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Ingrid Victoria Rodríguez, 9, ayuda a limpiar el aula de cuarto primaria donde debería arrancar las clases presenciales junto con su hermana Estefany Dominga, 14, en la escuela Irene Sazo Santizo de Santa Cruz Chinautla. Simone Dalmasso

El regreso a la escuela de Ingrid Victoria

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El regreso a la escuela de Ingrid Victoria

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A dos años del cierre de las escuelas públicas, dos hermanas de Chinautla vuelven a las instalaciones donde el año pasado una terminó el ciclo (virtualmente), y la otra regresará a clases presenciales... algún día.

A las 07:30 de la mañana, el patio de la Escuela Oficial Urbana Mixta Irene Sazo Santizo, en Santa Cruz Chinautla, seguía albergando la soledad polvorienta de los últimos dos años. Frente a la pared —más gris que celeste— de las instalaciones, sólo un perro callejero presenciaba al nuevo ciclo escolar que el Presidente de la República, justo en ese momento, inauguraba oficialmente en persona, en Escuintla.

Santa Cruz Chinautla, o más sencillamente «Chinautla Vieja», suspendió las clases presenciales del sector público porque es uno de los 224 municipios en alerta roja, según el Tablero de Alertas Sanitarias nacional, y, como tal, queda inhabilitado en volver a abrir sus escuelas a dos años de pandemia.

Ubicada a sólo 15 minutos de carro del centro histórico de la ciudad de Guatemala, la escuela primaria de Chinautla se parece a una homóloga del centro de Beirut, después de los bombardeos de la guerra de Líbano en 1982: en las ventanas permanecen hasta las sombras vidrios rotos: «Es que es la misma gente que en la tarde la agarra (a la escuela) como piñata», comenta María Teresa Tecú, maestra de quinto grado y veinte años de resignación frente a la fatalidad de un país que descuida sus escuelas.

El vandalismo popular, junto con el abandono escolar de los últimos dos años, volvieron a la escuela una especie de aviario, refugio para pájaros, palomas e, inevitablemente, las heces de ambos que compiten con los excrementos de ratas, gatos y perros.

A la misma hora del supuesto inicio de clases, los maestros de la escuela se juntaron con algunos padres de familia y, con mucha paciencia y sentido de responsabilidad, escobas, cubetas y trapos a la mano, arrancaron el primer día de escuela limpiando a fondo las aulas abandonadas que, mientras tanto, se habían vuelto bodegas de pupitres amontonados, libros, mapas de la república, pelotas de básquetbol.

La monstruosa nube de polvo que se levantaba desde los esqueletos de las ventanas de cada aula demostraba, por una vez, la utilidad de las mascarillas desechables obligatorias.

Entre cuerpo docente, en su mayoría mujeres, y madres solidarias, destacaban los ojos luminosos y los brazos rápidos de dos niñas, a la par de la maestra Tecú. Estefany Dominga Rodríguez López, junto con su hermana Ingrid Victoria, apoyaban a su docente sacando la basura del aula de cuarto primaria donde Ingrid, de 9 años, esperaría volver para recibir presencialmente su nuevo año de escuela. Estefany, en cambio, de 14 años, se graduó el año pasado, de forma virtual, y hoy vino a recordar cómo era tener y cuidar una escuela, pues sus padres no le permitirán continuar con los estudios.

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