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El círculo rojo (I)

Comparten celda en la cárcel VIP, la Brigada Militar Mariscal Zavala, llamada así en honor al Mariscal de Campo José Víctor Ramón Valentín de las Ánimas Zavala y Córdova, héroe olvidado de la guerra contra William Walker y sus filibusteros.
"La corrupción existe en todo. A partir del gobierno de Berger, todas las dependencias tenían que aportar a la presidencia un porcentaje de la comisión que se cobraba a la obra pública. Conmigo era al revés. Como los sueldos de los ministros eran muy bajos, yo les daba un complemento. Tenían sobresueldo, sacado del Estado Mayor Presidencial".
Alfonso Portillo y los hermanos Valdés Paiz. Los tres amigos. Fotografías de Sandra Sebastián
Portillo prepara café para los tres.
Estuardo Valdéz y Alfonso Portillo tienen fascinación por la lectura.
Un abrazo.
Portillo y Francisco Váldes escuchan al menor de los hermanos.
Francisco Valdés lee un texto que trata sobre el ex presidente.
Todos sonríen luego de una broma del ex presidente.
A Alfonso Portillo le gusta el cine. Tiene una amplia colección de películas.
Una edición especial de "Rebelión en la granja" de George Orwell.
La cama de Francisco Valdés Paíz.
Le pido a Dios...
La ropa del ex mandatario.
La biblioteca de Portillo sobresale en la celda.
El gusto por la lectura de Alfonso Portillo se extiende a varias disciplinas.
Los libros y las botas.
La cabecera de la cama de Portillo.
Los tres amigos.
La cárcel del Mariscal Zavala.
Todos los días, los tres, hacen su rutina de ejercicios.
Hacer pesas le distrae.
Francisco Valdés está siempre atento a ayudar a su amigo.
Francisco Valdés y Alfonso Portillo fabricaron una pesa de varias libras.
Improvisando un lugar para ejercitarse.
Francisco Valdés Paiz mostraba orgulloso su espacio donde realizan ejercicios.
La simpatía entre Portillo y el mayor de los hermanos Valdés Paiz es evidente.
"Una foto con el comandante", dijo Francisco Valdés Paiz.
Un saludo desde adentro para afuera de la carcel.
Alfonso Portillo, ex presidente de Guatemala.
Dentro de la carcel del Mariscal Zabala.
Francisco Valdés Paiz.
Estuardo Valdés Paiz.
Alfonso Portillo Cabrera.
Tipo de Nota: 
Información

El círculo rojo (I)

Historia completa Temas clave

Él es un ex presidente. Ellos, empresarios y finqueros. Para ellos, él tendría que ser nada menos que el diablo. Para él, ellos sus enemigos naturales. Pero la vida, que disfruta gastando esa clase de bromas, los reunió en prisión. Él es Alfonso Portillo Cabrera. Ellos, los hermanos Francisco y Estuardo Valdés Paiz. Desde hace casi tres años comparten las cuatro paredes de una celda. Esta es la historia –dividida en tres partes– de cada uno y la historia de su amistad, basada en conversaciones sostenidas con ellos entre octubre y diciembre de 2012.

Primera parte 

Siddhartha Gautama, el Buda, dibujó un círculo con un trozo de tiza roja y dijo: “Si unos hombres, incluso aunque ellos lo ignoren, deben volver a encontrarse un día, pese a lo que les haya podido suceder o a los caminos divergentes que hayan seguido, ese día, ineluctablemente, serán reunidos en el círculo rojo".

Citado de la película Le Cercle Rouge, de Jean Pierre Melville

 

Él es un ex presidente. Ellos, empresarios y finqueros. Él ha sido señalado, a veces con reposado juicio, otras con iracunda exaltación, de encabezar el gobierno más corrupto de la historia democrática. La vida de ellos, hasta enero de 2010, cuando los periódicos comenzaron a imprimir con tinta negra sus nombres, había permanecido en el anonimato de quienes se dedican a lo suyo, aunque tengan influencia en la vida de los otros. Él, aunque llegó al poder de la mano del partido que hace casi tres décadas fundara el General que ganó la guerra contrainsurgente con un genocidio de por medio, se considera a sí mismo un hombre de izquierda. Ellos, porque así se los dicta la cuna, la historia, las propiedades y los lazos matrimoniales, pertenecen a la acomodada clase conservadora. Él es hijo de un diputado arbencista y una líder sindical, militó en el Ejército Guerrillero de los Pobres y su enfrentamiento, cuando fue presidente, con la cúpula empresarial, ha adquirido matices legendarios. Para ellos, él tendría que ser nada menos que el diablo. Para él, ellos sus enemigos naturales. Pero la vida, que disfruta gastando esa clase de bromas, los reunió en prisión. Él es Alfonso Portillo Cabrera, que enfrenta dos procesos judiciales, uno en Guatemala, por peculado, y otro en Estados Unidos, por lavado de dinero. Ellos, los hermanos Francisco y Estuardo Valdés Paiz, acusados de haberle facilitado a Rodrigo Rosenberg los sicarios con los que éste se mandó a asesinar a sí mismo. Desde hace tres años comparten las cuatro paredes de una celda: lecturas, películas y secretos, los silencios y las risas, el miedo, las lágrimas y las horas muertas que vienen después de la tristeza. Ésta es la historia de cada uno y la historia de su amistad, basada en conversaciones sostenidas con ellos entre octubre y diciembre de 2012.  

Matamoros, una introducción

Un pequeño radio de transistores fue de los pocos objetos que Francisco Valdés Paiz, el mayor de los dos hermanos, consiguió que los oficiales del Sistema Penitenciario le permitieran ingresar al calabozo. Esa noche, como todas las noches, sintonizó el noticiero y se llevó el aparato al oído. Primero escuchó la característica sirena que anuncia las noticias de última hora y luego la voz congestionada de un reportero que informaba que, en ese momento, a bordo de una unidad del Sistema Penitenciario, el ex presidente Alfonso Portillo estaba siendo trasladado al Cuartel Matamoros.

— Muchá —interrumpió Francisco Valdés la conversación entre su hermano y Diego Moreno Botrán— ¡Portillo viene para acá!

“El más preocupado era Diego”, me contaría Francisco después, “Imagínese, nos habían pintado aquel monstruo”.

La noche del 7 de julio de 2010, Alfonso Portillo Cabrera, en prisión desde principios de ese año, fue trasladado del preventivo de la zona 18 al Cuartel Matamoros, en la zona 1, un viejo fuerte construido a mediados del siglo XIX por órdenes del presidente conservador Rafael Carrera. La Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala, Cicig, había alertado al juez quinto de instancia penal, Mario Najarro, de la existencia de un plan del crimen organizado para asesinar al ex presidente y en el preventivo no se contaba con capacidad para proteger su vida.

En la mañana de ese mismo día, se entregó Diego Moreno Botrán, cuya hermana está casada con Estuardo Valdés Paiz y cuyo apellido materno remite de inmediato a la más vetusta oligarquía. Acusado por la Cicig y el Ministerio Público de haber obstaculizado durante cerca de seis meses la localización de los Valdés Paiz, Moreno Botrán se encontraba prófugo desde el 10 de junio. Después de hacerle saber los motivos de su detención, Moreno Botrán fue enviado a guardar prisión preventiva al cuartel Matamoros, junto a su cuñado.

