A un hecho aún oscuro –no hay cadáver ni móviles concretos del crimen– se le añaden cada día más meandros y explicaciones poco documentadas, llegándose a establecer complejas conspiraciones a la que se suman día con día más crímenes y desconocidas redes delincuenciales cuyos intereses aún no se tienen claros.
No obstante lo anterior, lo cierto es que hay un sospechoso principal y a estas alturas único: su esposo, con quien contrajo nupcias dentro de la felicidad y entusiasmo de las dos familias, realizada con toda las de la ley y celebraciones. Partamos, pues, del supuesto de que el ahora reo es culpable del crimen, cuestión que según parece encanta y satisface a la inmensa mayoría de los que se interesan por el tema, y tratemos de pasar rápidamente revista a ese subsistema escolar del que él y su desaparecida esposa fueron producto.
Ambos egresaron de centros educativos de prestigio, en los que desde hace mucho tiempo supuestamente se inculcan determinados valores y creencias. En el caso del reo la mayor parte de su escolaridad la realizó en un colegio de orientación religiosa y donde, supuestamente, se han formado las élites del país. Es posible entonces que las autoridades de ese centro educativo, así como los docentes de ahora y de su época se puedan estar preguntando sobre qué fue lo que, a su paso por las aulas, no se hizo bien si, como se supone, es el hechor de tan horripilante crimen. Siendo un centro orientado desde la fe cristiana, al niño y luego adolescente no sólo se le hizo memorizar normas y creencias sino, se supone, se le inculcaron prácticas orientadas al respeto a los demás y, sobre todo, a su pareja.
Los responsables del establecimiento bien pueden decir que el comportamiento del reo es atípico, pues ese proceder criminal no es, ni mucho menos, común entre sus egresados, a lo que bien valdría preguntarles: si no es común, ¿cómo es que no detectaron esa tendencia tan atípica y trataron de reorientarle? Porque es innegable que en muchos aspectos de su vida laboral y personal el ahora detenido ha demostrado haber introyectado los valores que en esos colegios y ambientes se estimulan:
Es, parece, un padre amoroso y cuidadoso de la educación de sus hijos –aun fugitivo trató de proveerles una educación de élite.
No se le saben, tampoco, infidelidades amorosas mientras convivió con la señora Siekavizza de Barreda. Y, además, es un emprendedor a toda prueba, al grado que apenas se estableció en México creó su propio negocio, mismo que por lo que parece le proveía ya de beneficios. Lo había demostrado durante sus años de matrimonio, habiendo creado empresas con la habilidad que todos los emprendedores tienen: se cumple la ley a medias y se tienen siempre altos beneficios.
Era, también, un marido clásico, pues asumió su función de proveedor en condiciones exigentes, al grado de morar en un condominio de alto nivel sin que su esposa tuviera que dedicarse a labores remuneradas a pesar de haber egresado de la Universidad Francisco Marroquín. Y si cuando funcionario público se le hicieron algunos reparos, aún allí se comportó como la mayoría de los egresados de esos colegios que realizan función pública: se les acusa de ciertas faltas pero no se le llegó a comprobar mayor cosa.
El “cole”, pues, parece que en los aspectos económico-profesionales cumplió su cometido, ya que le proveyó de cierta instrucción que le permitió luego adquirir los conocimientos empresariales que le llevaron a desarrollar negocios exitosos, si por éxito entendemos que obtuvo los recursos necesarios para dar a su familia las comodidades exigidas en su grupo social de referencia.
¿Qué fue lo que falló entonces? Porque es evidente que si asesinó a su esposa y luego escondió el cadáver, esto no fue producto de un simple accidente, cometido involuntariamente, sino consecuencia de toda una cadena de hechos que desencadenaron comportamientos violentos en contra de una mujer que, en este caso, no le era extraña, sino que era a quien había prometido ante un altar y con toda convicción religiosa, amar y respetar por toda la vida.
¿Por qué si su escolaridad le llevó a desarrollar un relativo exitoso comportamiento empresarial no le condujo también a tener una relación sana con su compañera de vida? ¿Será que los comportamientos en la vida familiar y de pareja no son influidos por la educación escolar y quedan simplemente reducidos al espacio familiar, o peor aún, no son aprendidos y, en consecuencia, resultan inevitables? Si la respuesta a la segunda pregunta es afirmativa, tendríamos que aceptar que la escuela sólo instruye pero no educa, no importando en consecuencia dónde esta instrucción se realice. Cierto, al aceptar este criterio los directores y profesores del “cole” donde el ahora reo se escolarizó pueden seguir durmiendo tranquilos y continuar haciendo igual lo que hasta ahora han hecho, pues ellos no tenían por qué ni cómo evitar que un alumno promedio se convierta luego en asesino de su esposa.
Pero si los colegios y escuelas pueden salir así absueltos de cualquier responsabilidad en los comportamientos criminales de sus ex-alumnos, ¿Que es entonces eso de educación en valores? ¿No será que sin proponérselo explícitamente nuestro sistema escolar y sus establecimientos, con su forma de instruir y formar, estimulan el machismo y la violencia? ¿Será que efectivamente los docentes del “cole” son totalmente inocentes del comportamiento de sus alumnos cuando adultos?
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