La semana pasada se leyó dos veces su pasión. No pude dejar de pensar en algo en lo que no había reparado antes. Al momento en que Pilato lo interroga frente a los judíos, la autoridad sacerdotal lo acusa de ser una amenaza para Roma. Sueltan a un delincuente por la fiesta. A la pregunta de qué ha hecho no hay respuesta ni razón. No hay lógica que valga. El argumento se desvanece. Lo único que se escucha es: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Esa palabra marcará el futuro de un hombre que había defendido aquello en lo que creía y amaba.
En estos últimos tiempos parece que aquel grito se vuelve a dar, una y otra vez. De la misma manera, sin saber a ciencia cierta el porqué, hoy juzgan los que tienen una voz autorizada. Dicen, critican, desinforman, esconden. Son los nuevos sacerdotes de la verdad: son el medio de comunicación, el empresario o el político que hace gobierno. El grito vuelve a tumbar, a decir que se encierre, se humille y se torture. Es importante que el justo se vea como delincuente y que su delito sea inventado y legitimado por la justicia, por un Pilato cobarde, complaciente con la élite y con el pueblo sin conciencia de lo que realmente pasa. Se lava las manos, pero no puede dejar de ser responsable de lo que sucederá con ese hombre. La justicia guatemalteca hace lo mismo.
Es en Guatemala donde se escucha de nuevo «crucifícalo» por denunciar y defender la vida y el lugar de donde somos. En Guatemala hay presos políticos. Quien se atreva a negarlo es porque la ceguera voluntaria es también una manera de tomar partido en este país y de resguardar intereses. Y entonces tenemos que preguntarnos qué intereses estamos amparando bajo el discurso de proteger al Estado de Guatemala, el orden, la paz. Si se quiere ver como delincuentes a quienes han levantado la voz y se han comprometido a comenzar a construir nuevas realidades, antes se debe preguntar al Estado que encarcela e incita a que gritemos «crucifícalo» de lado de quién está.
Son Rigoberto Juárez y Domingo Baltazar. Son otros hombres en Huehuetenango. Son periodistas. Son y por lo visto serán muchos más. Cuidado, guatemalteco y guatemalteca. No hay que caer tan fácilmente en el juego cínico de quienes legitiman con tu voz sus negocios sucios, sus megaproyectos violentos. Ten cuidado de no actualizar cotidianamente el «crucifícalo» para que otros saquen ganancia con la cárcel, la persecución y la tortura de muchos hombres y muchas mujeres que luchan por el país que queremos.
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