Mientras los actores más importantes se enfrentan a diario, enfrascados cada uno en sus argumentos, los problemas se siguen acumulando: no solo la institucionalidad está en ruinas, sino que las amenazas del entorno siguen creciendo. Por ejemplo, ¿estamos trabajando proactivamente en prepararnos para un probable aumento de las deportaciones masivas desde Estados Unidos? ¿Cómo le hemos dado seguimiento a la grave crisis de atención a los niños y a los adolescentes en riesgo? ¿Cómo estamos enfrentando el deterioro evidente del Sistema Penitenciario?
Lamentablemente, desde hace muchos años estamos inmersos en una lógica perversa que no nos deja avanzar. Cada vez que se posiciona un tema relevante en el escenario nacional surgen bandos enfrentados a favor o en contra que empiezan a sintetizar sus discursos en torno a ciertos mitos que luego se convierten en banderas irracionales de lucha:
- En el tema de la reforma constitucional en materia de justicia, los que están a favor de las reformas han idealizado que esta es un paso fundamental para acabar con la corrupción. Aunque hay algo de cierto en esta afirmación, no es cierto que una vez aprobadas llegaremos al paraíso prometido.
- Los opositores, por el contrario, han ido aún más lejos y han satanizado las reformas al punto de que nos dicen que Guatemala se convertirá en una segunda Venezuela: un peligro tan inminente y descomunal que requiere la mayor fuerza para oponerse a tan odiadas reformas. Lamentablemente, tal razonamiento no se sustenta en ningún argumento sólido. Simplemente apela a la irracionalidad del miedo.
La estructura de la sociedad civil guatemalteca garantiza que esa polarización se reproduzca al infinito. La teoría de la movilización de recursos acuñó un término al respecto: la segmentación sobreimpuesta, que se refiere al escenario en el cual los actores sociales se relacionan solo consigo mismos, de manera que la organización refleja los principales conflictos que articulan una sociedad. En ese contexto, la participación, lejos de disminuir la tensión, la agrava.
La psicología ha explicado este mecanismo de reforzamiento: el pensamiento grupal. Cada grupo no hace otra cosa que reforzar sistemáticamente sus ideas y sus prejuicios, de manera que cada uno construye un imaginario compartido de sus aliados y sus enemigos acérrimos. En ese contexto, el diálogo y la concertación son imposibles.
Existe un concepto conocido como pensamiento grupal (groupthink), el cual, según Irving Janis, autor que propone y define este término, consiste en «un modo de pensamiento que las personas adoptan cuando están profundamente involucradas en un grupo cohesivo, cuando por unanimidad los esfuerzos de los miembros hacen caso omiso de su motivación para valorar realistamente cursos de acción alternativos».
En teoría de juegos, cuando el conflicto es altamente emotivo se produce un escenario en el cual la competitividad es la estrategia dominante: cada grupo pretende imponerse al otro sin importar el costo inherente. El resultado: un juego de suma cero en el que realmente todos pierden, ya que la victoria de un bando ha provocado más daño en el largo plazo que beneficio inherente.
Mientras sigamos con esta estructura social profundamente polarizada y dividida, las posibilidades reales de superar nuestros problemas siguen siendo una quimera.
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