El estallido de la memoria rebelde

Es descubrirse con sus demonios internos. Trascender con y frente a ellos. Hacer que arda más el fuego de los infortunios en tanto marejada de sentimientos y razones que se asoma a las costas de las utopías y de lo que se supone real. Morder la carne viva de la memoria (que no es recuerdo estático dentro de lo que el humano ha dado en llamar tiempo) para deleitarse o decantarse en las agridulces historias propia y colectivas, pero, fundamentalmente, para seguir en la búsqueda de la transformación.

Así, embebecido de rebeldía y de cara a derrotar las profecías que auguran el advenimiento divino del nuevo ser, sea cual sea la nominación asignada, resulta imperativo que el humano deje de soslayar conflictos. Las letras pueden ser, entonces, herramientas que desmitifican la imposibilidad de elegir y hacer. De fraguar algo para seguir existiendo. Llegar a la respuesta para continuar con interrogantes nuevas. Tender puentes de diálogo que permitan las avenencias y los desencuentros. Hacer desde ellas el ejercicio vivo de esa realidad que se ha sufrido, como expresa Sabato. Realidad entroncada en profundos vericuetos olvidados por lo oficial, lo permitido, las formas del poder y por el salvaje individualismo que nuestro momento histórico nos impone.

Potenciar la suma de lenguajes varios en rupturas con el tiempo homogéneo de la dominación. Deconstrucción constante que atraviesa lo simbólico y se interna en los vericuetos del ser y de lo posible. Una memoria, muchas memorias. Liberación constante deformando superficies insustanciales. Invitación a quebrantar rígidos monumentos que cristalizan a través de sus mudas efigies discursos vacíos que perduran en el presente, por demás, resultantes de la simplificación de un pasado complejo.

Aquí me vierto casi completo. Estallo en rebeldía para descarnarme y esperanzarme. Intentaré, durante el tiempo que dure, sobrellevar la travesía elegida en el intenso oleaje de la alta mar en que me sitúo. Es el anhelo por afrontar, en estas y las líneas que vendrán, las tormentas; pero también la tarea de contemplar la calma de la quietud del océano cuando el alba se asome e imbuirme en la transición entre ambos momentos.

Dejarme llevar por la espontaneidad del viento para que los dedos articulen esas voces extrañas que emergen de mi averno. Problematizar mis percepciones sobre la bruma que nos rodea y de los ecos sonoros que en su interior abrazan un amanecer sin mesianismos, rompiendo su niebla y construyendo su emancipación.

Es, pues, el despliegue de una impronta que subyace en la obscuridad y emerge secular vindicando lo que desea ser en lo real, lo que está presente: la memoria viva. Es ir a contrapelo.