Me interesa referir directamente la reflexión sobre el fenómeno contemporáneo de los Ejecutivos de carácter autoritario que operan desde formas democráticas híbridas en los sistemas de corte presidencial.
Empezamos a presentar entonces el fenómeno de los Ejecutivos.
Nuestro primer marco teórico va a referirse al texto de Jon Parkin titulado Taming the Leviathan: The Reception of the Political and Religious Ideas of Thomas Hobbes in England 1640-1700. La comprensión del fenómeno de los Ejecutivos remite por fuerza al contexto estadounidense, pues allí la dinámica de estos se entremezcla con el constitucionalismo escrito y con la democracia de partidos. El argumento de Parkin apunta a que la posición teórica de Hobbes al salir de Inglaterra y llegar a Nueva Inglaterra ayudaría a construir un leviatán adormecido. Porque, si bien aborrecían el autoritarismo de Jorge I, Jorge II y Jorge III, los colonos británicos terminarán construyendo un sistema político que se asemeja a un tirano durmiente: ni tan débil que no funcione ni tan bestial que recuerde el absolutismo británico. El adormecimiento del leviatán (Ejecutivo) es producto de los marcos constitucionales que lo limitan. Pero, en medio de estos, el Ejecutivo encuentra formas de hacer sentir su poder en casos específicos.
El diseño de los poderes ejecutivos parece que busca tal tendencia. Y esta quizá resulta inevitable. Recordemos que en la teorización más primaria de los estudios de los Ejecutivos se debe apuntar la prerrogativa constitucional que Jefferson y Adams decidieron otorgar a la oficina del Ejecutivo estadounidense para no hallarse a merced de las ambiciones tanto populares como de las cámaras. Desde esta posición se desprende que la función de un Ejecutivo es de carácter hegemónico. Pero esta noción de hegemonía la entenderemos aquí en la definición que nos da Luciano Gruppi: «Hegemonía, del griego eghesthai, que significa ‘conducir’, ‘ser guía’, ‘ser jefe’; o tal vez del verbo eghemoneno, que significa ‘guiar’, ‘preceder’, ‘conducir’; y del cual deriva ‘estar al frente’, ‘comandar’, ‘gobernar’. Por eghemonia, el antiguo griego entendía la dirección suprema del Ejército. Se trata, pues, de un término militar. Egemone era el conductor, el guía y también el comandante del Ejército. En el tiempo de la guerra del Peloponeso se habló de la ciudad hegemónica, a propósito de la ciudad que dirigía la alianza de las ciudades griegas en lucha entre sí».
Es decir, se entiende que los Ejecutivos ejecutan, comandan y dirigen una agenda que tiene más importancia que otras. El contexto podrá ser democrático en cuanto a formas establecidas, pero hay siempre, por diseño del sistema presidencial, un actor que debe resultar determinante en su capacidad para puntualizar su agenda.
Creo que aquí es importante hacer énfasis en que no quiero plantear la tan trillada dicotomía propia de Foucault entre potentia y potestas. Sí quiero plantear la comprensión de la función del Ejecutivo desde la conceptualización clásica latina del término potestas. Este concepto tiene dos significados complementarios en la jurisprudencia romana clásica: ‘tener el permiso de’ y ‘ser capaz de’. La jurisprudencia romana otorgaba el imperium potestas como la capacidad que tenía la autoridad romana para decidir sobre la vida o la muerte de cualquier ciudadano previa exposición de su caso: hay poder, pero las formas cuentan. Aquí algunos ejemplos históricos mixtos. San Pablo, en su calidad de ciudadano romano, apela a esta posibilidad cuando, luego de su inicial defensa ante Agripa, deberá acudir después a Roma. Frente a Agripa sale libre, pero en Roma pierde su caso y es ejecutado. Lo mismo podría argumentarse sobre el diálogo entre Jesús y Pilatos. Bajo la ley romana, el Nazareno (que no era ciudadano) en efecto era inocente. Podemos mencionar también los anales de Dion Casio (historiador, senador y procónsul romano de finales del segundo siglo) y la situación registrada de cristianos romanos que son presentados ante magistraturas superiores y no fueron ejecutados automáticamente, quizá por la procedencia estoica de las autoridades, pero a lo que vamos es a que la potestas no es por fuerza la representación de un poder destructivo y penetrador, sino la de una fuerza amarrada a las formas del derecho.
¿De qué hablamos entonces respecto a la dinámica de los Ejecutivos?
De la utilización del poder respecto a arreglos formales que en los mecanismos institucionales permiten la asignación efectiva de derechos y aseguran el funcionamiento de la rama ejecutiva. Y en casos específicos, por razón de comandar una agenda, pueden rebasar las formas establecidas de limitación. Allí es precisamente donde la teorización respecto a la primacía de los poderes ejecutivos —y sus prerrogativas para rebasar en capacidades de funcionamiento a otros poderes— debe entenderse. Poseen legitimidad emanada de marcos constitucionales y obtienen la potestas en razón de asegurar el movimiento de los mecanismos burocráticos que empoderan una agenda presidencial. Un Ejecutivo ante obstáculos puede recurrir al Gobierno por decreto, renovar el gabinete cuando lo considere necesario o crear doctrina de política exterior (por citar algunos ejemplos). Lo fundamental es que el Ejecutivo se mueva y dé resultados. ¿A cualquier costo? De esto en la siguiente columna.
Ahora, eso sí, el perfil de quien comanda el Ejecutivo será fundamental en el estilo de gestión de toda la administración pública que depende del Ejecutivo. Por eso la experiencia política es fundamental aquí. Sobre todo en contextos en los cuales los Ejecutivos son débiles. Dicho sea de paso, la peor apuesta que puede hacerse es la de suponer que un outsider sin fuerza política real pueda gobernar simplemente acuerpado por la plaza. Suceden aquí dos cosas: 1) el criterio popular secuestra al Ejecutivo (y esto es grave cuando se rompe la luna de miel) y 2) se debilita la institucionalidad cuando el único carril abierto son relaciones directas Ejecutivo-ciudadanía.
En casos así, solamente los animales políticos pueden volver a empoderar al Ejecutivo. La capacidad para gobernar no se hereda, pero la posibilidad de materializar una agenda tampoco se logra por ósmosis.
Continuará.
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