Hace cuatro años, Colom introdujo cambios simbólicos que me parecieron refrescantes. Uno de ellos fue que, como parte del protocolo en los actos oficiales, el son Rey Quiché sonaba en vez de la marcha La Granadera.
En su discurso en la ceremonia del sábado pasado, Pérez espetó arrogante y triunfal que empezaba el cambio. Esto me resultó cierto porque en varios momentos de la ceremonia se volvió a escuchar La Granadera, y volvieron las órdenes “¡atención!”, “¡presenten armas!” y demás fórmulas del protocolo militar.
Los medios de comunicación también mostraron entusiasmo por lo militar. Por ejemplo, como parte de su programación especial, el canal 13 de la televisión abierta incluyó un reportaje especial para adular a las fuerzas élite “kaibil”, haciéndonos ver a los televidentes que se encuentran preparados para cumplir “su misión”.
Reflexioné que cambios son los que nos hacen mejorar y avanzar hacia solucionar nuestros problemas, tanto como los que nos hacen empeorar y retroceder. Volver a escuchar La Granadera y la gritería militar me resultó algo pesado, un trago de algo de lo cual ya deberíamos estar indigestos.
Son solo símbolos, pero como tales dan un mensaje que impactan a una ciudadanía ávida de esperanzas. Los que empleó Colom anunciaban un cambio, avanzar a superar nuestro pasado militarista y violento, pero que trágica y tristemente no ocurrieron. Los símbolos de Pérez anuncian también cambio, pero esta vez retroceso al volver a nuestro pasado militarista.
¿Por qué nos ocurre esto? ¿Qué es lo que hace que el lastre del militarismo de nuestro pasado se haga tan pesado, al punto que nos hace retroceder?
Un factor central es el desencanto y la frustración. Hoy las nuevas autoridades y los medios de comunicación acusan incesantemente al gobierno saliente de todos nuestros problemas. Si bien mucho de esto es puro barullo politiquero hábilmente mediatizado, al gobierno de Colom sí se le puede achacar haber generado expectativas de cambios reales y profundos, para luego fracasar en el intento.
La frustración y desilusión por el gobierno de Colom son particularmente agudas dentro de la clase media, fácilmente manipulable por los medios de comunicación, y en la que permanecen enquistadas visiones racistas y militaristas. Esta es la clase media que grita “¡no seas indio!” por querer decir “¡no seas necio!”, y se enorgullece cuando los institutos y colegios mantienen prácticas militares como desfiles, uniformes y bandas marciales.
Inquietantemente similar a la clase media alemana de la década de 1930. Los alemanes de aquellos años tenían como pasado muy reciente la amarga derrota en la Primera Guerra Mundial, y se hubiese esperado que rechazaran volver al militarismo que los hundió en la debacle. Pero, la decepción y frustración porque la República de Weimar fracasó en su intento por solucionar las penurias económicas asociadas a la Gran Depresión (muy similar a la Gran Recesión de 2009), provocó que los alemanes rechazaran el esfuerzo democratizador y pacifista. Volvieron al militarismo y la “mano dura” dándole paso al Tercer Reich de Hitler. Las consecuencias de esto son historia bien sabida.
En la década de 1940, los alemanes sufrieron otra tragedia con la derrota en la Segunda Guerra Mundial. La lección para ellos fue brutal por no saber dejar atrás su lastre de militarismo, racismo, odio colectivo y violencia.
¿Necesitamos los guatemaltecos una lección igualmente severa para que dejemos nuestro pesado lastre militarista?
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