Toca ahora despertarse al reto de la vida diaria donde el curso de la historia que llevábamos hasta el día 22 del mes pasado sigue exactamente igual: El resquebrajamiento de nuestras sociedades cuyos hendimientos no devienen de lo que nos acusan: Ser pobres, haraganes e ignorantes.
El monstruo es grande y embaucador. Y nos ha hecho creer que somos eso: rescoldos decadentes de una sociedad que tiene y debe aceptar lo que las grandes corporaciones decidan por ella. Por eso digo, es preciso despertar a la realidad y ello constituye un reto.
Entonces, ¿a qué intelección debemos dar paso?
A nivel mundial, al entendimiento de la lucha de los pequeños contra esos Goliat que amparados en leyes de alcance continental y hechas a su medida, liderados por una banca avorazada —que cada día ahonda más la brecha entre ricos y pobres— parece ser una causa perdida.
A nivel local, a darnos cuenta de los efectos de esa supremacía y despotismo sociopolítico y económico que provoca folclorismos tragicómicos. Por ejemplo, en mi departamento, algunos políticos —ciertos alcaldes incluidos— que hace menos de tres meses juraban lealtad al partido de turno, amanecieron el recién pasado 1 de enero con otro color en sus camisetas aduciendo que “ahora sí viene la época del cambio”, que “se equivocaron inicialmente en sus decisiones pero, si se vota de nuevo por ellos, por la verdad y sinceridad que caracteriza a ese otro partido, tendrán cuatro años más para hacer de nuestros pueblos la sociedad que queremos”.
Cualquiera diría que ésas son cuestiones muy propias de los pueblos del interior y que esos politiqueros sólo buscan sus intereses. Yo creo que no. Esas personas no son tan inteligentes para tomar semejantes decisiones en bien propio. Sucede que, sólo son micro-títeres de otros fantoches y titiriteros a la vez que obedecen a enormes corporaciones ejerciendo influencia en gobiernos y Estados, porque al final, esos pseudolíderes locales investidos de funcionarios públicos y desafortunadamente electos por el pueblo, son quienes callan ante las mañosadas de los poderosos. De allí que no haya inversión en salud, seguridad e infraestructura como no sea aquélla que favorezca a los dueños de los nuevos latifundios y expansiones corporativas.
Ésa es la razón por la cual nuestros gobernantes y representantes han perdido toda noción de pudor, compostura y decencia. La ideología quedó de lado si es que alguna vez la hubo. Lo único que ha aumentado en ellos, como dijo una respetable anciana amiga mía: “Es el cuero de sus rostros porque tiene más vergüenza la cara de la llanta de un carro que la de esos adefesios”.
Pero, “no hay mal que dure cien años ni enfermo que lo aguante” reza el dicho popular. El hambre está campeando a lo largo y ancho del país; la gente muriendo a causa de falta de atención en los hospitales por carencia de espacio, equipo y medicinas; nuestras aguas superficiales y de los mantos freáticos contaminándose a pasos agigantados; los bosques desapareciendo; la minería haciendo de las suyas; la pobreza aumentando y la violencia en consecuencia adueñándose de nuestros barrios. En el entretanto, los micro-títeres gritando: “Vote por mí, yo solucionaré la crisis”.
Por dignidad, respeto a nosotros mismos, a nuestra Nación, nuestro pueblo y nuestro Estado, debemos —amparados en la majestad de nuestra ley—, comenzar tan siquiera a discernir la manera de desterrar a esos mercaderes que se nos metieron a la casa, están consumiendo y destruyendo nuestros bienes y no tienen ninguna intención de salir.
Pasó el rato, fueron muy emotivos los ritos, ahora, reconozcamos los retos.
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