Si desde hace ya algún tiempo otras fuerzas y formas de disputa del poder se hacían presentes, con la caída estrepitosa del régimen militar, los actores y estilos que lo propusieron y financiaron por más de diez años y lo sostuvieron por más de tres comienzan no solo a desdibujarse, sino también a hundirse.
El discurso, la escenografía y las acciones autoritarias y sectarias del neofascismo tienden a verse reducidas a su mínima expresión con el fracaso electoral del candidato presidencial patriota, último intento de esos grupos por recuperar espacios y mantener su nicho dentro de la disputa política nacional. Sobrevivirán los discursos fuera de tono y desfasados de la realidad del medio electrónico neoliberal y sus voceros en las distintas radios, pero a estos les será cada vez más difícil intentar ser opción de poder, ya no digamos llegar a serlo. Su discurso ideológico ha entrado en crisis y les será cada vez más difícil difundirlo desde las cátedras de su universidad sin encontrar cuestionamientos. Tendrán financistas ingenuos en bancos y grandes empresas, pero los distintos hechos de la crisis no solo los han alejado de la sociedad, sino han conseguido que sus discursos autoritarios y pseudonacionalistas queden totalmente fuera de contexto.
La renuncia de Pérez Molina fue el punto final victorioso de la exigencia social urbana, mayoritariamente capitalina, que, surgida a partir del accionar serio del Ministerio Público, evidenció la podredumbre que en el interior del aparato de Gobierno se había enquistado. No es para nada la sepultura de la corrupción, pero sí el principio del ocaso de formas de aprovechamiento del poder público para el enriquecimiento ilícito. Es el ocaso del reparto de los espacios de poder público con miras a satisfacer intereses personales, ya que ahora la población está mucho más empoderada para exigir transparencia en el ejercicio del poder. No se ha sepultado a los Medrano y a los Vivar, pero a sus sucesores les será menos fácil aprovecharse del cargo y engañar y manipular a gruesos sectores de población. De cómo se consoliden las formas de auditoría y movilización social dependerá que estas prácticas se extirpen o simplemente queden enquistadas en los espacios públicos.
La caída del régimen patriota también ha puesto seriamente en cuestión a los partidos franquicia, pues ha demostrado a los electores que, siendo conglomerados de caciques locales agrupados alrededor de un empresario de la política sin mayor proyecto de nación, estos solo buscan su beneficio personal y no se esfuerzan por propiciar el bien común. El innegable debilitamiento de la franquicia Líder es también consecuencia de este proceso. Y si bien puede llegar a obtener un raquítico y agónico triunfo, sus días están indefectiblemente contados.
De los movilizados en las plazas deberían surgir nuevas formas de organización y agrupación política, con lo que el viejo estilo de los caciques partidarios estaría llegando también a su ocaso. Pero para ello resulta necesario que las frágiles organizaciones surgidas al calor de las protestas alcancen mayor organicidad y conformen propuestas creíbles y factibles de nación, cuestión que les exigirá mayor creatividad y esfuerzo que los hasta ahora invertidos. De cuánto se haya avanzado en entender la diversidad social y cultural del país y de cómo se entienda la negociación política dependerá la fortaleza de esas organizaciones. Sus líderes, aún difusos y desconocidos, tienen ante sí una enorme tarea, pero ninguna transformación profunda es fácil ni está adornada solo de rosas blancas.
La nocturna renuncia (con todo lo simbólico que este acto tiene) y la posterior detención del militar exgobernante son el corolario de la serie de detenciones de exmilitares que vino a mostrar también que estos, no sólo por serlo, están capacitados para el ejercicio de la función pública, mucho menos que son poseedores y estrictos practicantes de la honestidad y la probidad en el manejo de los bienes públicos. La idea de que los militares son gente aparte, si bien puede que sobreviva en algunos grupos, ya no es, a partir de los últimos acontecimientos, una expectativa de la generalidad de la población. La reforma profunda del Ejército en su ideología y en su organización es una tarea fundamental de la reforma del Estado de la cual estamos urgidos.
Las prácticas y los discursos engañosos y hasta violentos practicados por las dirigencias sindicales tradicionales, interesadas en evitar la caída del gobierno, también nos marca el ocaso de esas dirigencias, que, si bien solo podrá llegar a desplazarlas si la organización y movilización social avanza, se consolida y trasciende a los grupos gremiales, que desde ahora tienen sus áreas de influencia y credibilidad ampliamente reducidas. El bochorno de la acción que intentó impedir la sesión del Congreso para quitar la inmunidad al aún entonces presidente pasará a la historia como uno de los actos más cobardes y antidemocráticos del sindicalismo guatemalteco.
Dados sus discursos violentos y agresivos contra la demanda general de la población, esos liderazgos sindicales están más próximos a lo que comienza a caducar que a lo que comienza a nacer. Porque con la caída del gobierno de Pérez Molina se abren las puertas para nuevas y variadas formas de organización y movilización, con la velocidad de los cambios supeditada a la capacidad de los nuevos dirigentes para articularse y organizarse en función de la construcción del nuevo proyecto de nación que podría estarse perfilando.
El evento electoral de este domingo no traerá las modificaciones trascendentales al sistema político y al Estado que muchos de los individuos movilizados pueden estar deseando. La amplia alianza pluriclasista que dio al traste con el régimen de Ponce Vaides y permitió el triunfo aplastante de Juan José Arévalo no se produjo en estas jornadas cívicas. Pero, si de ningún proceso electoral surge una revolución, es evidente que los que resulten elegidos este domingo tendrán que enfrentar a una sociedad mucho más movilizada y organizada.
La velocidad y la calidad de esas reformas dependerán, insistimos, de cómo la sociedad guatemalteca avance en romper con los atavismos que la patria criolla nos impuso en los ya casi 200 años de vida independiente y en los más de 500 de dominación occidental. Puede que la patria mestiza, pluriétnica y pluricultural finalmente esté naciendo a la democracia.
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