Por justicia transicional ha de entenderse «el conjunto de medidas judiciales y políticas que diversos países han utilizado como reparación por las violaciones masivas de derechos humanos. Entre ellas figuran las acciones penales, las comisiones de la verdad, los programas de reparación y diversas reformas institucionales».
Los escenarios donde ya se perciben esos nuevos aires son dos: la reinterpretación de la historia de Guatemala y la defenestración de la vieja política partidista. El producto del cumplimiento de los anteriores, a manera de sistemas secuenciales, ha comenzado a proveernos de valores terminales que nos permitirán un Estado doble o triplemente estable.
En cuanto el primer tablado, volver a interpretar nuestra historia no ha sido precisamente una política oficial. Se ha hecho motu proprio y también a impulsos de académicos que han puesto en el tapete lo sucedido en nuestro país durante los últimos 500 años. ¿La causa? Una sola: la verdad histórica se nos ha ocultado en la enseñanza oficial (y oficiosa). Baste saber que nos endosaron como próceres a verdaderos perjuros y renegados.
Dos ejemplos indubitables.
Uno, en mi artículo Los saltos de don Gavino, publicado el 24 de septiembre de 2012 en este mismo medio, expongo acerca de los desatinos de Gavino Gaínza:
El jefe político superior de Guatemala, brigadier Gavino Gaínza, sustituyó al presidente Carlos Urrutia y Monroy en marzo de 1821, y una de sus primeras acciones fue declarar que Agustín de Iturbide, proclamador del Plan de Iguala en México, era un traidor al rey, ingrato, extraviado y perverso.
Pero, sin perjuicio del Plan de Iguala, la independencia de México se veía venir a corto plazo y a las autoridades guatemaltecas, españolas y realistas, les quedaron dos opciones: entrar en ruta de colisión con el México independiente o seguir su ejemplo. Pues, asústese usted, estimado lector. Don Gavino, fiel hasta la muerte al rey Fernando VII, optó por una salida muy cómoda: declarar la independencia adhiriéndose al Plan de Iguala y uniéndose a México.
Ajá, muy patriota el señor este, a quien recordamos en nuestro himno como uno de «nuestros padres [que] lucharon un día encendidos en patrio ardimiento».
Dos, ni qué decir del actual incumplimiento del Estado en cuanto a que:
Guatemala, con los acuerdos de paz, pone fin a más de tres décadas de enfrentamiento armado aunando esfuerzos de todos los guatemaltecos para lograr la paz.
A partir de los Acuerdos de Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas y del Acuerdo sobre Aspectos Socioeconómicos y Situación Agraria se establece el proceso de reforma educativa para impulsar, desde la educación, el fortalecimiento de la identidad cultural y el desarrollo de los pueblos[1].
Ojo, señores. Mientras la verdadera historia (incluida la contemporánea) nos sea ocultada, no habrá objetivo, fin, propósito o reforma que se alcance.
En cuanto el segundo tablado, la defenestración de la vieja política partidista está a ojos vistas. No necesita demostrarse en un artículo. Los vergonzosos sucesos que diariamente se ponen al descubierto, la cantidad de truhanes que semanalmente se captura y los escándalos al mejor estilo Sinibaldi y MCN abundan en Guatemala. En la tarima esta, la cuestión va más allá del bullicio. Estriba realmente en cierta patología que se desnuda constantemente y que por su gravedad debe llamarnos a la reflexión. Sus síntomas son los porfiados intentos de resucitar el fantasma del comunismo, las tentativas de distraer de la gravedad de los sucesos en nuestro suelo desviando la atención hacia otros países, la invocación del perdón y del olvido como punto de partida para alcanzar la paz (sin haber pasado por el tamiz de la justicia), las acusaciones de sesgo y de miopía contra quienes ejercitamos nuestro derecho de opinión y las amenazas veladas de ese monstruo de la corrupción, que se resiste a morir. Por supuesto, son pataletas de aquellos irredentos que no solo se niegan a enfrentar su verdad, sino que tratan de confundir a la población con sus cínicos dobleces.
Mas, pese a quien le pese, el parteaguas en nuestro devenir está instituido. La historia no se puede detener y nos espera una nueva era en la cual la violencia y la falsedad no serán parte de nuestra cotidianeidad.
Cierro con dos citas de incuestionables tratadistas. De Jean Paul Sartre: «La violencia, sea cual sea la forma en que se manifieste, es un fracaso». Y de François-Marie Arouet, el filósofo más conocido como Voltaire: «Las falsedades no solo se oponen a la verdad, sino que a menudo se contradicen entre sí».
Hasta la próxima semana, estimados lectores.
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[1] Ministerio de Educación (2012). Lineamientos curriculares para la elaboración de materiales de aprendizaje. Recuperado aquí.
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