Cuenta una vieja leyenda china que el infierno y el cielo son dos caras de una misma realidad. Así, imaginemos el infierno como un sitio en el cual muchas personas están alrededor de una gran olla de comida, pero provistas de unos palillos tan grandes que ninguna de ellas puede comer por sí sola. En esa circunstancia, la desesperación y el llanto prevalecen, especialmente por el cruel hecho de que mueren de hambre enfrente del alimento que les podría salvar la vida. Pero ahora, para concebir el cielo, imaginemos la misma escena, solo que con un detalle diferente: cada persona, en vez de intentar comer con los largos palillos que posee, se dedica a alimentar a la persona que tiene enfrente. De esa forma, todos se alimentan unos a otros y, en vez de llanto y desesperación, prevalecen la alegría, la esperanza y la unidad. La diferencia entre el cielo y el infierno, por lo tanto, es la capacidad de una comunidad de superar sus divisiones e intereses egoístas, de promover una solidaridad que permita que el fuerte proteja al débil y desvalido y de mantener vigente así el lema del Popol wuj: «Que todos se levanten. Que nadie se quede atrás».
La imagen de esta leyenda china me ha venido a la mente reiteradamente en estos tiempos de crisis que vivimos en Guatemala, especialmente ante la realidad de una sociedad que, lejos de buscar caminos para superar sus problemas, se dedica cotidianamente a empeorarlos debido a que, igual que en la imagen del infierno retratado en la leyenda china, cada sector se dedica únicamente a velar por el bien de su grupo en vez de procurar acciones que promuevan la unidad en medio de la diversidad.
Un primer ejemplo de esta peculiar insolidaridad a la que estamos acostumbrados los guatemaltecos es el privilegio que tienen algunos de contar con los medios y recursos necesarios para viajar al exterior para vacunarse en vez de esperar a que el ineficiente Gobierno guatemalteco responda a esta necesidad. Una segunda característica de división la vivimos cotidianamente en la forma en que se articulan y enfrentan las diversas redes político-económicas que luchan por el control de las instituciones del Estado. Pese a que reconozco que existe lo que se ha dado por llamar pacto de corruptos, por momentos me encuentro con que muchos de los actores que supuestamente están tratando de combatir la corrupción tampoco son tan inocentes y honestos como deberían, por lo que por momentos me siento tan decepcionado por quienes dicen promover un cambio como por quienes están empecinados en mantener sus privilegios a toda costa.
[frasepzp1]
En la vida cotidiana de la ciudad podemos ser testigos de esta peculiar insolidaridad en muchas formas: en el caótico tráfico que padecemos, en el cual prevalece la ley del más fuerte y chispudo; en los mercados y centros comerciales, donde cotidianamente muchos intentan estafar a incautos compradores; en la acción de las instituciones estatales, donde los empleados públicos atienden de forma privilegiada a sus contactos y conocidos, por encima del resto, como una forma cotidiana de tráfico de influencias a la que ya todos nos hemos acostumbrado.
Por supuesto, pese a estas tendencias generales, Guatemala también es un suelo fértil para la solidaridad y la inclusión. En situaciones de peligro y tragedia, muchos guatemaltecos responden solidariamente al llamado, de manera que también existen muchos héroes anónimos que trabajan incansablemente por hacer de este país una sociedad cualitativamente diferente a la que tenemos.
La diferencia, lamentablemente, es que son precisamente los solidarios y los desinteresados los que menos interés tienen en la actividad política, mientras que justo quienes son más sectarios y excluyentes son muchas veces quienes pretenden destacar en el escenario político. Mientras esta tendencia no cambie, la posibilidad de cambio morirá justo en el momento en que elijamos a otro candidato que nos prometa un cambio, pero se dedique, en su defecto, a seguir siendo igual de insolidario que el resto.
Más de este autor