Quizá sea esa la causa (lo irrazonable) por la cual nuestros líderes carecen de las condiciones mínimas que debe tener toda persona que aspire a dirigir un conglomerado social: salud, capacidad y conocimiento. Los más exhiben ese insano deseo de ser adulados y servidos a más no poder.
A manera de didáctico recuerdo, el miércoles 1 de febrero de 1978 me apersoné a tomar posesión del Centro de Salud de San Juan Chamelco, Alta Verapaz, en calidad de estudiante-médico en proceso de ejercicio profesional supervisado (EPS). Luego de un grato encuentro con el pastor y el cura del lugar descubrí, entre un grupo de personas, a don Sebastián Botzoc, un anciano q’eqchi’ que esperaba ser atendido por la enfermera del dispensario. Don Sebastián era amigo de mi padre. Ese día me aquejaba una terrible gripe y mis condiciones físicas eran deplorables. Luego de un corto saludo, de conocer la razón de mi estancia en su territorio y de saber de mi enfermedad, don Sebastián me aconsejó: «Entonces no atiendas hoy. Si vas a ser persona de servicio, tienes que estar completamente sano».
Pasadas algunas semanas supe (y fui testigo) de que don Sebastián era un extraordinario líder comunitario. Me enseñó, desde su manera de pensar, que el guía debe ser la persona más sana, más conocedora y más apta.
Traigo a colación este anecdotario porque la crisis que vivimos como país y como Estado debe hacernos reflexionar, como ciudadanos y electores, en orden a las personas que estamos escogiendo para dirigir el destino de nuestras sociedades. Hasta hoy nuestra posición ha sido muy cómoda. No ha pasado de llevarnos por los remolinos mediáticos o de hacer que salgamos a votar y luego critiquemos durante cuatro años para, terminado el período, iniciar otro proceso similar.
Y esa iterativa comisión de errores tiene dos vertientes. Una corresponde a la nuestra, asentada en la comodidad y la ignorancia. La otra corresponde a los otros, aquellos otros que saben de nuestra poltronería e inopia y tras bambalinas aprovechan y fomentan perversamente el contexto. Me refiero a quienes ponen y quitan funcionarios públicos. De esa cuenta, el presidente de turno, los diputados y muchos operadores de justicia no pasan de ser pésimos funcionarios y sí excelentes servidores, pero no del pueblo, sino de sus nefastos patrones.
El concepto del liderazgo asumido como servicio no es algo nuevo. Lo encontramos en grandes pensadores desde Jesucristo hasta Alejandro Marchesán, quedando en el medio los lineamientos de Gandhi, Blanchard Hodges y Robert K. Greenleaf, entre otros. Abogan estos prohombres por el líder servidor.
Para infortunio nuestro, lejos están quienes ejercen política partidista en Guatemala de encarnar tales significaciones. A la sazón no pasan de ser unos vulgares apostadores en cada proceso eleccionario. Y con frecuencia les suena la flauta.
Así el entramado, no debe llamarnos a escándalo el darnos cuenta de que nuestro presidente está al borde del colapso, tampoco las aumentadas y repetitivas vociferaciones de los diputados ni la enorme cantidad de recursos impugnando forma, que no fondo, en los tribunales ni los discursos leguleyos de todólogos que a diario se sientan frente a las cámaras de televisión para corregir (y confundir) al mundo. Empero, sí debe llamarnos a escándalo en nuestra conciencia el saber que fuimos nosotros, ciudadanos y electores, los responsables de semejante debacle. ¿Razones? Una sola: nosotros los sentamos en la guayaba.
Don Sebastián Botzoc me enseñó hace más de tres décadas que el guía debe ser la persona más sana, más sabia y más competente. Me pregunto cuánto de discernimiento nos hace falta para entender tan sencilla afirmación. Quizá el solo hecho de ponerla en práctica nos saque del atolladero en que estamos.
De momento, los diputados siguen gritones o anodinos, los güizaches interponiendo risibles amparos que obstaculizan la justicia pronta y cumplida y nuestro presidente atiborrado de fármacos porque está muy estresado.
¿Hasta cuándo se abusará de nuestra paciencia?
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