que haya desaparecido por completo.
Ha de recordarse que la oralidad de los pueblos está muy vinculada a la tradición: expresiones culturales, históricas, narrativas, etcétera, que se transmiten de generación en generación en salvaguarda de aquel patrimonio inmaterial de las comunidades, especialmente en aquellos lugares cuya historia aún no está escrita.
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Jenny González Muñoz, doctora en Cultura Latinoamericana y del Caribe de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, Venezuela, explica de la oralidad: «Esa transmisión de conocimientos y tradiciones se lleva a cabo de individuo a individuo en un contexto social y un entorno geográfico que determinan, de alguna manera, la forma cómo se realiza la “puesta en escena” de estas narraciones que, en virtud de ser la oralidad la “característica más significativa de la especie” humana, no ha logrado ser desplazada por los soportes externos de la memoria ni por el embate de nuevas y numerosas tecnologías».
Por esa razón es que la abrupta desaparición del río San Simón debe investigarse científicamente, concienzudamente, exhaustivamente. Porque nuestra oralidad da indicios de que nunca ha desaparecido del todo, aun en épocas de mucha sequía. Y si el Ministerio de Ambiente no tiene la capacidad para hacerlo, puede auxiliarse de instituciones que bien pueden prestarle esa ayuda, como las universidades del medio, que tienen facultades o unidades académicas cuya labor investigativa es atinente a los recursos naturales de nuestro país.
La ciencia siempre duda. La ciencia siempre pregunta. La ciencia siempre cuestiona. Y en el caso del río San Simón, como en otros tantos casos similares en Guatemala, debe darse paso a la ciencia y dejarse de lado la futilidad de la palabrería, el querer tapar el sol con un dedo y la comodidad de la respuesta rápida y no fundamentada.
De momento no hay una respuesta concisa respecto al suceso en mientes. Y no puede descartarse que, en el contexto de un enorme ciclo, el río esté pasando por un período de disipación temporal. Ojalá así sea. En el entretanto, las autoridades estatales tienen la obligación de investigar científicamente qué sucedió con tan preciado afluente.
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