El imperativo de la unidad

Guatemala atraviesa momentos difíciles, en los que los procesos de cambio y reestructuración que se iniciaron con la crisis institucional del 2015 están generando muchos sucesos inéditos en Guatemala, donde se combina diariamente la esperanza con el desánimo, las buenas noticias con acontecimientos deleznables que nos colocan en la senda del pesimismo colectivo típico de una sociedad que parece blindada al cambio.

La valoración de este tiempo, de hecho, es en sí misma contradictoria: ¿emerge para nuestro país una nueva época o simplemente hay un reacomodo y recambio de las fuerzas que siempre nos han gobernado de manera retrógrada?

Indudablemente hay oportunidades de cambio que paradójicamente provienen no de la fuerza, la unidad o la claridad estratégica de la sociedad civil, sino de los actores internacionales que ya todos mencionan abiertamente. Lamentablemente, dichos actores tienen una agenda de cambio limitada que no debería sustituir el protagonismo de los mismos guatemaltecos: es imperativo empezar a construir una nación donde todos tengamos cabida.

El discurso de la unidad guatemalteca es complejo indudablemente: hay viejas heridas y prejuicios muy arraigados en nuestra cultura y en nuestro imaginario colectivo que nos hacen separarnos indefinidamente entre ellos y nosotros en una línea imaginaria muy dura, en la cual la categoría ellos está muy cercana al enemigo a vencer, aquel con el que no caben ni el diálogo ni la colaboración. La vieja doctrina de seguridad nacional sigue haciendo estragos, y la concepción del enemigo interno sigue estando tan fresca como cuando se elaboró hace más de 50 años, en plena guerra fría.

Lamentablemente, la evidencia nos demuestra que, si no aprendemos a dialogar en un ejercicio respetuoso de las personas aunque se polemice en las ideas, este bello y potencialmente gran país seguirá padeciendo crisis políticas y económicas de forma periódica, lamentando más muertes violentas y presenciando la larga lucha por la hegemonía que ha impedido que avancemos en la agenda de cambio y transformación que necesitamos para realmente tener un futuro como país.

La batalla por recuperar el control democrático del Congreso, pieza clave para empezar a abordar la reforma del Estado, fue detenida en buena medida por la falta de claridad de la sociedad civil, que no tuvo la fuerza ni la capacidad de consenso para exigir a la clase política que respetara las medidas urgentes para recuperar nuestra ya caótica democracia, lo cual garantizará que padezcamos muchos años más de malos gobiernos.

Tarde o temprano pasará esta coyuntura, pero, si no aprovechamos el impulso de cambio, los problemas se mantendrán, tal como ha pasado en Guatemala en los últimos 50 años. Lamentablemente, parece que en Guatemala la historia se detuvo hace mucho tiempo en una época muy cercana a la Edad Media.

#ONosUnimosONosHundimos.