Por solicitud de la Cicig, el 25 de junio había entrado en vigencia el acuerdo ministerial 126-2010, que permitía habilitar centros de privación de libertad al interior de bases militares. Según Nery Morales, entonces vocero del Ministerio de Gobernación, la medida aplicaría “para aquellos sujetos procesales de casos de alto impacto —que lleva la Cicig— que sean considerados vulnerables o que su integridad física corra algún riesgo”. Dos días después de publicado el acuerdo, luego de meses de haber sido declarados prófugos, se entregaron, en la sede de la Cicig, los hermanos Francisco y Estuardo Valdés Paiz. Comparecieron ante la jueza Verónica Galicia del juzgado décimo de primera instancia penal y luego fueron enviados a guardar prisión preventiva al cuartel Matamoros. Los hermanos Valdés Paiz se convertían así en los primeros ocupantes de un calabozo militar, originalmente destinado, quizá, para castigar insubordinados, vuelto ahora una celda para presos cuyas vidas corrían riesgo si se les internaba en las cárceles tradicionales.

En agosto de 2010, los tres internos y Jacobo Salán Sánchez, detenido poco antes por sus vínculos con el caso Portillo, fueron trasladados de Matamoros a la Brigada Militar Mariscal Zavala (Diego Moreno Botrán había salido libre una semana después de su captura). Los contactamos, dos años más tarde, para que nos contaran sus vidas durante ese tiempo y la amistad que se había establecido entre ellos. Comenzaría así a adentrarme, un poco con descuido, en esa zona en donde la realidad parece querer negarse a sí misma para convertirse en el argumento de una novela negrísima.

Mariscal Zavala, la cárcel VIP

8 de la noche. Llamada entrante en el celular. “Te saluda Francisco Valdés”. Quería que nos conociéramos personalmente y les contara de qué se trataba el reportaje. No le aclaré entonces que, en sentido estricto, no tenía intenciones de hacer un reportaje. “Alfonso está también muy interesado”, dijo, y luego me dio un nombre y un teléfono. Esa persona, de la absoluta confianza de Francisco Valdés, me acompañaría en la primera visita.

Quedamos de encontrarnos con J (así le llamaremos) a las diez de la mañana en el centro comercial Metro Norte: una sucesión de irregulares cubos de cemento, puestos como por capricho u obedientes a no se sabe qué torvo impulso arquitectónico, ennegrecidos sus colores por la mugre y el humo de diesel expelido por buses agonizantes (incluso los nuevos, los que ostentan los colores patrios, los llamados Transurbanos y que se detienen frente a Metro Norte, parece que ya también agonizan). Metro Norte es además un festín para los oídos, cada tres pasos una nueva fuente de mal habido reggaeton. Por encontrarse en la salida al Atlántico, Metro Norte es un punto de referencia en una zona sin puntos de referencia. Allí se reúne todo el mundo, hay espíritu de frontera en Metro Norte, los cuerpos se encuentran, se miran, intercambian toda suerte de información y luego se separan, toman caminos opuestos y desaparecen entre apuñuscadas aglomeraciones de seres humanos que, al menos en apariencia, tienen un lugar a dónde ir.

Faltaban, no sé, 40 minutos, media hora. De modo que encendí un cigarro y me puse a ver a través de la malla carcelaria que separa a Metro Norte de la calle. Hay un puente peatonal (pasarela, le llaman) que conecta ambos lados de la ruta hacia el Atlántico. Frente a mí, las montañas cubiertas por chabolas, no alcanzo a verlas con nitidez pero las imagino: paredes de tablas rotas, techos de lámina oxidada, trozos de plástico para frenar el paso de la lluvia. Y quizá también la desesperanza. Y más allá, hacia el norte, las zonas a dónde los reporteros de nota roja van a pescar malas noticias, noticias tristes que se hacen acompañar de nombres arbitrarios como El Limón, La Atlántida o, mejor aún, Paraíso I y II. Volteé. Metro Norte y el gentío. Un Pollo Campero atestado de cabezas. No alcanzaba a ver más que cabezas. Quizá algunas de ellas planificaban algún asesinato: una, por ejemplo, daba cuenta de los detalles, mientras otra escuchaba y le hincaba el diente a una pechuga de pollo frito. No son cuentos, así se planificó el asesinato del abogado Rodrigo Rosenberg, en un Burger King. Y después de perpetrarlo, los asesinos volvieron al mismo sitio, a desayunar. Lo que significa que el crimen lo cometieron en ayunas. El reloj en el celular: quedaba poco tiempo para divagaciones.

Finalmente apareció J. Iba acompañado. De modo que ocupé el asiento trasero y me puse a contarles quién era yo mientras recorríamos la cortísima distancia que separa Metro Norte de la Brigada Militar Mariscal Zavala, llamada así en honor al Mariscal de Campo José Víctor Ramón Valentín de las Ánimas Zavala y Córdova, héroe olvidado de la guerra contra William Walker y sus filibusteros. Para ingresar, basta con decirle a uno de los soldados aburridos que resguardan la garita: vamos al sistema. Ellos ya saben. “Al sistema” significa “al sistema penitenciario”. No significa, como me sonó a mí, que nos dirigíamos, por ejemplo, al corazón del “sistema”, esa escalofriante abstracción. Aunque quizá sí. Unos dos kilómetros después, al final de una carretera perfectamente asfaltada, hay otra garita y un nuevo grupo de soldados aburridos. Y yo entonces me obligué a recordar el Nung River y al capitán Willard diciéndose (con cara de ahuevado) que Kurtz estaba cerca.

Después de dejar el DPI (documento personal de identificación) y apuntar en el libro de visitas mi nombre, el nombre del visitado y mi relación o parentesco con él (renglón en el que escribí “amigo”, copiándole al desconocido visitante que se registró en la línea de arriba), ingresamos al edificio gris de dos niveles custodiado ya no por soldados sino por oficiales del sistema penitenciario. Una vez franqueada esa última línea de seguridad, seguí a J por unas gradas hacia el segundo piso. A mi izquierda, ventanas tapiadas y puertas de hierro cerradas con gruesos candados. A mí derecha, al otro lado de la baranda, el tupido bosque con rodea las instalaciones de la Brigada. Un hombre delgado, de mediana estatura, vestido con ropa deportiva y cubierto de sudor, nos cerró el paso. Saludó a J con un abrazo efusivo, de prolongados segundos. Después me saludó a mí y sonrió. No se parecía mucho a la persona cuya fotografía había publicado la Cicig a principios de 2010. Quizá el encierro, la angustia, el miedo, yo qué sé, habría que haber estado preso para decirlo con rigor. Era Francisco Valdés Paiz, el hombre que, junto a su hermano, fue acusado de planificar un asesinato sin que supieran que el muerto iba a terminar siendo el abogado Rodrigo Rosenberg Marzano.

— Venga Arnoldo, le voy a presentar al comandante.

