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El modelo macho de país

Esta ruta no lleva al desarrollo. La finca de café, como la finca de azúcar, como la finca de palma africana, como la mina, no va a sacar de la pobreza a sus empleados.
La respuesta al crimen organizado de parte del Estado, la clase media y la élite ha sido macha: Hacemos como que lo combatimos, ponemos a los más débiles para que se maten y a las más débiles para que las violen, y decimos que vamos ganando la guerra.
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El modelo macho de país

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La discusión sobre un modelo de desarrollo basado en industrias extractivas, un modelo conservador con base en el autoritarismo y el narcotráfico como alternativa de escape en nuestra sociedad, podría parecer un debate sobre la actualidad de julio de 2012 en Guatemala. Pero no. Debería ser más bien un debate sobre los últimos 150 años y el modelo macho de país que hemos construido.

Hace casi 150 años, cuando mestizos y blancos llegaron por primera vez juntos al poder, construyeron el Estado que conocemos, que heredamos. Un Estado que tenía como pilar del desarrollo la exportación de monocultivos para insertarse en el mercado global y entendía (entiende) la competitividad con un colonialismo interno, que consideraba (considera) a los indígenas como parte de su propiedad, o “mano de obra barata”.

La nación, a diferencia del resto de América Latina, no fue construida como mestiza, blanca o multicolor, sino como una aberración que decimos llamar “ladina”. Ladino viene de la colonia para llamar a los “pícaros” que huían de pueblos de indios y de españoles. En 1871, cuando los mestizos llegan al poder, la institucionalizan para “unirse” a los blancos como no-indígena. Se traduce como anti-indígena. Y esa nación anti-indígena fue el alma con la que se institucionalizó el Estado de Guatemala. 

Este modelo de desarrollo estaba (está) basado en que llegaba un blanco o un mestizo, decía esta tierra es mía y los indígenas que están dentro son mis mozos (mis esclavos). Las indígenas, por su parte, eran las esclavas de los esclavos. Se sembró café en el Altiplano, azúcar en la Costa, palma en el Norte. Con la quiebra mundial del café a finales del siglo pasado, buscaron qué hacer con la tierra en el Altiplano. Encontraron muchos minerales. Y aplicaron el mismo modelo que durante los últimos 150 años: Un mestizo o un blanco (guatemalteco o extranjero) llega y dice esta tierra es mía y los indígenas que están dentro son mi mano de obra barata. “Con esta inversión vamos a traer desarrollo y sacar de la pobreza a la gente”. Como entre 1871 y 2012. El Estado, que no tiene nada de fallido para la consecución de sus fines, sigue el rol para el que fue creado: garantizar la inversión de los poderosos en Guatemala. 

Esta ruta no lleva al desarrollo. La finca de café, como la finca de azúcar, como la finca de palma africana, como la mina, no va a sacar de la pobreza a sus empleados. Les pagarán a los hombres –que no a las mujeres y los niños-, con suerte, el salario mínimo diario; nada de fines de semana o de domingos de descanso, nada de bono 14 o aguinaldo, nada de seguridad social o vacaciones pagadas, nada de dignidad. Y cuando no es temporada de zafra o de cosecha o de cavar zanjas para la mina, ciao. Qué hace con su vida o cómo alimentan a su familia es su problema. Y no es un discurso. Los reportajes de Plaza Pública sobre niños trabajando en la caña de azúcar en la Costa, trabajadores explotados para la palma en Petén, o niños trabajando en una finca de café en Quiché, todos en el año 2012, son una muestra de la realidad rural de Guatemala. 

La industria extractiva, con sus empleos temporales, su irrisorio pago de impuestos, su explotación de los recursos naturales no renovables, sus daños ambientales y la no distribución de las ganancias entre todos y todas, es la continuación a una escala mayor y quizás irreversible de este modelo de desarrollo (de imposición) de 150 años. Es comprensible la oposición de las comunidades indígenas y oenegés ambientalistas. 

Es un modelo de imposición, sin diálogo, sin consideración con el más débil, sin previsiones para el futuro, un modelo al mejor estilo macho. 

