¿Qué nos espera en caso la apatía y el temor de la ciudadanía persistan en este momento crítico del proceso electoral?
Para los dictadores y los corruptos, nada es mejor que una ciudadanía apática, desinteresada por los problemas nacionales, dedicada a resolver los abundantes problemas personales y familiares. Para el estamento corrupto, es un deleite que la ciudadanía tenga miedo de la represión violenta, que fomenta y afianza ese convencimiento colectivo nefasto de que no vale la pena arriesgar la salud, e incluso la vida, por tratar de rescatar un país que, de todas formas, ya está perdido.
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Me parece que en Guatemala impera este pesimismo, esta resignación de que ya nada vale la pena, excepto sobrevivir o largarse huyendo como migrantes forzados. Que la esperanza de una vida mejor existe solo en el extranjero, en el norte, y que mientras uno no pueda huir, la vida se trata de sobrevivir y aguantar, hasta que surja la oportunidad.
Semejante tragedia social es particularmente aguda y manifiesta en la juventud guatemalteca. Esos millones de chicas y chicos que, aun teniendo ya la edad, no se empadronaron y no votarán en este 2023. Que les da lo mismo si Giammattei miente y presenta un informe de tercer año de gestión de gobierno, plagado de exageraciones e información confusa y que lo último que les interesaría hacer, es investigar la veracidad de lo que dice. Eso porque tienen cosas más importantes qué hacer, como sobrevivir y ver cómo se largan a los Estados Unidos a tratar de encontrar algo mejor de lo que tienen acá. Pero, principalmente, cuando Giammattei habla de que 2022 fue el «año de los logros», para ellas y ellos la realidad es que fue un año de angustia y frustración, porque no consiguieron trabajo, y se sienten ya condenados a una vida de privaciones y penas.
Y esa desazón no es porque no haya opciones que podrían resultar interesantes en las casi treinta precandidaturas que se espera se inscriban, o por lo menos, intenten inscribirse, tanto de posición ideológica a la izquierda como a la derecha. Simplemente, el convencimiento colectivo es que esas opciones que podrían hacer la diferencia, en realidad no tienen posibilidad de ganar, porque imperará el régimen de corrupción e ilegitimidad. Con un Tribunal Supremo Electoral capturado, trágicamente carente de credibilidad y legitimidad, la gente sabe que en las elecciones de 2023 prevalecerán los acarreados, las cancioncitas, las gorras y las playeras, las bolsas de alimentos y las láminas, en el mejor de los casos. Porque, quizá para la candidatura ganadora, el verdadero determinante del resultado electoral será la presencia intimidante de los fusiles narcos, desde las corporaciones municipales, las diputaciones hasta la presidencia de la República.
Es por este panorama que nuestros jóvenes no se han empadronado, y no les interesa hacerlo. Para muchos, la apatía no es por irresponsabilidad, sino por no ser cómplices de la elección de un gobierno corrupto y narco, aún peor que el de Giammattei.
Todo esto es entendible, y es difícil pedirle a la gente que no piense ni actúe así. Lo malo es que es un círculo vicioso muy útil y sabroso para las mafias, porque cada vez más disfrutan de las mieles de la riqueza y el poder mal habido. Mientras el resto, la enorme mayoría guatemalteca, continúa hundiéndose en la miseria y la iniquidad.
Este es un escenario peligrosísimo, porque va dejando a la violencia como la única forma de romper el círculo vicioso actual. ¿Qué debería ocurrir para que la ciudadanía despierte y evitemos otra tragedia como la que ya vivimos en la guerra civil?
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