El siglo XXI nos ha traído amplias modificaciones en las estructuras sociales y, en consecuencia, en las identidades ideológicas de los distintos grupos sociales. Sin una clase obrera como la de finales del siglo XIX y casi toda la primera mitad del XX, la élite económica tampoco es ya una clásica burguesía como la definían los estudios sociopolíticos de esa época. Las clases medias crecieron y se multiplicaron hasta absorber amplios sectores de trabajadores del campo y la ciudad, en especial en los países con estados de bienestar consolidados. La democracia es, posiblemente, el principal valor que las moviliza e integra políticamente, siendo ellas su principal motor y sus principales usufructuarias.
En nuestro país, con una estructura económica y social atrasada y deforme, si bien esas categorías analíticas sirven, cuando mucho como simples referencias, las clases medias sí se han multiplicado y se asemejan a las de otros países, si no en los beneficios y las responsabilidades sociales y políticas, sí en la construcción de sus imaginarios de bienestar.
En Guatemala, los ahora llamados genéricamente empresarios son una mezcla de muchos tipos de ocupaciones, desde artesanos con talleres propios hasta pequeños inversores en empresas extractivas. La mayoría de los jóvenes con estudios universitarios se sueñan dueños de sus empresas, aunque empiecen y avancen en sus vidas de profesionales de la administración de empresas como empleados de pequeños negocios o agentes de ventas. Son, al final de cuentas, distintos grupos de sectores de las comúnmente llamadas clases medias.
Ha sido gente de toda esa variedad de ocupaciones e ilusiones la que durante más de dos meses ha salido a las calles a mostrar su indignación contra la clase política con carteles, canciones y consignas que demandan la renuncia del presidente y la depuración de todo el sistema político. Las clases medias guatemaltecas comienzan a entender la democracia y a apropiarse de ella, lo cual posiblemente constituye el principal rasgo de las últimas movilizaciones sabatinas, que bien podemos identificar como verbenas por la democracia.
Las clases medias chapinas hemos roto finalmente con el alejamiento casi visceral de lo grupal y lo colectivo, producto del intenso bombardeo que los ideólogos del individualismo mercantilista han impuesto en los últimos 40 años. Sin embargo, como clases medias al fin, lo queremos todo de tajo, cuanto antes y sin ambages. No queremos que quede santo parado. Todos los políticos en funciones deben salir corriendo cual cucarachas frente al pesticida y en muchos casos no se quiere escoger entre los que están. Deseamos todo limpio y diferente. Casa limpia y vacía.
El problema es que, siguiendo la figura de la casa, no solo no tenemos aún fuerza suficiente para sacar todos los muebles, sino que estamos confundiendo los que aún sirven con los que efectivamente estorban y dañan. Tampoco tenemos recursos para fabricar y llevar nuevos muebles ni tenemos claro el tipo y modelo de casa que queremos, por lo que no sabemos a ciencia cierta las características de esos nuevos muebles.
La petición de suspensión del proceso electoral de septiembre es síntesis de toda esa desesperación. Comprensible, pero totalmente ineficiente para resolver los dos problemas básicos evidenciados: corrupción insolente en todos los niveles de la función pública e ineficiencia en todos los servicios que se prestan. De suspenderse las elecciones, ¿cuál el plazo para construir nuevas propuestas políticas que parezcan eficientes e incorruptibles? ¿Cuál tendría que ser el marco institucional que evitaría las mayores corruptelas y mejoraría sustancialmente la calidad en el gasto público?
De suspenderse las elecciones de septiembre, el grupo gubernamental más corrupto e ineficaz de la historia moderna del país continuaría en sus cargos. Pérez Molina, quien se soñó reelecto para seguir liderando su grupo militar de extracción privada de los recursos públicos, ahora simplemente cuenta los días para llegar al 14 de enero de 2016 y, como diputado centroamericano, conseguir, cual Martinelli de charreteras, la impunidad que la inmunidad de ese cargo le pueda permitir. La peaña que le instaló la embajada estadounidense parece segura. Y mientras no se logre su renuncia, todo lo demás no solo andará a paso de tortuga, sino que será negociado y aprobado por un Congreso que, como ha comenzado a evidenciarse con las investigaciones de la Cicig, está carcomido de corrupción en todas sus salas.
Sin renuncia presidencial, las modificaciones al sistema serán simples reformitas; y el retardo en las elecciones, simple consolidación del grupo corrupto y clientelista que a causa de la presión social comienza a evidenciarse y desmantelarse. En un sistema político moderno, la exigencia no estaría en el atraso del proceso electoral, sino todo lo contrario: las elecciones habrían sido adelantadas automáticamente para renovar totalmente el Gobierno.
Las clases medias chapinas, motor y actor indispensable de todo proceso de mudanza y renovación política y cultural del país, tenemos que entender eso: no porque individualmente queramos darle vuelta a la tortilla esta ya se coció adecuadamente para poder hacerlo. Transformar nuestro sistema político exige de mucha más organización, movilización y fuerza. Y eso lo podremos conseguir mejor con un nuevo Congreso y un nuevo Gobierno que, de entrada, lleguen al poder condicionados a propiciar, en paz y sin mayores costos sociales, las transformaciones políticas de las que el país está urgido.
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