Frente a nosotros se abrió una terraza de cemento crudo cubierta parcialmente por un toldo de lona. Allí estaba: la cárcel VIP de que hablaban los comentaristas. Reconocí a Aldo Figueroa y a Víctor Soto, del caso Pavón. En una esquina, sentado sobre un tambaleante banco de plástico y cubierto hasta el cuello con una toalla blanca —solo la cabeza asomaba impaciente por un extremo del capullo—, se dejaba cortar el pelo por dos muchachos juguetones Adolfo Vivar, el alcalde de la Antigua Guatemala acusado de lavar Q.23 millones. Estuardo Valdés, con audífonos, gorra y anteojos oscuros, pasó trotando junto a mí y, debajo del toldo, entregado a la repetición de dolorosas abdominales, el ex presidente Alfonso Portillo. El comandante. Francisco se le acercó y se inclinó para decirle que yo había llegado.

— Qué tal Arnoldo—me dijo mientras se incorporaba.

Se acercó a mí con parsimonia y una sonrisa generosa. Nos dimos un abrazo. ¿Qué iba yo a hacer? Era emocionante conocer al ex mandatario más controversial de nuestra historia reciente.

Francisco nos alcanzó unos bancos. Al parecer, si algo sobra en la cárcel de Mariscal Zavala son tambaleantes bancos de Guateplast (no hay manera de anticipar qué artículos acabarán siendo de primera necesidad en un sitio como aquél). Nos sentamos en triángulo Francisco Valdés, Alfonso Portillo y yo. Estuardo continuaba trotando, agotando el pequeño circuito autorizado. Portillo, con una mirada que me pareció ligeramente inquisidora (los ojos entrecerrados sin parpadear, las facciones de pronto petrificadas), me cuestionó sobre mis expectativas, en qué consistía mi interés por entrevistarlos. Considerando la polémica que envuelve a los protagonistas de esta historia, se me hizo necesario recitar una suerte de declaración de principios:

1. El interés primordial era contar la historia de su amistad. La vida, primero, los había colocado a cada uno en un extremo opuesto del barranco (por usar una imagen tan guatemalteca: Guatemala es un país de barrancos) y, luego, les había tendido un puente. Ese puente es la prisión. Por una razón no demasiado difícil de deducir, contar la historia de ellos era una forma también de contar Guatemala, ese magnífico enredo.

2. A continuación, narrar sus historias particulares y luego narrar la cotidianidad: la sucesión de horas que constituyen la savia invisible de las historias. 

3. Les dije después que yo era una suerte de paracaidista en esto del periodismo. Que a mí me iba la literatura y que no había llegado ahí obedeciendo ninguna clase de agenda. Que ni siquiera uso agenda, apenas una libretita anillada.

4. Todo lo cual, formaba parte, además, del interés de Plaza Pública por contar historias que, desde distintos ángulos, nos expliquen Guatemala (¿cómo es la Guatemala que ven desde la privación de libertad un ex presidente y unos empresarios?). En consecuencia, no iba a ser ésta una publicación ni exculpatoria, pero tampoco condenatoria, de sus particulares situaciones judiciales.

— Me parece bien —dijo Portillo —De todos modos sí te vamos a dar un par de exclusivas, a ver si te interesa ponerlas.

— ¿Saben a qué me recuerda la historia de ustedes? —dije. —A una película, no sé si la vieron, una película francesa, de Jean Pierre Melville. Se llama El círculo rojo.

Luego cité de memoria el epígrafe del Buda y me le quedé viendo a Portillo, esperando su reacción. Había escuchado acerca de su amor por el cine y quería conocer sus gustos. Pero no me respondió de inmediato. Sí, sí, dijo después, me suena. Nos pusimos a hablar de otras cosas y, al cabo de unos diez minutos, como si durante todo ese tiempo hubiese estado escarbando en su cineteca mental, dijo:

— ¡Ya sé! Esa que vos decís es con Yves Montand y Gian María Volonté.

— Y Alain Delon —dije yo.

— Y Alain Delon —repitió Portillo — Es buenísima, no se me olvida una escena en donde uno de los policías tiene un ataque de delirium tremens.

— Pero lo único que me falta, para que esta historia sea como El círculo rojo, es que ustedes se hubieran conocido antes — dije.

— Es que nosotros nos conocimos antes —dijo Francisco Valdés —Alfonso y yo nos conocimos cuando Alfonso era presidente, yo lo fui a ver a Casa Presidencial por un problema que teníamos con el IGSS. ¿Y sabe qué me dijo Alfonso cuando nos despedimos? “Me dio mucho gusto conocerlo, Francisco, porque usted es un hombre con huevos. Ya vamos a tener tiempo de tomarnos un trago y platicar”.

No sabían entonces que “si unos hombres, incluso aunque ellos lo ignoren, deben volver a encontrarse un día, pese a lo que les haya podido suceder o a los caminos divergentes que hayan seguido, ese día, ineluctablemente, serán reunidos en el círculo rojo”. Y que sería precisamente tiempo para platicar lo que iba a sobrarles.

 

Esto es calentamiento global, hermano: el apocalipsis según Portillo

 

Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad.

Marco Aurelio, emperador romano y filósofo estoico

Buena parte del tiempo que el ex presidente Alfonso Portillo ha permanecido en prisión, se lo ha dedicado a la lectura. “He leído 83 libros de filosofía desde que estoy preso y estoy maravillado porque lo que soñé que quería estudiar, el tiempo me lo dio”. Tiene además una televisión y un reproductor de DVD y ha contagiado a los hermanos Valdés con su pasión por el cine. Una de las tardes que conversé con él se nos fue en revisar y comentar nuestras películas favoritas. Hablamos de westerns, de John Ford, de La diligencia, de Centauros del desierto, pero sobre todo de El hombre que mató a Liberty Valance, esa obra maestra sobre alguien que descubre que el momento definitivo de su vida, el único en que tuvo oportunidad de demostrar su valor, estuvo basado en una ilusión, en una mentira.  Me recomendó Dersú Uzalá, de Kurosawa, quizá la mejor historia jamás rodada sobre la amistad. Y por último hablamos de El círculo rojo, un policial cuyo tema es el destino: los pasos que conducen a dos hombres hacia lo inevitable.

— Y el gran mensaje —dijo Portillo —¿Qué diferencia hay entre el policía y el ladrón?

Si tuviera que caracterizarlo, diría que Alfonso Portillo parece encarnar, casi con descaro, al oriental clásico, ese estereotipo surgido del páramo indómito, polvoriento y ganadero, que se extiende desde Santa Rosa hasta Izabal (o hasta Petén) y que es bastante más que la camisa a cuadros, el sombrero, la hebilla y las botas. Es también la afición por las armas, una obsesión casi siciliana por el honor y la osadía (es decir, los huevos), una fecunda y legendaria locuacidad para contar historias de toda especie (de ahí que exista la Asociación Zacapaneca de Contadores de Cuentos y Anécdotas, AZCCA, un intento por institucionalizar la cháchara narrativa) y una propensión, que no es literaria sino vital, hacia el género de la picaresca: vean nomás a Velorio y su personaje Tío Chema Orellana, a los Tres Huitecos, a Jacinto Aldana y a Pedro Urdemales. En realidad, Pedro Urdemales es un personaje traído de España (al igual que la picaresca) y está presente en las tradiciones de toda América Latina. En Guatemala, fue justamente en Zacapa donde lo adoptaron como propio, con su ingenio y su laberíntica imaginación para salirse siempre con la suya. Pero además, con el bigote bien aceitado y cabalgando por los cenicientos pueblos que arden bajo el sol, al Pedro Urdemales de Zacapa lo usaron también para defender a los pobres “chingando a los ricos, a los curas y a los chafas”.