Este modelo, que produce uno de los cinco países más desiguales del mundo, en el que uno por ciento se queda casi con la mitad de todo lo que produce el país, en el que cincuenta por ciento está desnutrido, en el que sólo el 30 por ciento tiene seguridad social, en el que el Estado no recauda más del 10 por ciento de lo que produce la economía, este modelo, oh sorpresa, no es sostenible. O bueno, no es sostenible sin un modelo autoritario. 

Modelo autoritario (patriarcal) en el Palacio Nacional, la sede del CACIF, la escuela, la calle, la casa. 

Modelo que no evita que de tanto en tanto haya intentos de cambios. En la primera mitad del siglo XX hubo dos intentos de revoluciones democráticas, enterradas por los más poderosos. En la segunda mitad del siglo XX, un intento de demandas democráticas a inicios de los setenta fue ahogado; y un intento de rebelión armada a finales de los setentas que tuvo un saldo de 200,000 muertos, 50,000 desaparecidos, cientos de miles de violadas y un millón de refugiados en México. Y en los últimos diez años existe un esfuerzo comunitario de detener y cambiar este modelo de desarrollo basado en la exclusión y en la imposición. 

Este modelo ofrece básicamente tres salidas para el 60 o 70 por ciento de la población que no tiene acceso a herramientas para desarrollarse y convertirse en una frágil pero pujante clase media. Estas alternativas son la economía informal, la migración o el crimen organizado. Industria, esta última, que reproduce lo más primitivo, patriarcal y misógino de la sociedad. Se impone a fuerza de balas, de miedo, de convertir a las mujeres en botín y corrompe cualquier valor de la sociedad pues todo vale a cambio de poder. 

La respuesta al crimen organizado desde el Estado, la clase media y la élite ha sido con armas –macha– y más bien hipócrita –macha–. Como en todo el mundo. Hacemos como que lo combatimos, ponemos a los más débiles para que se maten y a las más débiles para que las violen, y decimos que vamos ganando la guerra. La vamos ganando tanto los narcos como los políticos como los empresarios. El macho alfa primitivo tiene que hacer rituales para demostrar su fuerza. 

Con el gobierno del Partido Patriota 

¿Cómo está el gobierno de Otto Pérez Molina en este debate sobre el modelo de desarrollo y sus alternativas? En primer lugar no es un gobierno militar de los años ochenta. Es un gobierno en el que conviven empresarios de élite, empresarios emergentes, políticos conservadores, militares moderados, militares recalcitrantes, socialdemócratas y técnicas. 

De una de estas combinaciones, por la influencia de los empresarios y los militares, es, como era de esperarse, un gobierno totalmente macho en el modelo de desarrollo por imposición, minero o finquero, y totalmente macho el modelo autoritario de respuesta a las demandas locales –v.g. Santa Cruz Barillas o San Juan Sacatepéquez o la inacción a favor de los poderosos en todos los conflictos sociales del resto del país–. Impresentable. Pero más impresentable ahora en el siglo XXI en Guatemala, cuando hay comunidades que se organizan para retrasar y hasta detener a minas multimillonarias, o que hay opinión pública que puede deslegitimarlos, o ciudadanos que se indignan, u oenegés que crean conciencia.  

Así también, de otra de estas combinaciones de actores gubernamentales, por la influencia de militares moderados y socialdemócratas, Guatemala fue el primer país en el mundo en plantear una alternativa al modelo estadounidense (macho) de combate al narcotráfico. Propuso públicamente regular las drogas. Me parece que con perseverancia y tocando las puertas indicadas, esta iniciativa permitirá que en la próxima década las drogas estén reguladas, se desfinancie y reduzca en buena medida el crimen organizado y que se reduzca ese instinto primitivo misógino que exponencia la mafia en la sociedad. 

Aunque las cosas todavía no están bien, no todo es malo. Y antes era peor. 

 

* Este texto fue publicado originalmente en la revista feminista La Cuerda en su versión de julio de 2012.

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