Muchas veces las comparaciones no son saludables. Sin embargo, quiero hacer una que tiene mucho de una lección que vale la pena que conozcamos y de la que humildemente, pero con espíritu emprendedor, también aprendamos.
Resulta que entre Guatemala y Chile existe un vínculo especial que nos une: ambos países fueron cuna de dos grandes de la literatura universal, Miguel Ángel Asturias, guatemalteco, y Pablo Neruda, chileno. Ambos galardonados tanto con el Premio Nobel de Literatura (Asturias en 1967 y Neruda en 1971), como con el Premio Lenin de la Paz (Neruda en 1953 y Asturias en 1965). Ambos fueron embajadores en Francia y otros países, y tuvieron momentos de activismo político progresista.
Pero además de tener paralelismos biográficos, Asturias y Neruda se conocieron y cultivaron amistad. En 1965 realizaron juntos un viaje, y como resultado escribieron conjuntamente “Comiendo en Hungría”. Una mezcla riquísima de poesía y prosa, que va de un libro de viajes a uno de cocina, sin ser una guía turística o un simple recetario. Es un libro que le canta, con las mejores plumas de Latinoamérica, a la gastronomía gozada en amistad y buena mesa.
Sin embargo, esta cándida historia de amistad y literatura se vio ensombrecida por la brutalidad y trágica evolución de la política en ambos países. El 11 de septiembre de 1973, Chile sufrió uno de los más sangrientos golpes de Estado, con acciones violetas incluyendo el saqueo a la casa del poeta en Santiago (llamada “La Chascona”). Estos hechos, a mi juicio y opinión personal, precipitaron la muerte de Neruda, solo 12 días después del golpe. La vida de Asturias tampoco estuvo alejada de la tragedia. Su padre era opositor al régimen de Manuel Estrada Cabrera, por lo cual sufrió persecución, y Miguel Ángel también experimenta la vida en el exilio, luego de un intenso activismo político en las primeras décadas del siglo XX.
Ahora bien, el paralelismo cesa, y empieza la divergencia en cuanto a lo que ha hecho el pueblo natal de cada uno de los connotados literatos. Por un lado, conforme Chile avanzó hacia la democracia, busca reconciliarse con Neruda y empieza a fomentar el reconocimiento que se merece. Tal como el poeta lo pidió, trasladaron sus restos mortales del cementerio general de Santiago a su casa en Isla Negra. Sus casas son restauradas y hoy son museos nacionales, que exponen la calidad de su obra literaria y diversos aspectos de su vida riquísima en peculiaridades y visiones que tanta falta hacen a los jóvenes de hoy. Hoy, Neruda es un ícono chileno, al punto que hasta se le conoce en los sectores menos instruidos como una figura de la cual todos los chilenos deben sentirse orgullosos.
Por otro, aunque en Guatemala el teatro nacional se renombra como Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, cada vez con menos presupuesto y más descuido, no se le conoce ni se le valora como una joya de nuestro patrimonio cultural. En la Avenida de la Reforma se levantó un monumento con una estatua de bronce, hoy mutilada. Su obra y vida son prácticamente desconocidas. De hecho, más gente conoce y reconoce a Ricardo Arjona como baluarte del arte guatemalteco, que a nuestro premio Nobel de Literatura.
Si seguimos como vamos, continuaremos creando un “cascarón” social, que no podrá superar mayores niveles de ingreso y consumo, sin contenido e identidad cultural. Cuidado con convertirnos en mausoleos vacíos, cuyo contenido se lleva las olas de mar.
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