Portillo, además, proviene de una familia de políticos. Su padre participó activamente en la Revolución de Octubre de 1944 y fue diputado durante el gobierno de Jacobo Árbenz. Su madre, líder sindical, militó en las filas del Partido Revolucionario, de Mario Méndez Montenegro. Todo lo cual permite intuir que el ex presidente cumplió, como tantos otros, una suerte de destino genealógico y desde muy joven se involucró en política, optando por una de las pocas formas que en los setenta era posible hacerlo: militando en una organización clandestina. “Yo fui miembro del EGP (Ejército Guerrillero de los Pobres), yo era el que redactaba la parte económica de noticias de Guatemala en México. Me incorporé con el procedimiento formal y todo, frente a la bandera y la efigie del Ché. Y es que cuando yo pedí incorporarme al frente de lucha aquí, incorporarme a la guerra, se me dijo que no porque era más útil en México”.

Durante sus años en México, Alfonso Portillo se licenció en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Guerrero y se lanzó como candidato a decano de la Facultad de Derecho. Perdió la decanatura y, en el trayecto, ganó enemigos. Una noche, la famosa noche de Chilpancingo, dos de ellos le mostraron sus armas. Portillo disparó primero. En principio intentó huir, ha contado en repetidas ocasiones, pero cuando se vio acorralado, disparó y sus dos enemigos cayeron. Hay versiones, sin embargo, que insisten en que los que murieron iban desarmados. Eso fue en 1982. Guatemala estaba siendo entonces gobernada de facto por el general Efraín Ríos Montt, hoy acusado en tribunales guatemaltecos por el delito de genocidio. Siete años después del incidente en Chilpancingo y de convertirse en prófugo por esa misma causa, Portillo volvió a Guatemala. Era el año 1989, el proceso de paz apenas comenzaba y los peores años de la guerra habían quedado atrás. En Guatemala había democracia. Frágil y “tutelada”, si se quiere, pero democracia al fin: nueva constitución, tímidas instituciones nacientes, coloridos partidos políticos y candidatos civiles luego de una seguidilla de gobiernos militares que se prolongó por tres décadas. Portillo se unió entonces a la Democracia Cristiana, el partido político que llevó al poder a Vinicio Cerezo Arévalo, el primer presidente de la “era democrática”. Llegó a ser su secretario general adjunto y, en 1993, luego del autogolpe de Serrano Elías, Portillo ganó una curul en el Congreso. Pasos todos que lo condujeron hacia su destino final: el Frente Republicano Guatemalteco, el partido de Ríos Montt. Y fue ahí, en el hemiciclo, en donde por primera vez se vieron frente a frente y se estrecharon las manos.

— ¿Cómo hizo para empatar su pasado de izquierda con la agenda de alguien a quien podríamos llamar el General contrainsurgente por antonomasia?

— El General siempre me simpatizó personalmente, sin conocerlo. Yo me fui al exilio en el 71, me voy a México durante el gobierno de Arana. Ya sabía que me podía ir feo porque yo pertenecía al grupo de Edgar Palma Lau en la Facultad de Derecho. Entonces en el 74 regreso, vengo a votar cuando el General es candidato por el Frente Nacional de Oposición,  con Alberto Fuentes Mohr y Manuel Colom Argueta, imagináte, y lo veo entonces como a un hombre nacionalista, anti oligárquico. Esa es la impresión que tengo del General. Claro que no le había tocado su participación contrainsurgente, ¿verdad?, que es otra cosa.

— ¿Cómo se conocieron?

— Coincidimos finalmente, años después, cuando viene la depuración del Congreso. Yo encabezo el listado nacional de la Democracia Cristiana y él encabeza el listado nacional del FRG. Llegamos al Congreso a terminar el período que se había empezado. El primer discurso que yo doy, el día que tomamos posesión, es el 15 de septiembre de 1994 y es contra el FRG. Causó un gran impacto porque fue el discurso del día de la toma de posesión del nuevo Congreso… Fijáte cómo es la vida de simpática, la noche anterior, como no podía dormir, me levanté y dije voy a revisar algunos libritos que tengo por aquí. Yo siempre he admirado mucho a Mirabeau y tenía un librito que se llamaba Discursos de Mirabeau ante la Asamblea Nacional Francesa, y leo el primer discurso, en donde habla del poder soberano de Francia, los principios de libertad, igualdad, fraternidad, lo que significa la democracia, y entonces escribo todo eso en un papel amarillo rayado. De repente me toca, dije, y con esto hago un guión. Entonces viene la elección de la junta directiva, al día siguiente, y el que presenta la planilla para dirigir el Congreso es Gabriel Orellana, del FRG, y se echa un discurso…

El general Ríos Montt encabeza para ser presidente del Congreso y nosotros nos reunimos con el PAN y proponemos a Arabella Castro. Y a los 13 diputados, en donde estábamos Lizardo Sosa, yo y otros más, nos molestó mucho el discurso de Gabriel, porque hizo una planilla en donde dejaba afuera a la DC, y cuando justifica por qué la deja afuera, dice: dejamos afuera a la Democracia Cristiana por el mal gobierno que hicieron y esto tiene que ser una muestra del rechazo a un gobierno que le falló al pueblo. Yo era el jefe de bancada. De repente me suena el teléfono de la curul y contesto, Compañero, era Alfonso Cabrera, que estaba viéndolo todo en la televisión, desde su casa, échele verga a ese hijoelagranputa, que nos acaba de decir eso. Estábamos en vivo en la televisión. Entonces me acuerdo del papelito amarillo, lo saco y me voy pegando una cagada en el General… La televisión era tan cabrona, que cada vez que yo mencionaba al General y le daba verga, le ponían la cara. Después del discurso, el primero que se me acerca, yo no lo conocía, fue Acisclo Valladares, que era fiscal, y me dice: vos vas a ser presidente. Y es que me interrumpió todo el pleno, seis veces, para aplaudirme. Pero el discurso no era mío, era de Mirabeau, solo que aplicado a Guatemala. ¡Y perdió el General la presidencia y la ganó Arabella! Entonces me atribuyeron a mí que yo había derrotado al General. Al día siguiente decía en la prensa: Ríos Montt es derrotado por un diputado desconocido. Después, el General se atravesó el hemiciclo y me dio la mano: patojo, me dijo, mis respetos y mi admiración. Puta. Viejo cabrón. El viejo ya me había echado el ojo. El General había decidido mucho antes que yo iba a ser el presidente del FRG. Mucho antes de que yo lo supiera.

