Antes de Wikipedia, allí es donde se encontraban tomos de enciclopedias y diccionarios que ella había ido comprando a plazos, a la par de obras literarias clásicas y de libros de arte moderno y contemporáneo. Predominaban los catálogos de artistas plásticos, reseñas de teatro y de dramaturgos, antologías de poetas y escritores, danzarines y músicos, predominantemente artistas guatemaltecos.
Si le decíamos que estábamos aburridos y no había nada que hacer porque los vecinos no estaban o no podíamos salir a jugar a la calle, nos respondía que tomáramos un libro y leyéramos, que no había excusa para el aburrimiento. Si le preguntábamos por el significado de una palabra y cómo se escribía, nos pedía que consultáramos directamente en uno de los diccionarios de la biblioteca.
La Biblia y el Popol Wuj figuraban entre los estantes de las libreras, y ambos fueron los primeros libros serios que empecé a leer y comparar de niña, fascinada por sus historias y personajes prodigiosos, tan distintos y a la vez con relatos de génesis tan parecidas. No olvido que uno de los primeros libros que me regaló —y que su padre le había regalado cuando niña— fue Corazón, de Edmundo de Amicis.
Por eso me daba tanta rabia y tristeza cuando la veía esconder documentos y revistas en los años 1980, durante la represión política, cuando el Ejército efectuaba redadas en los barrios porque pensar era una amenaza para el Estado o solo por el hecho de estar vinculado con intelectuales, artistas, profesores, estudiantes y profesionales comprometidos con un mejor país. De eso ninguno hablaría. Tardaría mucho tiempo todavía en romperse ese silencio. Pero ella nunca dejó de escribir e hizo de la enseñanza y de la comunicación su vocación constante. Armas íntimas y públicas de libertad.
El viernes pasado, una amiga de infancia me confirmó casi en primicia que el Ministerio de Cultura le había otorgado el Premio Nacional de Literatura Miguel Ángel Asturias. Ella es Delia Quiñónez, mi mamá.
A continuación comparto una breve entrevista que le hice por correo electrónico con ocasión de la obtención de tan honroso galardón:
¿Cómo te sentís después de recibir oficialmente esta noticia?
Me siento profundamente honrada e impulsada a ver mi trabajo con ojo más crítico. Muy agradecida, además, con la Academia Guatemalteca de la Lengua, institución que me propuso, y con las personas que decidieron este reconocimiento.
Este año se celebran los 20 años de la paz en Guatemala. ¿Cómo has visto el desenvolvimiento y desarrollo de la literatura guatemalteca en estas dos últimas décadas?
Considero que hay una corriente muy vigorosa de escritores que están llegando a la madurez y, particularmente, de los jóvenes que han tomado la palabra como su mejor instrumento de expresión estética. El tiempo es siempre el que dice la última palabra. Lo importante en toda la literatura que ha ido surgiendo después de la firma de la paz —de contenidos y cumplimientos muy relativos o distorsionados— es que esa literatura cuestiona en muchos aspectos el orden social injusto que aún persiste en nuestro país. La palabra literaria, entonces, contribuye a una visión más analítica de lo que ha sucedido a lo largo de las últimas décadas, incluidos los últimos 20 años. Importante es también la palabra vigorosa de las escritoras —poetisas, narradoras, periodistas, columnistas y críticas— que están alzando su voz de una manera valiente y coherente respecto de la realidad nacional.
Las letras centroamericanas, y específicamente las guatemaltecas, son prácticamente invisibles en contextos geográficamente mayores, aunque sabemos que hay una producción de gran calidad literaria en distintos géneros y propuestas. ¿Cómo ves el presente y el futuro de las letras en Guatemala?
Como siempre, es muy difícil la divulgación literaria. Nos mantenemos aislados por muchas razones: ínfima cantidad de lectores (particularmente de literatura, y ya no digamos de poesía); falta de representantes literarios que hagan el trabajo que los autores generalmente no saben o no pueden hacer porque su oficio es otro; necesidades primarias que hay que cubrir antes de invertir en la compra de un libro; influjo negativo de la mayor parte de los medios de comunicación convencionales o alternativos; redes sociales, que en gran parte solo contribuyen a la frivolidad, a la falta de criterio, y, por supuesto, que atentan contra la corrección idiomática. No obstante, en Guatemala están presentes varias editoriales de larga y positiva trayectoria, y también de jóvenes editores e impresores con nuevos criterios de la distribución bibliográfica, y eso es también muy alentador.
¿Cómo describirías tu poesía?
Me cuesta un poco hablar de eso, pero creo que es una poesía lírica, intimista, en la que predominan el símbolo y la metáfora (y que, sin embargo, no descarta la preocupación por la condición humana) y muy exigente en la utilización del lenguaje.
Sos poeta, escritora y ensayista, pero también has utilizado tu escritura en el área de comunicación, tanto en el sector público como en el privado. ¿De qué manera son distintas estas experiencias de escritura y cómo se complementan?
Sí, realmente son cosas muy distintas. Y, obviamente, en la comunicación institucional se trata de la utilización de más de un código de escritura, ya que los mensajes van dirigidos a públicos muy diversos. [La comunicación institucional] exige normas más ajustadas, según lo que se necesita comunicar. Por el contrario, la escritura literaria te da absoluta libertad, limitada, por supuesto, por la correcta utilización del lenguaje y el tono creativo que se pueda lograr.
Creo que pocas personas saben que has apoyado a jóvenes escritores y poetas, algunos fuera de la capital. ¿Podrías hablar de alguno de ellos y cuál es tu reflexión sobre tu papel como orientadora y mentora?
No puedo decir nombres porque tendría injustas omisiones. Algo sí me ha gustado siempre: buscar lo bueno y positivo de quien se acerca para pedirme una opinión. Hay acercamientos a autores ya formados a los que he llegado con ensayos y comentarios, surgidos de manera espontánea por la admiración que siento por ellos. Creo que los profesores u orientadores siempre tenemos una tarea pendiente: tratar de que la literatura llegue a todos de una manera que alegre la vida, que despierte pasiones y reflexiones y que sirva para entender lo que es la libertad expresiva por medio de la palabra. Mi consejo para quienes escriben y quieren seguir escribiendo es el mismo de siempre y que sigue siendo válido: leer, leer con alegría y leer a los grandes autores de nuestra lengua. Esto último es, ciertamente, como dicen, «empezar por el principio».
Naciste dos años después de la Revolución de Octubre, en 1946, y tu generación se benefició con la primavera democrática de los gobiernos de Arévalo y Árbenz. Recuerdo que me contaste que mi abuelo, que era tipógrafo y encuadernador en los años 1950, era lector —igual que mi abuela, si bien los dos solo terminaron la escuela primaria— y te regalaba libros. Empezaste a leer muy temprano y a escribir en la adolescencia. ¿Qué es lo que te inspiró o motivó a escribir poesía?
Efectivamente así es. Mi papá me regalaba libros y me compró a los 12 años una máquina de escribir. La vida misma lo inspira a uno a escribir, y con el tiempo se va asentando la vocación, si esta existe.
Finalmente, ¿qué libro estás leyendo ahora?
Estoy releyendo parte de la poesía de los escritores de Nuevo Signo para hacer un breve trabajo sobre ellos, además de un volumen de César Brañas.
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