Ese es el mensaje, y no desliz, que pareciera haber enviado la semana pasada el representante ultra-conservador de Misuri, Todd Akin, al referirse que existen violaciones sexuales “legítimas” que previenen el embarazo, para así justificar su agenda legislativa contra el aborto, derecho conquistado por las mujeres estadounidenses en 1973. Pese a que sus argumentos fueron duramente repudiados, incluso dentro del mismo Partido Republicano, este no deja de ser un síntoma anticientífico y fundamentalista en las actuales estructuras del partido que como sabemos, se ha ido nutriendo de elementos extremistas como el Tea Party, desde que el primer negro, Barak Obama, ganara la presidencia y lograra algunas reformas en el sistema de salud pública.
Y bien, a pesar de todo el furor e indignación, el Partido adoptó una medida restrictiva contra el aborto en su plataforma programática antes de la convención del partido a celebrarse esta semana en la Florida. Valga mencionar que el recién nominado a la vicepresidencia por este partido, el representante por Wisconsin, Paul Ryan, católico de cepa, es junto a Akin uno de los autores de iniciativas de ley que buscan restringir el derecho al aborto de las mujeres, incluso de aquellas que han sido víctimas de violación o incesto. Según cifras, al menos 32,000 mujeres estadounidenses resultan embarazadas tras una violación cada año.
El Partido tampoco escatimó muchos esfuerzos en el tema migratorio. Así, mientras que prevalece el apoyo bipartidista para cambiar el sistema migratorio con la finalidad de mejorar la competitividad de este país y reactivar la economía, el ala extremista se fue por la xenofobia punitiva en lugar de una propuesta coherente e integral. Dentro de los puntos adoptados por quienes sufren de “amnesia inmigrante” sobresalen: a) terminar la construcción del muro fronterizo con México, b) el aumento de redadas para hacerle la vida de cuadritos a los migrantes y que se “auto-deporten” y c) la adopción de medidas draconianas como las de Arizona y Alabama. Lo anterior a pesar de que las cifras de inmigrantes indocumentados han decrecido en el último año.
Al igual, se busca que el gobierno retire fondos federales a las universidades que otorgan matriculas a estudiantes indocumentados y a las “ciudades-santuarios”, como usualmente se denomina a ciudades como Nueva York, San Francisco, San Pablo o Minneapolis, cuyas policías locales han declinado ejercer la función propia de las autoridades migratorias respecto a la detención de residentes en situación irregular.
En suma, hay dos grandes segmentos estratégicos que el Partido Republicano da por perdidos: el de las mujeres, que representa el 53 por ciento del electorado y el de las minorías étnicas, en especial el voto hispano que representa aproximadamente el 10 por ciento y es clave en tres estados donde se van a decidir las elecciones: Florida, Nevada y Colorado. Sigo pensando, como escribía hace un mes, que los temas aquí referidos no son tan importantes para el electorado como la salud de la economía, la generación de empleos o la educación. Al alienar cada vez más a segmentos demográficos importantes de la población, el Partido Republicano se convierte de facto en una cofradía que protege básicamente los intereses de la oligarquía blanca prominentemente masculina.
Esta es la campaña presidencial más cara de la historia (se estima que sobrepasará el billón de dólares), en donde fluye el dinero de los grandes capitales locales y transnacionales, financiamiento privado y cuasi-desregulado que se diluye bajo la forma de “super PACs”. Se sabe que el financiamiento para “comprar” el ticket de la Casa Blanca tiene gran peso en la victoria electoral y hoy el candidato presidencial republicano Mitt Romney le saca ventaja a Obama en términos de donaciones. Aunque la carrera presidencialista sigue muy cerrada (47% Obama vs. 44% Romney) todavía faltan los debates luego de pasadas las convenciones de cada partido. De ganar Romney, estaremos frente a una involución en materia de derechos políticos y sociales que se creían hasta hace poco seguros y hacia medidas que no frenarán las desigualdades sino reforzarán el carácter plutocrático de la democracia estadounidense.
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