Los grupos humanos, ya sean pequeños o grandes, antiguos o modernos, enmontañados o citadinos, han requerido de algún
tipo de acuerdos, intersubjetivos y colectivos, para definir la gran pregunta a la que responde la política, ¿podemos convivir juntos? y si la respuesta es sí, entonces, ¿cómo podemos hacerlo?
En otras palabras, la sociedad sin política es imposible, pero sin partidos sí es posible. Pensarán que estoy loco, pues la
democracia sin partidos es impensable, pero observe lo siguiente.
Los partidos políticos tal y como los conocemos, no tienen más de 250 años y en la génesis de éstos se disputaron la
opinión pública con las facciones y las sectas. Bolingbroke (1678-1751) establecía sólo un diferencia de grado entre facciones y partidos, en donde las primeras eran apenas peores que los segundos.
Las revoluciones francesa y americana sospechaban de los partidos como nocivos a la unidad nacional. Según Sartori,
lo que dio la posibilidad de una existencia digna a los partidos, fue sin duda los cambios culturales que favorecieron la tolerancia social y el pluralismo político.
En resumen, los partidos no formaron parte de la constitución de los estados nación, más bien fueron vistos como amenazas a la unidad de la nación.
No obstante, los partidos políticos existen y forman parte de nuestro paisaje institucional, tuvieron su máximo desarrollo en
las décadas de los cincuenta, sesenta y setenta, y de esta experiencia sacamos una herencia mental que nos hace añorar épocas en las que éstos eran: partidos de masas, ideológicos, basados en principios y programáticos.
No está claro de quién es la culpa. Si fueron los cambios en la economía, en la cultura, la desaparición de Estado de
Bienestar, las variaciones demográficas o la globalización. Lo que sí está claro, es que ya nadie está contento con su forma de existencia.
Quienes nacimos en el siglo XX, pensamos por inercia cultural, que algo de noble hay en la experiencia de aquellos partidos:
fueran liberales, socialistas, marxistas o democristianos y claro, denostamos a los actuales por ser cualquier cosa menos eso que conocimos.
Pero pensemos en esos ciudadanos que no conocieron, que no leyeron ni una sola obra de Mill, Marx, Bernstein o Adenauer
y para quienes Sartori es una buena marca de vinos. Pensemos en quienes no leen; por una educación insuficiente, porque son personas completamente visuales y/o están asqueados de la política tal y como se ejecuta hoy.
Dicho en breve, los partidos políticos ya no tienen ese sabor que tuvieron en el siglo XX. Parafraseando una deliciosa
ironía de Kierkegaard, los partidos se nos parecen a esas hojitas de té que teníamos guardadas en la gaveta de nuestro
escritorio con las cuales ya habíamos hecho té, diez veces.
El aspecto más dramático de nuestra esperanza frustrada respecto de los partidos es quizá el hecho de que la historia ha cambiado de modo tan rápido que éstos sólo vieron la polvareda del tiempo y nada más; y que la predicción de los eventos futuros se hace cada vez más angustiosa y los partidos actuales tienen todo menos capacidades anticipatorias, viven un presente presentista, según la frase de Lechner. Si las instituciones están diseñadas para responder a las angustias de
los ciudadanos y darles una senda por la cual caminar, entonces, parece que los partidos no están a la altura de los retos y riesgos presentes.
Considerando la evolución de las tecnologías de interacción humana, de internet y las redes sociales, no extrañaría que en
50 años, los partidos hayan perdido por completo la función de agregación que les asignó la teoría política y en su lugar se instale algún sistema de agregación virtual que dirima los asuntos públicos al estilo del Google Trends.
Los Gobiernos contratarán los servicios privados de investigación política y determinarán los grandes temas de interés nacional, los convertirán en políticas públicas y las enviarán a los Parlamentos para su aprobación, que a
su vez estará monitoreando su posición relativa en la opinión pública y seguirán la tendencia mayoritaria para cerrar el proceso. Los partidos podrían no tener ninguna función excepto ésa que hacen tan bien, llegar al poder para
pensar en la siguiente elección. Si los partidos ya no agregan la demanda pública, son miopes sobre el futuro y mucho menos tienen proyectos de largo plazo, ¿qué impide que alguien más lo haga por ellos?
Lo que sí reitero es, que sin política no importando el mediador, la sociedad es imposible. La pregunta clave sigue
siendo, ¿en qué clase de sociedad queremos vivir?
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Douglas Chacón. Filósofo, migrante y analista simbólico. Hijo de padres obreros, ¡pero con buen gusto!
Hijo también del Estado de Bienestar, QDP. Hago análisis social desde varios
enfoques: político, comunicacional y simbólico. Me interesan los procesos de
construcción de los imaginarios sociales y sus dinámicas de cambio-estabilidad.
También los procesos de diálogo entre ciudadanos como una alternativa creíble
de cambio y como método para la construcción de ciudadanía-nación.
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