2) por lo general, estos actos ´bestiales´ e incomprensibles son realizados por sujetos comunes y corrientes (la categoría de ordinariez) y, 3) esto aplica no solo en la percepción de lo externo sino hacia el interno del deseo sexual y las supuestas desviaciones.
El cuarto argumento que deseo presentar en esta entrega está relacionado con la normalización de la conducta ´desviada´ o ´extraña´ en lugar de la demonización.
En el último texto de Guadalupe Loaeza titulado ´El Caballero del Titanic´ la autora desentierra la biografía del único mexicano que viajaba en el catastrófico trasatlántico, articulando datos históricos, culturales y recreando –con lujo de detalles– los últimos momentos en la cubierta del barco. Ante la carencia de suficientes botes de emergencia, la prioridad fue dada a mujeres, niños y ancianos. En un mundo europeo dominado por los usos y costumbres de la rígida moral victoriana, se requería entonces que los hombres fueran capaces de aceptar con valentía el fatídico final. El recuento de los testimonios verídicos presentados por Guadalupe Loaeza nos permite imaginar a la población adulta masculina del Titanic vestida con sombrero de copa y en elegancia total, discutiendo, conversando y guardando la compostura mientras el barco se hunde violentamente: Una perfecta ejemplificación de la noción de areté.
Lo que no está explícito en este texto (pero aparece ante los ojos del lector ilustrado) es recordar que este mismo prototipo de caballero burgués victoriano (según recuenta Foucault) era, al mismo tiempo, asiduo visitante de los prostíbulos, burdeles, y entornos de las prácticas de sadomasoquismo donde el sexo ´fuerte´ (el acto sexual) pudiera expresarse con total libertad aunque de forma ´clandestina, cifrada, prohibida y en un entorno de mutismo´…´ en la noche y en lo oscuro´. (Parafraseo de la sección titulada Nosotros los victorianos, I Volumen Historia de la Sexualidad: La voluntad del Saber).
Si traemos a mención las novelas que recrean y describen la vivencia de la moralidad victoriana no podemos dejar de mencionar el personaje de Josephine Mutzenbacher del autor Felix Salten. Mutzenbacher, una prostituta vienesa de 50 años que reflexiona sobre su vida (sexual…) haría parecer santa e inmaculada a la Juliete de Sade.
En la novela de Salten, se recrea con mucho detalle los placeres sexuales –comunes de la época– que afloraban al caer el sol: prácticas de lesbianismo, tortura, gula, secreción de líquidos corporales, adoración de símbolos del demonio acompañado de travestismo, incesto, pedofilia, vampirismo etc… etc… etc.. Paradójicamente, fue Felix Salten el autor de la historia del venadito Bambi.
En esencia, lo que estoy diciendo es lo siguiente. El ´victoriano´ reprime su sexualidad durante el día para obedecer el código esperado, durante la noche da rienda suelta a sus placeres más primitivos. Pero en el momento de la tragedia, sabe guardar la compostura más apropiada.
Entonces, cuales hijos de Jano, somos capaces de llevar a cabo actos de bondad, caridad, amor, fraternidad, hombría y al mismo tiempo, actos de lascivia y perversidad. Buscamos a Dios en todas las cosas, pero al dejar de creer en el diablo (parafraseando a Papini), lo hemos hecho tan cotidiano que dejamos de notar que está allí, cual un alterno Emmanuel.
Bien decía Shakespeare que el príncipe de las tinieblas se presenta como caballero. Pero también es cierto que el Demonio es el nombre propio de todo aquello que no entiendo.
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