Pero el tema migratorio permea las demás esferas de la vida nacional y continúa siendo de importancia vital para el mayor grupo “minoritario” del país. Una encuesta reciente del Latino Decisions ubica este asunto 16 puntos porcentuales por encima del empleo y la economía entre los votantes hispanos.
Como se ha mencionado hasta la saciedad, el peso de la comunidad hispana en los Estados Unidos es estratégico desde todo punto de vista, pero debido a una polarización política que exacerba cada vez más este sistema bipartidista, los políticos no se ponen de acuerdo en una agenda migratoria efectiva que responda tanto a las demandas actuales y futuras del mercado laboral, como a la legalización de al menos 12 millones de personas indocumentadas, mayoritariamente latinoamericanas.
Sin embargo, en medio de un repunte económico lento y las crisis presupuestarias por las que atraviesan muchos estados de la Unión Americana (como en Minnesota, donde el gobierno literalmente dejó de operar 20 días debido a un déficit presupuestario), así como de incertidumbre alrededor del tipo de medidas fiscales que adoptará Washington para el pago de la deuda pública, obviamente la reforma migratoria ha quedado casi en el olvido en este país.
La Casa Blanca ha reaccionado ante el descenso de popularidad de Obama en la comunidad hispana (del 85% en 2009 al 52% en 2011, según una encuesta Gallup) y se observan algunos esfuerzos por seducirla de nuevo. Uno de ellos fue la visita en mayo de Obama a la ciudad fronteriza de El Paso, Texas, donde destacó de nuevo su compromiso por buscar una solución bipartidista al ya controversial tema de lo que aquí llaman un sistema de migración “roto”. Asimismo, altos funcionarios de la Casa Blanca sostuvieron la semana pasada una serie de reuniones con más de cien líderes y lideresas de la comunidad hispana quienes conversaron, entre otros asuntos, sobre los retos que afronta la población migrante en el país.
Como se recordará, el último intento serio de reforma migratoria comprensiva data ya de 2007, durante el segundo mandato de George W. Bush. En la actual administración, el pasado junio, líderes demócratas del Senado reintrodujeron una propuesta de reforma migratoria comprensiva que abarca —entre otros— desde la seguridad de las fronteras, pasando por mecanismos de integración y ciudadanía, un consejo que estudiará las necesidades de empleo y cuotas de visas de trabajo, hasta la legalización de los inmigrantes indocumentados, entre ellos jóvenes estudiantes y trabajadores agrícolas. No es una propuesta perfecta, pero ayuda a avanzar el diálogo a nivel legislativo, para contrarrestar posiciones más punitivas y anti-inmigrantes que han surgido últimamente en otros estados, como Alabama y Arizona.
La autorización o legalización de los indocumentados no es ninguna dádiva acorde a esta propuesta legislativa. Para aquellos que quieran regularizar su estatuto migratorio, el proceso viene acompañado de más sanciones que incentivos. Así, si una familia desea regularizar su estatuto migratorio y permanecer en el país, deberá pagar una multa, impuestos retrasados y una cuota de solicitud del estatus temporal. Además, demostrar que posee conocimiento del inglés, que no tiene historial criminal y esperar entre seis u ocho años para obtener la residencia permanente.
Así las cosas, dado el actual clima económico y político, analistas coinciden en destacar que cualquier intento por autorizar una reforma migratoria está casi sepultado en la actual administración. El surgimiento hace algunos meses de movimientos muy coyunturales y poco orgánicos y articulados como el Tequila Party busca frenar posiciones xenófobas y anti-inmigrantes de representantes del Tea Party. Su objetivo principal va más en la senda de asegurar el registro de votantes hispanos para las elecciones del 2012 y mandar de nuevo el mensaje sobre la necesidad de una reforma migratoria comprensiva a posteriori. Tal parece que, el año entrante, los demócratas tendrán la tarea cuesta arriba para asegurarse la apática participación en las urnas de los votantes hispanos, quienes en las elecciones de medio término en 2010 solo representaron el 31% del total de votos, en contraste con el 50% y el 44% de la población blanca y afroamericana, respectivamente.
¿Un doble shot de tequila anyone?
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