Te cuento un detalle: al General le llegan a tirar una granada a su casa. Esto fue ya el segundo año, Arabella había entregado la presidencia y la había ganado el General. Entonces hubo una sesión para sacar un punto resolutivo en solidaridad con el General y yo pido la palabra y me echo un gran discurso en el que digo que yo tengo muchas diferencias con el Presidente del Congreso, pero le reconozco esto y esto y hago una síntesis histórica y me solidarizo y condeno el hecho. El viejo no estaba. Estaba presidiendo Paco Reyes. El viejo estaba en su despacho. Terminando mi discurso, entra el General. Se sienta y se me queda viendo. Y yo me le quedo viendo. Sonríe y agarra el teléfono. Llama a mi extensión y me dice: Señor Diputado, puede subir un momentito, quisiera saludarlo. Con mucho gusto General, y me subo. Gracias, me dijo, no merezco todo lo que dijo de mí. Es lo que usted cree, le dije, pero es lo que yo pienso de usted. Me siento honrado, me dijo y me agarró el brazo… Te estoy hablando, hermano, de febrero o de marzo (de 1994), yo tenía 42 años. Patojo, me dice, usted va a llegar muy lejos, yo estoy en el ocaso de mi vida como hombre, y de mi vida política, pero si algún día puedo hacer algo para que usted pueda ser presidente de este país, lo voy a hacer. ¡Puta, vos, qué te digan eso! Entonces yo ya me fui de regreso y me dice Chalo Sosa, ¿Qué te dijo? Y yo le dije: Vamos a echarnos un trago. Fuimos a un restaurante chino y le dije: el General me acaba de decir esto. Puta, me dijo, ¿y cómo va a ser esa mierda si usted es de la DC? Pero aunque Alfonso Cabrera ya estaba preparando que el candidato de la DC tenía que ser yo, Fernando Andrade Díaz Durán había dado más pisto, entonces Vinicio me sacó.

— La DC, de cualquier forma, no lo hubiera llevado a la presidencia.

— No pues, estaba quemadísima, yo ya no la levanto. Y de repente, como me quedo fuera, me dicen los diputados, vámonos al FRG. Pero oí esta cosa interesante, antes de irme con el FRG, me manda a llamar Arzú y como nos habíamos independizado de la DC, de los trece diputados sólo se quedaron dos, Jorge Mario Bonilla y Chalo Sosa, fuimos a hablar con Arzú. Y Arzú nos recibe en la Avenida de la Reforma, en una oficina: lo he venido observando a usted, me dijo, me gusta cómo piensa y necesito gente como usted. Pero somos un equipo, le dije. , me dijo, para todos hay: a usted le ofrezco la tercera del listado nacional y a todos los demás, la segunda en sus respectivos distritos. Hagamos una cosa, le dije, si quiere bájeme hasta el cuatro, porque usted, como va en las encuestas, va a meter diez —metió doce— pero en los departamentos con más fuerza, a Mario Rivera en Quiché, a Iván Arévalo en Totonicapán, póngalos de primero. Prefiero ponerlo a usted de segundo, pero no puedo bajar a mi gente, respondió. Entonces no llegamos al acuerdo y al mes me convierto en el candidato presidencial contrario a él: el hijoeputa me tuvo en la bolsa y por poco le hago mierda la elección. La diferencia fue menos del 1%.

— Pero ¿en qué momento y cómo comienza a hacer coincidir su propia visión con la de Ríos Montt?

— Cuando empiezo a hacer amistad con él, cuando empiezo a conversar con él y a hablar de la descentralización… ¡Puta!, dije, éste es un hombre nacionalista, éste es un hombre que no lo manipula la oligarquía, pero lo utilizó la oligarquía en la guerra, indudablemente, y yo se lo dije: General, usted está consciente que les sirvió a estos hijos de la gran puta. , me dijo.

— ¿Cómo ve la situación jurídica actual de Ríos Montt? (cuando tuvo lugar esta conversación aún no se había abierto el juicio por genocidio).

— Jurídicamente no lo veo complicado, políticamente, sí. La presión internacional, la presión de ciertos sectores de izquierda en Guatemala, la lamentable ideologización del MP. Es lamentable que una institución se ideologice, no importa qué ideología, derecha o izquierda, es nefasto. Porque el sueño es tener preso al General. Pero si realmente se respeta el debido proceso y las garantías que tiene, él podrá permanecer en su casa hasta el día que muera.

— ¿Pero usted cree o no cree que es objeto de persecución penal?

Yo creo que el General no tiene una responsabilidad directa, una vez me contó a mí que él tenía todos los partes que emitió a las fuerzas armadas cuando fue jefe de gobierno, y a todos los responsabilizaba de lo que sucediera en su área de acción, y nunca dio una orden de eliminar a civiles o de reprimir o de arrasar y tiene todos los partes. ¿Cuándo lo va a sacar? No sé.

— ¿Nunca hubo desencuentros ideológicos entre usted y Ríos Montt?

— La ideología no era tema de discusión entre nosotros. El tema era: ¿qué podemos hacer para ayudar a los más jodidos?: vamos a hacer un gobierno independiente, nosotros no vamos a ser gerentes del sector privado. Y eso le encantaba a él. Un día me dijo: a nosotros nos van a hacer mierda por los dos lados. ¿Por qué, General? Porque les quitamos la bandera a los de la derecha y a los de la izquierda. Y es que yo no podría decir que el General sea un hombre de derecha. Lo mismo se dice de mí, que hice un gobierno derechista, pero cuando se analizan las políticas de mi gobierno, no son políticas de derecha.

Tampoco de izquierda, dice el periodista y exdirector del diario elPeriódico, Juan Luis Font, en una columna de 2006: “Si ya es un error gigantesco creer que a Alfonso Portillo se le etiquetó de corrupto por atreverse a dirigir un gobierno de izquierda, lo es todavía mayor creer que el suyo fue un gobierno de izquierda. Lo único que Portillo hizo fue antagonizar a un grupo del poder económico establecido, léase a la familia Gutiérrez y sus satélites, e impedir su influencia en decisiones del Estado. ¿Es ese un mérito en sí cuando al mismo tiempo que se les cerraba a ellos las puertas de la Casa Presidencial se le abrían al crimen organizado? ¿Volvió a florecer o no La Cofradía como gran contrabandista durante su gobierno? El legado real de Portillo consiste en haber hecho entrega de grandes parcelas del Estado a los criminales. ¿Qué hizo para romper con la fórmula de acumulación de capital que ha reproducido por años la pobreza de la mayoría en el campo, grandes concentraciones de tierra más acceso a mano de obra barata? ¿Decretar aumentos al salario mínimo cada fin de año?”.

Cuando la conversación nos condujo a la zona fangosa de su gobierno (2000-2004), las emociones del ex presidente comenzaron a ser visibles, su, hasta el momento, imperturbable actitud reflexiva, comenzó a ceder ante apasionadas respuestas que se prolongaban por varios minutos. Apenas comenzaba yo a hablar, él ya sabía hacia dónde iba. Me disparaba respuestas sin que yo tuviera necesidad de terminar de formular las preguntas y hacía acompañar cada palabra con golpes de dedo sobre la mesa. Había que comenzar, me pareció, por la prensa. Es la prensa, y nadie más, la que le cuenta al país como es el poder político (también hay estudios, claro, investigaciones y análisis, pero todo ello casi nunca trasciende al reducido círculo de “los entendidos”).

