El 25 de enero de 2016 publiqué acá una columna titulada Presidente, rectificar es de sabios, dirigida al entonces nuevo presidente de la república, Jimmy Morales. Allí dije que «al presidente Jimmy Morales no debería condenárselo por cometer errores, que es de humanos. Se lo condenará si no los rectifica, que es de necios». Un principio universal válido de manera especial para los gobernantes. Y Giammattei no es la excepción. Por desgracia, Morales demostró no solo que es un necio, sino además un tonto servil, mentiroso y corrupto.
Aunque es un tema controversial, opino que, en general, las medidas de distanciamiento social y de cuarentena adoptadas desde marzo por el Gobierno de Guatemala fueron acertadas y lograron retardar la fase de contagio más acelerada del covid-19. En general, esas medidas antepusieron la vida al dinero. Claramente, los costos, especialmente los económicos, están siendo altísimos, pero la crisis es muy grave y toda solución tiene inevitablemente costos dolorosos.
Y reitero que esta es una apreciación general, pues el nivel de éxito que pudieron haber logrado las decisiones de Giammattei no estuvieron exentas de problemas y errores. Aunque es verdad que muchos de los problemas no son responsabilidad de esta administración por ser herencia de deficiencias estructurales y de errores de gobiernos anteriores, el de Giammattei sí ha cometido errores graves.
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Entre los peores desaciertos y errores del gobierno de Giammattei destaca, vergonzosamente, la corrupción en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social, la entidad clave en la atención de la crisis, al punto de que ya se ha destituido a tres viceministros por señalamientos de corrupción. También destaca el pleito entre el Gobierno central y el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), una gran insensatez que ya es otro escándalo que suena a una movida para servir a los intereses de los mercaderes corruptos de medicamentos. Pero a lo anterior se suman el apoyo a la agenda legislativa de la alianza oficialista en el Congreso de la República con la sanción del decreto 4-2020, conocida como la ley anti-ONG, que hoy es ejemplo mundial de una práctica antidemocrática y represiva, y la incapacidad política que demostró al vetar el decreto 15-2020, ya que, aunque tenía argumentos válidos, Giammattei convirtió lo que debió ser una discusión técnica en una escaramuza política en la cual salió derrotado y humillado. Y no menos preocupantes son los arranques abusivos e irrespetuosos contra la prensa.
Como escribí hace más de cuatro años, a Giammattei no se lo debe juzgar por cometer errores, que eso lo hacemos todos, sino por su capacidad para corregirlos. Pero para corregir y enmendar se requiere mucha valentía, sabiduría y humildad, por lo que el peor enemigo de Giammattei es él mismo: la agresividad que lo caracteriza, que se lo conozca más por ser una persona irascible que por ser alguien prudente, sus rasgos dictatoriales y autoritarios y su dificultad para escuchar argumentos y consejos. Cada vez son más frecuentes las filtraciones a la prensa de conflictos con su equipo, el más reciente un supuesto altercado con el vicepresidente Guillermo Castillo por haber hecho lo correcto: visitar los hospitales (incluidos los del IGSS), disculparse con los médicos y el personal sanitario y ofrecerles solucionar los problemas lo más pronto posible.
Giammattei aún goza de apoyo ciudadano considerable y está a tiempo de marcar diferencia respecto a Jimmy Morales. Debe demostrar valentía, sabiduría y humildad reconociendo y corrigiendo sus errores. Es decir, debe demostrar que es un estadista y marcar una sana y deseable distancia respecto a su antecesor.
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