No serán sus otrora achichincles quienes lo hagan. Ni con mensajitos siquiera. Ya Alejandro Sinibaldi (el Licenciado), Antonio Coro (el estudiante) y compañía ilimitada otrora color naranja saltaron del barco. Así las cosas, la soledad comienza a percibirse en su rostro.
Hay muchas preguntas y sugerencias por hacer. No son exclusivas para Pérez Molina. Uncida a la primera magistratura está la doctora Baldetti, a quien, dicho sea, se le ve mucho más sola que al general. Según dicen, ni la melancolía quiere estar con ella.
Es que razones hay. Los extremos a los que Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti llevaron a la nación están fuera de toda imaginación. Nos condujeron a un estado de escandaloso impudor que provocó una debacle tal: no hay autoridad moral, no hay Estado, no hay un derrotero cierto y estamos viviendo el día a día a como salga. La desfachatez y la mentira son el blasón y la insignia de su gobierno.
¿Qué se creyeron? ¿Pensaron que podrían perpetuarse como una infección exenta de las reglas de la prevalencia epidemiológica?
Como se ve, sin tenerlas en ristre, las preguntas comenzaron a salir.
Las interrogantes al general que sí tiene quién le escriba no son del otro mundo. Son muy sencillas. Entre otras: ¿pensó realmente que nosotros, el pueblo pueblo, éramos unos soberanos estúpidos?; ¿creyó que nos tragaríamos el cuento de haberse equivocado en cuanto al día y la hora en que regresó la doctora de Corea del Sur?; ¿asumió equivocadamente que, de hecho y por derecho, podían hacer lo que se les diera la regalada gana al frente del Gobierno?
Preguntas estas que habría que responder sin vacilaciones ni tartamudeos.
Pero no, no lo hará. Ni con la sonrisa forzada ni con la risa sardónica que lo caracterizaba. Ahora luce sombrío. Ya no ríe. ¿La razón? Una sola: el general está exangüe. Su retórica política se ha deteriorado. Como ejemplo, antes hablaba mucho y decía poco. Hoy dice poco y lo hablado significa nada.
¿Qué sugerencias hemos de hacerle entonces?
Veamos.
En primer lugar, no entorpecer lo que haya que investigar. La gusanera que destapó la Cicig no es para dejarla en el olvido. Ha de llegarse hasta las últimas consecuencias, siempre y cuando esas resultas sean para beneficio del país.
En segundo lugar, pedirle, con vehemencia, ya no gastar dinero para promocionar sus deterioradas e irrecuperables imágenes. Ese dinero que invierten en tan absurda tentativa que lo destinen a los hospitales públicos. Algo abonarán a la revalidación de sus conciencias ante la Eterna Presencia. Porque derecho al intento tienen.
En tercer lugar, exhortarlo a no cometer desatinos (por la desesperación que ha de generarle el momento que se vive). Por vía legal, por vía electoral, debe dar paso a verdaderos líderes. Personas que con fe y firmeza retomen el rumbo del Estado. Él y la doctora lo condujeron, casi, a un profundo abismo.
Entre la coherencia que deben ostentar dichos nuevos líderes ha de considerarse el firme propósito de la recuperación de los dineros que se han robado del IGSS, del Congreso (80 millones), de las aduanas y de otros tantos escenarios de fraude. No es justo que los ladrones pasen un corto tiempo en la cárcel y luego salgan con prepotencia creyéndose don Fulano o doña Zutana porque el dinero quedó en sus bolsillos.
Conste. Este último párrafo no está destinado al general. Es una reflexión-petición hecha a la luz de la Santa Patrona de las Causas Imposibles. Porque «gallina que prueba huevos, aunque le quemen el pico». Y esos vulgares cuatreros, convertidos en don Fulano o doña Zutana, nada devolverán.
Con todo y como se ve, lejos de Aracataca y Macondo, el general de Guatemala sí tiene quien le escriba.
Más de este autor