A veces no puedo evitar horrorizarme al recordar, cómo en los años de mi infancia, el 15 de septiembre era el día para ver el desfile. Primero, los militares y luego los centros educativos civiles, como siguiendo los pasos de sus maestros. Meses y meses de práctica, en detrimento del aprendizaje de matemática, lenguaje y las demás asignaturas. Imagino cómo el liderazgo castrense se regodeaba ante la vista de la juventud civil marchando al ritmo de bandas marciales, sojuzgados al ideal de la “disciplina” militar.
Pero el horror de esos recuerdos es excedido por el horror de constatar que esa expresión de militarismo persiste, y que es muy difícil extirparlo del ideario popular guatemalteco. En muchos establecimientos educativos continúan existiendo bandas marciales o de “guerra”, a cuyos miembros o dirigentes se les jerarquiza con rangos militares, los uniformes continúan imitando a los de los militares, la participación en las prácticas de marcha y en el desfile continúa siendo obligatoria, etc.
¿Podemos declarar entonces a Guatemala fracasada por su militarismo? ¿Habrá triunfado el plan de dominio militar sobre nuestras mentes? Aunque el pesimismo es tentador, es mejor ser objetivo y observar cuidadosamente.
Aunque la estupidez del desfile continúa, ciertamente hay cambios. Quienes gozan del desfile, posiblemente no lo hagan por un entusiasmo militarista. Los ritmos que tocan las bandas suenan más a sambas u otros bailables, que a marcha castrense. La ilusión familiar es más por ver lo guapos que se ven los muchachos de uniforme o lo bonitas que se ven las muchachas en sus trajes de gala, que por el trasfondo o pasado militarista de los uniformes. El desfile ha cambiado, y quizá se trate de una evolución. Gobiernos anteriores han intentado prohibirlo, sin éxito. A la gente le gusta el desfile, y ninguna prohibición pareciera que puede impedir eso.
Pero si no se puede prohibir, quizá su contenido y trasfondo militarista se puede dejar atrás transformándolo. Y es que hay desfiles de desfiles: el bufo como el de la Huelga de Dolores de la USAC (el cual, para bien o para mal, también ha cambiado), o los de carnaval. En fin, quizá nuestro desfile del 15 de septiembre esté transformándose en algo más humano, o por lo menos ya no la estupidez de una parada militar impuesta a la juventud estudiante.
Por otro lado, abrazo la esperanza que nuestras realidades cotidianas nos ayuden a dejar atrás nuestro pesado lastre militarista. Dudo que la mayoría de la gente se declare feliz y satisfecha con el gobierno de Pérez Molina, quizá la última esperanza para quienes añoran a los militares en el gobierno. Y bueno, supongo que también debería estar quedando muy claro que valores como honor, deber y gloria, que supuestamente promueve la Escuela Politécnica, no son precisamente los que uno ve reflejados en Byron Lima o en los kaibiles al servicio del narcotráfico.
Claro, están las mentes anacrónicas y carentes de raciocinio que añoran los años de Ubico, que siguen creyendo que por ser militar se es disciplinado y que lo militar es sinónimo de orden. Supongo que los apóstoles del militarismo se horrorizan cada 15 de septiembre, al constatar cómo el desfile, poco a poco deja de ser una expresión anacrónica de militarismo, y se transforma en una expresión juvenil y familiar, con identidad propia. O sea, espero que en nuestro ideario colectivo, militar empiece a tener su significado real. Algo que no nos interese, y menos nos enorgullezca.
Y si no es así, debemos promoverlo.
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