Y lo que la prensa contó de Portillo y su gobierno es, por utilizar un adjetivo unívoco, espeluznante. Portillo es, según escribió José Rubén Zamora, presidente de elPeriódico y otrora simpatizante de Portillo, en una columna publicada el 14 de enero de 2004, el día de la toma de posesión de Óscar Berger, “un hombre sin mayores escrúpulos, lleno de pragmatismo, que en su afán de llegar al poder, entregó su alma al mismísimo diablo y a sus secuaces, en el entendido, que en el caso de culminar con éxito la campaña electoral, su papel se limitaría durante los siguientes cuatro años, al de un títere de lujo, una marioneta suntuosa de los dueños del Infierno Sociedad Anónima (…) En cuanto a la excusa de que no pudo gobernar porque ‘la oligarquía no lo dejaba’, ni el mismo Portillo se la creía. Jamás realizó transformación ni cambio alguno (…) En la historia quedará consignado Portillo de manera emblemática, como un politiquero fanfarrón, cuya única “virtud” fue servir de salvoconducto para que los militares que enraizaron su organización delincuencial en los tiempos tenebrosos de Lucas García y que perdieron parcialmente sus posiciones clave con la caída de Serrano, regresaran con vigor a ejercer el poder detrás del trono. Aquella reducida y poderosa elite militar de finales de los 70 y principios de los 80, que en la oscuridad de los sótanos construyó un Estado criminal para cobrar un botín de guerra que creía suyo, gracias a Portillo pudo seguir adelante al inicio del nuevo milenio sin mayores encubrimientos, vergüenzas ni disfraces”.

— La gente como yo, que supimos lo que fue su gobierno porque lo leímos en la prensa, pensamos que del 2000 al 2004 usted y sus colaboradores convirtieron al Estado de Guatemala en una piñata. Además, yo estudiaba comunicación en la Landívar y muchos de mis profesores estaban vinculados a los medios tradicionales y ellos se encargaban de ampliarnos, digamos, las noticias que leíamos (el IGSS, el EMP, Gobernación, “la conexión Panamá”, etcétera). ¿Todo lo que se publicó era cierto? ¿Era una mentira construida por los medios? ¿Y cuándo las acusaciones no eran directas contra usted, estaba o no estaba al tanto de lo que ocurría a su alrededor?

— Los negocios, un presidente puede conocer la mitad, hay muchos negocios que están fuera de la órbita del presidente. Pero lo importante es que había que ponerme un sello a mí, porque la intención era que no terminara mi gobierno. ¿Y cuál era el mejor argumento? A mí ya no me podían decir que era comunista sino que era el gobierno más corrupto de la historia. Pero resulta que el gobierno más corrupto de la historia tiene un presidente que no es millonario, que no tiene negocios con ningún miembro del sector privado, como todos los demás presidentes, y te puedo decir nombres: Berger, que tiene hidroeléctricas, que está metido en constructoras; Arzú, que se quedó metido en la autopista de Palín-Escuintla, en Guatel, etcétera; Colom, grandes negocios también; y no hay un miembro de la familia de este presidente al que puedan señalar de haber hecho negocios, ¡un miembro!, como los hijitos de los ex presidentes. Cuando elPeriódico hace un reportaje de una casa de mi sobrino Juan Pablo en Miami, nunca dijo que había dado 25 mil de enganche y que la estaba pagando, sólo sacaron la gran residencia, y lo más grave, sacaron otra casa, que no era la de él. Jugaron tanto conmigo, que diseñaron una estrategia en la que participó Mauricio López Bonilla y Julio Ligorría: muchá tenemos que comprar un medio fuera, para que las noticias contra Portillo reboten aquí, así no dicen que es noticia generada aquí, sino que es noticia generada afuera. Por ejemplo, el reloj: inventémonos que pujó contra Enrique Iglesias pero que finalmente lo ganó el presidente. Nunca pudieron encontrar una factura, sacaron fotos de otros relojes. Había que golpear permanentemente. ¿Por qué me dan el primer cheque los de Taiwán?, primera vez que lo digo: a mí me sobró dinero de la campaña, y me hacían falta 10 mil dólares para comprar una casa en la zona 14. Se los pido al embajador y me los da, pero me los da antes de ser presidente, y ese cheque lo cambió el ingeniero (Francisco) Alvarado, que por cierto me quitó la casa. Entonces había que crear el estigma de que éste era el gobierno más corrupto, porque eso debilitaba mis políticas públicas.

— ¿Cuáles fueron esas políticas públicas?

Por ejemplo, leo un artículo de Roberto Moreno donde dice que hay que reconocer el trabajo de Mineduc cuando crea la educación bilingüe en el país, pero no menciona ni el ministro que fue ni el presidente que era: fui yo. Porque lo que interesa es que a Portillo no hay que reconocerle absolutamente nada. Bajé del 43% al 25% el analfabetismo. La Unesco le da un premio a Evo Morales porque alfabetizó en cuatro años a 800 mil bolivianos, ¡puta!, nosotros alfabetizamos casi millón y medio y nadie nos reconoció nada. Ahí están los datos de la Unesco, datos oficiales. Otra cosa, una cosa acertada, se reconoce que el Gobierno de Guatemala le haya entregado la zona militar de Sololá a la Universidad del Valle. ¿Quién fue? Fui yo, y ahí está el discurso, y no porque lo haya dicho yo, lo preparó Edgar, un discurso avanzadísimo, pero no había que mencionar qué gobierno lo dio. Los Cocodes y la Ley de Descentralización, que es una de las razones de por qué los alcaldes ya no pueden hacer lo que se les rechinga su gana, es la ley de descentralización que planteé yo. Por primera vez  se llega a una tasa tributaria de 12% en la historia por la reforma fiscal que hice yo. Lo que pasa es que les dolió que no consultara, y el delito fiscal, hoy, no tiene derecho a fianza, pero no lo aplican, no lo aplican con ninguno. Me deshicieron la reforma financiera, me atreví a poner, en ley, tasa tope a la tasa de interés: 40% anual. Estaba hasta en 85% y 100%. García Pimentel, magistrado de la Corte de Constitucionalidad, dijo en una reunión: Portillo sacó una ley para ponerle tope a las tasas de interés a las tarjetas de crédito y eso nos significó un negocio de 10 millones de dólares a la CC. Porque eso fue lo que le costó al CACIF botar esa ley. Por eso nos odia Diego Pulido. ésas son las reformas avanzadísimas en Centroamérica que hice yo. No que hice yo, porque fue con el apoyo del General y eso tengo que reconocerlo siempre, que sin él, no hubiera podido gobernar.

“En Guatemala se dio más cobertura a la corrupción del gobierno de Portillo en comparación con el de Arzú o el de Berger, principalmente porque la evidencia era abrumadora. El de Portillo no solo usó las prácticas de los gobiernos de empresarios (tráfico de influencias, licitaciones viciadas, abusos de poder, clientelismo y otras bellezas) sino que además facilitó el saqueo abierto y descarado del Estado”, dice Juan Luis Font en la misma columna citada arriba. Portillo insiste: había que satanizar a su gobierno.

— Pero, por usar dos ejemplos, los sonados casos de corrupción y el Jueves Negro, ¿no eran una suerte de regalos que su gobierno estaba dándole a la prensa?

