El suyo fue un artículo enmarcado en el pasado conflicto armado interno, a finales de la década de los 70 del siglo pasado, cuando se daba lo más cruento de la guerra, durante el gobierno de Romeo Lucas García. «Yo no quisiera ser de aquí», lo tituló el poeta.
Por mi parte, reconozco también que hace tiempo no me sentía tan desolada como ahora, tan en sintonía con estas terribles y certeras palabras que hablan de una Guatemala que, pareciera, difícilmente saldrá de la espiral de violencia e impunidad en que se hunde cada vez más.
Por ello no voy a parafrasear a Manuel José. Merece que lo reproduzca completo. Su dolor es mi dolor. Las suyas, mis palabras:
«Yo no quisiera estar aquí.
»Amo, con todo lo que soy, este suelo y su gente. Por eso mismo sufro de manera atroz. Por eso mismo me duele hasta el aire que pasa. Por eso mismo no quisiera estar aquí.
»No quisiera ser de aquí. No quisiera amar tanto a este país, a esta gente.
»El amor se me transforma en dolor. Y eso no es justo.
»El amor ha sido siempre alegre, constructivo, sinónimo de felicidad y de optimismo.
»Yo amo mi país. Y es un amor triste, impotente, infeliz, que me duele, que todos los días tiene nuevas llagas, que siempre está más y más crucificado.
»Veo su mapa cercenado, una y otra vez. Veo su historia de burlas crueles, sangrientas. Veo su geografía amenazada por el planeta. Veo a sus moradores misérrimos, ignorantes, enfermos, raquíticos, hambrientos. Veo su suelo ubérrimo, inútilmente ubérrimo, para la mayor parte de sus habitantes. Veo su violencia progresiva, galopante. Veo, siento, vivo su tragedia incesante. Y me duele.
»Me duele tanto como me duele decir “yo no quisiera estar aquí”, “yo no quisiera ser de aquí”.
[frasepzp1]
»Porque ser de aquí es una enfermedad incurable. Uno se va, y entonces, la nostalgia. Uno se va, pero las noticias lo persiguen, los ojos buscan siempre un algo de aquí, la distancia castiga. Uno se va. Pero, aunque se vaya, no se va: uno anda llevando su Guatemala adentro, como un amado cáncer, como una idea fija, como un verde corazón que siempre duele al palpitar y que palpita siempre.
»Yo no quisiera estar aquí. Yo no quisiera ser de aquí.
»Y aunque me duele el dolor del mundo, perdóneseme, pero me duelen menos otros países que este.
»Me voy, a veces. Me meto en un libro y me voy. Tomo un pasaje de canción o recuerdo y me voy. Escribo una carta, me meto con ella en el sobre, me pongo en el correo y me voy. Pero dura muy poco mi viaje: desde adentro de mí mismo este país —este pequeño y cruel país— se me hace presente, me sangra, me duele.
»Cuánto amor en el dolor. Cuánto dolor en el amor.
»Qué dura eres, Guatemala».
Poco que agregar.
Solo, quizá, una somera e incompleta evaluación.
Cincuenta años después de este texto, el camino colectivo recorrido sigue siendo inconstante, voluble, caprichoso, trágico. Cada logro se marca con sangre y muerte e implica muchos pasos atrás. Como sarcástico corolario de la última parte del escrito, ahora sí parafraseo: no podemos, como sugiere el poeta, escribir una carta, meternos con ella en el sobre y ponernos en el correo para irnos, aunque sea con la imaginación, solo porque, como ya sabemos, además de todo, ahora tampoco tenemos correo. Pero este es, sin duda, uno de los menores males que nos aquejan.
Cincuenta años después de este texto, en el país la gente sigue muriendo de hambre cada vez más empobrecida e ignorante, la naturaleza se explota sin importar las consecuencias, la violencia, la corrupción y la impunidad siguen imperando inexorablemente.
Así, no me queda más que repetir con Manuel José Arce: «Qué dura eres, Guatemala».
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