Los instrumentos de medición del C.I. son artefactos desactualizados que calculan la inteligencia relativa de un individuo en base a sus habilidades verbales, numéricas y abstractas, dejando por fuera numerosos aspectos de la personalidad que también requieren del uso de “seso”, como la creatividad, la sociabilidad, la habilidad para gestionar procesos, de influir en los demás, el talento y la aptitud para las artes, la habilidad psicomotriz, la voluntad, el coraje, la empatía y tantas otras cosas.
Lo anterior se hace evidente cuando notamos que algunas personas que tienen un C.I. considerado como “bajo”, poseen un talento excepcional para las artes, por ejemplo. Tal es el caso de un sinnúmero de autistas que son geniales para tocar algún instrumento musical, para pintar, o para practicar algún deporte. Así mismo, existe un gran número de personas que han sido informadas de que poseen un C.I. “promedio”, lo aceptan y se pasan la vida creyendo que no poseen las aptitudes, o el talento necesarios para destacar en nada. Piensan que si no son buenos para los números y las palabras, seguramente son incapaces de hacer cualquier cosa extraordinariamente bien, aunque tengan un talento oculto para ser excelentes estrategas, chefs, DJ’s, bailarines, carpinteros o basquetbolistas.
Sin duda alguna las pruebas de C.I. miden una parte importante de la inteligencia, haciendo especial énfasis en las habilidades que eran consideradas importantes para el desempeño en el campo laboral durante la Revolución Industrial (tal y como nos cuenta el experto en educación a nivel mundial, Sir Ken Robinson). Pero como bien dice el dicho: “los tiempos cambian”, y las habilidades que entonces eran consideradas importantes o deseables, ya no lo son más en estos tiempos de información y comunicación sin límites vía internet, de avances científicos y tecnológicos sin precedentes, y de —relativamente amplia— libertad de expresión. La sociedad ha cambiado, las necesidades de las personas han cambiado, y por tanto también han cambiado las habilidades que nos hacen más aptos para desempeñarnos adecuadamente en distintos aspectos de la vida cotidiana. Es por ello que los tests de inteligencia —elaborados desde aquella entonces— no solo son incompletos, sino que también están obsoletos.
Entonces el C.I. es un valor que lejos de ser informativo, más bien es desinformativo, porque solo toma en cuenta algunos aspectos de la inteligencia, cada uno de los cuales aporta un peso sobrevalorado al valor total del C.I. Dicho de otra forma, si la inteligencia consta de (n) aspectos, el valor del C.I. (como se calcula actualmente), únicamente considera a (n-x) aspectos y por tanto, es un dato incompleto que carece de validez real. De modo que si a alguien le salió que era un genio por la suma de sus habilidades verbales, abstractas o numéricas, pero fracasó en la vida, probablemente sea porque en realidad es muy torpe en otras habilidades que no fueron consideradas en el cálculo de su C.I., como la inteligencia emocional por ejemplo (por llamarle de una forma), que es más importante para llevar una vida plena y feliz que saber mucho de cálculo integral o de física cuántica.
Así también, de la misma forma en que a una persona con un C.I. “promedio” le puede ir de maravilla en los estudios, a una persona con un C.I. por las nubes le puede ir muy mal. De modo que el desempeño académico, tampoco es necesariamente un buen indicador de la inteligencia. Si no me cree, vea la cantidad de profesionales incompetentes y brutos que hay ejerciendo allá afuera. Poseer un título universitario, una maestría o un doctorado no hace a alguien necesariamente más listo que los demás; simplemente significa que esa persona ha estudiado para saber mucho sobre un área particular del conocimiento. Así que si usted se creía la mamá de Tarzán por tener un doctorado, o un C.I. muy elevado, piénselo de nuevo... porque tal vez no es para tanto.
¿Cómo debería de medirse la inteligencia entonces? Pues yo no soy profesional en psicología, y hasta donde yo sé, el C.I. sigue midiéndose de la misma manera en que se ha hecho siempre (con algunos ajustes claro), pero considero que es necesario desarrollar instrumentos capaces de medir todos los aspectos de la mente que nos hacen más o menos aptos para desarrollarnos adecuadamente en sociedad, y que nos llevan a la realización personal y la felicidad.
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