Con la corrupción no tapé a nadie: el IGSS, Byron Barrientos, el nexo de Maza Castellanos con el ingeniero Alvarado. A nadie. Pero lo importante es que había una estrategia diseñada desde el grupo Gutiérrez: invirtieron en todos los medios, para satanizar al gobierno. No solo era el gobierno más satanizado, era el gobierno en que las cosas más ridículas eran satanizadas por la prensa, porque es la primera vez que hay un gobierno que puede reelegirse y había que golpearlo desde el primer día. Ellos tenían temor por una razón, y eso hasta lo puedo documentar, yo no dependí en la campaña política de financistas fuertes como los Gutiérrez. Ni un centavo. Ni los llamé para pedirles. Eso tuvo su lado positivo y su lado negativo: el lado negativo es que dependí de un mafioso como el ingeniero Alvarado (dueño de los bancos Promotor y Metropolitano, ex vendedor exclusivo de Mercedes Benz, entre otros).

— ¿Y es posible hacerlo a través de una tercera alternativa?

— No es posible, caés en uno o en otro.

— ¿Cuál fue su postura con respecto al Jueves Negro (cuando grupos de choque del FRG, con pasamontañas y ante la pasividad de la policía, rodearon la Corte Suprema de Justicia para exigir la inscripción inconstitucional de Ríos Montt y después rodearon el edificio de los empresarios Gutiérrez Bosch)?

— Hay dos momentos en los que pude parar lo que iba a ocurrir y en los dos fracasé. Primero no la aprobé, cuando lo propuso el Comité Ejecutivo del Partido. La más insistente era Zury. Ella fue la ideóloga del Jueves Negro. Y cuando vi que no tenía yo mayoría ahí, entonces propuse que se hiciera en el Parque Central, no tenía por qué irse a provocar lo que se provocó en la zona 10, que hubiera sido terrible si se empiezan a agarrar a pijazos. Los Gutiérrez tuvieron que salir huyendo en helicóptero del edificio, ése es el odio que me tienen. Fracasé en ese intento y fracasé en el segundo intento, por eso quité al jefe del Estado Mayor del Ejército, el hijo del general Ríos Montt, y el General, hasta la fecha, no me ha dicho una palabra sobre eso. Yo le había dicho: sacás al ejército, urgentemente. Pero la hermana le dio contraorden y lo sacó pero para Amatitlán. Yo nunca me opuse a las manifestaciones, pero sí a la provocación y a la violencia. Y realmente no me quedó capacidad: si el ejército, no el ejército, pero si a un jefe militar lo manipula la hermana, y ya eran los últimos meses.

— ¿Y usted tiene algún tipo de relación ahora con ella?

No nos hablamos, todas las veces que yo fui a ver al General cuando estuve libre, nunca me iba a saludar.

Toda campaña presidencial necesita dinero. Los financistas no son filántropos. Los financistas invierten y luego buscan por todos los medios recuperar esa inversión. Todo el mundo sabe que allí se encuentra el epicentro de uno de nuestros permanentes desastres políticos. Y cuando se inquiere, cuando alguien quiere quitarle el pasamontañas al oscuro financista, los candidatos responden cosas como “no podemos dar nombres, nos pidieron anonimato”. ¿Se puede saber más o menos el destino de un gobierno a partir de los nombres de aquellos que financiaron su campaña? Nos quedamos unos segundos en silencio. Portillo viendo hacia la nada, yo torciendo el cuello a ver si podía determinar dónde estaban los soldados cuyos cantos escuchábamos. No pude. El chocar de las botas contra el asfalto se fue poco a poco desvaneciendo.

 — Francisco Alvarado McDonald fue el que más millones de dólares me dio para la campaña, yo nunca lo he negado, pero cuando hubo que cumplir la ley, no lo cubrí, como cubrió Jamil Mahuad en Ecuador a sus banqueros financistas y por eso cayó. Arzú le dio Q.1,400 millones a los dos bancos del ingeniero Alvarado y no lo critican. Esa información la presenté cuando di mi discurso en lo de la extradición, para demostrarles que no era yo el que encubría a los bancos sino que fue el gobierno de Arzú el que empezó, ahí están las fechas del depósito. Yo recibo a Chalo Sosa (Lizardo Sosa, ahora presidente de Asíes, excompañero de la DC y presidente dos veces del Banco de Guatemala, nombrado por Portillo) para que me dé un informe sobre cómo están los bancos del ingeniero y las dos financieras. Le pregunto: ¿pueden salvarse los bancos? Y Chalo me dice que sí, se pueden salvar. Pero yo creo que hay que poner un alto ya, le dije, no sólo al ingeniero Alvarado, sino al banco empresarial también. Yo le dije entonces a Chalo, esto fue martes, la Junta Monetaria se reúne los miércoles a las cuatro y media: tome la decisión de acuerdo a los intereses del país. Se me quedó viendo: Alfonso, me dijo, de cualquier persona pudiera haberlo pensado, menos de usted, que iba a tener una respuesta como esa. Entonces le digo yo: ¿es incorrecto lo que le estoy diciendo? No, me dijo, por correcto, está actuando como un hombre de Estado. Se para Chalo Sosa y ¿sabés qué me dice? Abre su maletín, un maletincito humilde que llevaba, que yo creo que no era ni de piel, y saca una hoja: Si usted me hubiera dicho que salvara los bancos yo le iba a entregar mi renuncia. Al día siguiente, ¡pungún!, intervenidos los bancos.

Edgar Gutiérrez, el columnista, el analista político, el hombre que estuvo en los inicios de Avancso junto a Myrna Mack, el hombre que coordinó el Proyecto Interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi) del Arzobispado de Guatemala, el hombre cercano al gobierno estadounidense, fungió durante el gobierno de Portillo, primero, como Secretario de Análisis Estratégico y, después, como Canciller. Fue sin duda uno de los hombres más cercanos al Presidente, y a lo largo de esta conversación, su nombre apareció no pocas veces y casi siempre en los momentos más críticos. Siendo uno de los pocos protagonistas del gobierno de Portillo que consiguió salir casi indemne de la avalancha de acusaciones y de la persecución, Edgar Gutiérrez corrobora lo relatado por Portillo, en una entrevista realizada por el periodista Enrique Naveda, de Plaza Pública, en 2011:

“Alvarado quería el control del Gabinete Económico para ejecutar políticas que apalancarían sus negocios, incluyendo el control de Banrural y otras entidades mixtas y autónomas. Fue muy obvio y poco sofisticado. Cometió errores y actos de deslealtad con Portillo. Quiso ordeñar la vaca del Estado, hasta extenuarla, sacrificando la estabilidad del gobierno. (…) Sabemos que Alvarado apadrinó a Portillo, pero poco se dice que éste (Portillo) le fragmentó poder en el Gabinete Económico al nombrar a Lizardo Sosa en el Banguat y al destituir al ministro de Finanzas que había puesto el banquero. Además, al darse cuenta de que corría el riesgo de replicar el caso Mahuad en Ecuador, el Presidente intervino los bancos de Alvarado. Ése fue el final, pero la oligarquía no entendió (…) La oligarquía estaba eufórica cuando ganó Berger. Esta vez no iban a depurar políticos, como con Serrano en 1993, sino a encarcelar. Se quería dar un castigo ejemplificante: miren en qué paran quienes nos desafían”.  

