Para Weber, la diferencia entre el científico y el académico es el tipo de ética que cada uno sustenta y valida: el primero, basado en la convicción de sus estudios; el segundo, guiado por la responsabilidad de sus declaraciones. Ética de la convicción versus ética de la responsabilidad.
La ética de la convicción es clara y sin dobleces: aquella que se rige «únicamente por principios morales y donde siempre, y por encima de todo, se deben respetar estos principios, como por ejemplo ...
Para Weber, la diferencia entre el científico y el académico es el tipo de ética que cada uno sustenta y valida: el primero, basado en la convicción de sus estudios; el segundo, guiado por la responsabilidad de sus declaraciones. Ética de la convicción versus ética de la responsabilidad.
La ética de la convicción es clara y sin dobleces: aquella que se rige «únicamente por principios morales y donde siempre, y por encima de todo, se deben respetar estos principios, como por ejemplo decir la verdad, independientemente de las circunstancias».
La ética de la responsabilidad, por el contrario, es más flexible a las circunstancias, ya que la guía el fin último que desea alcanzar: «Considera que el criterio último para decidir ha de fundamentarse en la consecuencia de la acción. O sea, decir la verdad continúa siendo el principio moral de referencia, pero no se puede aplicar de forma automática».
En la actual coyuntura que vive Guatemala, he estado en comunicación constante con muchos académicos y profesionales valiosos a los que respeto y admiro. Sin embargo, he descubierto con sorpresa cómo muchos han abandonado sus propias convicciones al trabajar para actores políticos que buscan alcanzar determinada acción, independientemente de lo que hayan pensado o dicho en el pasado.
Lamentablemente, Guatemala tiene muy pocos académicos en sentido estricto, ya que el objetivo de muchos centros de pensamiento y muchas universidades es precisamente promover la incidencia política. Esa es la lógica, igualmente, de muchos de los foros que se han organizado para analizar la coyuntura o dialogar sobre determinado problema o situación particular, como las agendas de las reformas. Se organizan en función de posicionar determinada conclusión o determinada visión y excluyen aquellas que no concuerdan o no encajan dentro de la lógica o acción de la institución organizadora. La experiencia técnica, la trayectoria académica o el conocimiento de lo que se hable son lo que menos cuenta al final.
Esta orientación política que predomina en la academia guatemalteca es una de las razones de fondo que explican la multiplicidad de propuestas, plataformas de consenso y opiniones expertas que se posicionan por todos lados en la actual coyuntura, de tal manera que hacen de la sociedad civil una babel de voces dispersas que son fácilmente cooptadas y encauzadas por los partidos y líderes políticos. Es muy fácil construir expertos ad hoc que validen cualquier posición políticamente planteada.
La incidencia política, claro está, es importante para cualquier sociedad, pero el conocimiento experto también lo es. La poca inversión en investigación, la precaria condición en la que viven la mayor parte de los docentes universitarios en Guatemala y el poco aliciente a la consolidación de centros académicos de primer nivel son unos de los mayores defectos que padece el país. Y estas debilidades se hacen evidentes cuando necesitamos referentes teóricos y técnicos de calidad que puedan alertar sobre los peligros de acciones que, diseñadas para atacar problemas específicos o solucionar coyunturas particulares, se convierten en graves problemas para las generaciones futuras.
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