Lo primero es un cruce biológico y cultural, producto violento entre españoles, indígenas y esclavos, que hizo surgir culturalmente uno de los cuatro pueblos de Guatemala. En cambio, lo ladino es la ideología del colonialismo: la de la blancura, la superioridad racial [1] y la verdad única. Se caracteriza por la rapacidad, la discriminación, el individualismo extremo, la corrupción, el ejercicio de la trampa en las actuaciones personales y colectivas, el servilismo, el arribismo y el egoísmo. Tan ladino puede ser un mestizo como un indígena. Y en Guatemala todo corrupto o tramposo es un ladino.
Aclarado lo anterior, en tiempos del ministro de Educación Celestino Tay Coyoy, en un cantón del municipio de Quetzaltenango iba a inaugurarse la ampliación de la escuela primaria rural. Ante eso, las autoridades ancestrales se abocaron a mí —yo era entonces concejal de la Municipalidad— para transmitirle al ministro una preocupación que tenían: «Los maestros están preparando expedientes de sus familiares y amigos para las nuevas plazas, para presentárselos al ministro cuando venga a inaugurar las nuevas aulas. Y nosotros no queremos que sean iguales: incumplidos, haraganes, faltistas, discriminadores y, algunos, en estado permanente de ebriedad. Se protegen entre ellos, y nuestros hijos no aprenden nada, pierden el tiempo. Les dan pocas clases y por eso preferimos no mandarlos a la escuela. En esas condiciones, mejor que no inauguren nada».
Tan contundente planteamiento me hizo pensar, primero, que el analfabetismo no limita la sabiduría y la conciencia de los ancianos y, segundo, que tenemos un modelo educativo ladino, implantado desde el inicio de la Colonia, cuyas consecuencias, por las deficientes cobertura, calidad y pertinencia, han sido catastróficas para los pueblos indígenas. De colada, el mundo mestizo también sale perjudicado ante un sistema mecanicista, memorístico y precario que crea fracasados en matemáticas, lenguaje e historia, sin capacidad crítica para entender la realidad, imposibilitados de vislumbrar las sendas del desarrollo, el cambio, la tolerancia y la ética.
Al sistema educativo criollo y religioso le siguió el modelo ladino, el de la doble moral que se dice laico cuando en realidad es religioso institucional, tanto católico como protestante, y también popular, sacrificado y formador mientras oculta, bajo la aureola del falso heroísmo, la prevalencia creciente de lo privado sobre lo público. La educación en Guatemala es cada vez menos un derecho y cada vez más una mercancía. Estamos en la cola de la calidad de la educación en América Latina. En términos de cobertura, vamos para atrás.
La comunidad educativa (autoridades, maestros y padres de familia) es cómplice de este sistema que condena el futuro de los niños y los jóvenes. Otra aclaración: para todo hay siempre honrosas excepciones.
Como padres de familia, hemos sido tolerantes con la educación deformadora, conformes y orgullosos con las bandas de guerra, las batonistas, los desfiles, las celebraciones en las que abundan los concursos de belleza para todas las edades, sin entender lo efímera que es la belleza en nuestras hijas y que los varones nunca llegarán a ser grandes músicos somatando tambores y redoblantes. Las clases, la lectura, la música, los valores, las actividades culturales brillan por su ausencia, y las bibliotecas o no existen o son poco visitadas. Delegamos en la escuela aspectos formativos que son propios del hogar. Ni la familia ni la escuela cumplen cabalmente su rol de formadores de ciudadanía en los hijos.
Las altas autoridades, preocupadas por la politiquería y por los intereses de clase, sacrifican la finalidad del sistema educativo nacional. La sumisión a la clase politiquera es evidente. Las altas autoridades son impuestas por la clase económica hegemónica y por los cuadros subalternos de viceministerios para abajo. En su actuar, se ladinizan en el proceso y en el sistema, aun los indígenas que son incorporados para maquillar de multiculturalidad un sistema añejo, anquilosado, colonizador y colonizado.
La otra parte del sistema, los sindicatos, son la pieza que se ensambla perfectamente en esta ladinidad. De eso hablaremos en el próximo artículo.
[1] Para Tylor, el padre de la antropología colonial, «la teoría del mestizaje biológico y cultural constituye una ideología política que justifica la colonización de los pueblos, de modo que pasa a formar una especie de remedio imprescindible y la única salida para superar el estancamiento del salvajismo y el arribo a la civilización».
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