— Trajimos cemento de México, azúcar cubana y venezolana, abrimos la (cervecería) Brava, que había estado estancada por tres años. Al que fue candidato a la Vicepresidencia con Sandra Torres, Roberto Díaz Durán, le autoricé yo una cementera en la costa que se la terminó vendiendo a los Novella. Le serví para el gran negocio.

— ¿Y el pollo?

— Yo llamo a un grupo de empresarios y les digo: señores, está subiendo mucho el pollo, quiero importar pollo Tyson (estadounidense) a cero arancel.

— ¿Y esa subida del precio del pollo se debía a qué?

— Especulación, aunque ellos siempre buscan excusas, que subió el precio del maíz amarillo que sirve para hacer concentrado, babosadas… siempre hay argumento para el aumento de precios, para lo que no hay argumentos es para el aumento de salarios, el aumento de precios no es inflacionario, solo el salario. Y ninguno quiso entrarle. Entonces me dijeron: mire, yo sé quién le entra. ¿Quién? El negro García Granados. Jorge Raúl es hijo del ex suegro de Arzú. ¿Y con quién creés que llega? Te voy a traer dos pisados, me dijo, que traen azúcar y traen pollo, se echan verga con los Gutiérrez, y llega acompañado de Ricardo Méndez Ruiz, y su papá. ¿Nos apoya?, me preguntaron. Los apoyo hasta financieramente, les dije. No, no necesitamos que nos apoye financieramente, tenemos pisto, pero ¿cero arancel? Entra el pollo, entra azúcar, cero arancel y comienzan a bajar los precios. Azúcar ya no seguí importando porque los azucareros se comprometieron a no aumentar un centavo los cuatro años. Firmamos con los Botrán y todo. Y fijate, primero firmé con los azucareros y después con los generadores de energía eléctrica, y los mismos pisados eran: puta muchá, les dije, aquí en cada negocio ustedes son los mismos. Se morían de la risa.

— ¿Y respetaron el acuerdo?

— Ah, sí, lo tengo que reconocer, firmamos la tarifa la social. ¿De quién es la tarifa social? Mía. Y había pisto. Aumenté cuatro veces los salarios mínimos y le aumenté cinco veces al magisterio. Me funcionó tanto la reforma fiscal, que me daba el lujo de darle más pisto a las instituciones de lo que les aprobaba el Congreso. El General se enojaba: ¿por qué hace eso? Pero si hay pisto, estamos bien, había superávit.

— ¿Y ese superávit no daba también lugar a corrupción?

— La corrupción existe en todo. En el ministerio de Comunicaciones, a partir del gobierno de Berger, todas las dependencias tenían que aportar a la Presidencia un porcentaje de la comisión que se cobraba  a la obra pública. Eso se aceleró con Colom, fue exagerado lo que había que darle a la primera dama. Y conmigo era al revés. Contá esto, y preguntale a tres personas: Edgar Gutiérrez, Otilia Lux de Cotí y Gabriel Orellana: como los sueldos eran muy bajos, yo les daba un complemento, todos los presidentes le han pedido a los ministros que les lleven pisto y yo les daba complemento a mis ministros. Tenían sobre sueldo, sacado del Estado Mayor Presidencial. Y no tengo miedo a decirlo: a Haroldo Quej en el Ministerio de Ambiente porque ganaba muy poco, a Arístides Crespo en Fonapaz, imagináte qué mente más ingenua la mía, que Arístides no estaba metido en un lugar en donde… bueno. Le daba complemento a él, a Otilia, a Edgar, porque no podían estar conformes con 15 mil pesos, mano, entonces yo les daba 15 o 20 más al mes. Ése es el presidente que dicen que fue el más corrupto. Y que revisen en el Estado Mayor cuánta gente con problemas de salud se le mandó a Francia, a Inglaterra, a EEUU, pagado por el EMP. Ahora, ¿corrupción?: no podés parar la corrupción en el Ministerio de Comunicaciones, por ejemplo. Voy a decir una barbaridad, te estoy hablando irónicamente y en metáfora, si alguien dijera: vamos a tener que fusilar a algún sector de profesionales de este país, porque son culpables de la catástrofe del país, escojan ustedes. ¿Sabés a quienes fusilarían? A los ingenieros civiles. Mano, el negocio de las carreteras en el país, es lo más criminal que hay. Las carreteras sobrevaluadas, pero no sólo eso, se invierte menos del 50% de lo que se aprueba, qué putas infraestructura iba a tener el país.

Mariscal Zavala es una suerte de atalaya desde la cual el ex presidente observa el país. Entra y sale información. La llevan amigos, familiares, abogados, y cada uno de los internos que han pasado por allí -Giammattei, Gándara, Salán, etcétera-, han dejado mochilas cargadas de nombres, fechas, cifras. Con su acostumbrada locuacidad, Portillo entreteje todo ello junto con sus propios intereses, con el discurso que lo ha acompañado desde que era presidente, con su propia situación judicial, y después opina. Intuyo que Portillo dejaría de ser un político de raza si no supiera, si no utilizara a su favor ese principio según el cual cuando se hace relucir una verdad, otra se oculta. Su visión del país es oscura, por no decir negra. Supongo que tampoco se le puede pedir demasiado optimismo. Finalmente, hace acompañar todo eso que ve y piensa con sus propias lecturas. Literatura y filosofía. Pero sobre todo filosofía. Y entre las muchas escuelas y autores a los que ha podido acercarse gracias al tiempo en prisión (ese tiempo reptil del que nos han hablado ilustres presos a lo largo de la Historia), sobresalen, como no podía ser de otra forma, los estoicos. De modo que, siendo un lector de los estoicos, Portillo debe conocer muy bien aquella frase del emperador Marco Aurelio: todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no la verdad. Dicho lo cual, lo que hagamos entonces con las palabras del ex presidente en prisión, es asunto de cada uno.

— ¿Ha tenido ocasión de platicar con los soldados detenidos por la matanza de Totonicapán?

— Cuando vinieron los soldados, el día que los trajeron aquí, salí yo y pregunté: ¿me dan permiso para irlos a saludar? Sí, me dijeron. Les doy la mano, y ellos admirados de que un ex presidente los llegara a saludar, y me dice uno de ellos, con lágrimas en los ojos: mire presidente dónde estamos, sólo usted nos ayudó al pobrerío, y mire donde nos tienen ahora. Francis (Francisco Valdés Paiz) venía conmigo y se nos salieron las lágrimas a los dos. La tragedia siempre a los de abajo.

Alfonso Portillo se interrumpe. Es cierto: hay lágrimas en sus ojos. Se ha ruborizado y hay lágrimas en sus ojos. Le toma varios segundos recomenzar.

— Quisiera que pudieras hablar con ellos, no lo van a permitir, pero duele el alma si ves a esos soldaditos, puros a los que mataron, iguales entre ellos, se ve que están en el ejército, mano, por hambre. Y ahora el que está pagando el pato es el ejército: van a sacrificar a éstos para no caer en la cadena de mando y el responsable es el sector privado, que no ha entendido, que está cegado en la misión. ¿Quién es el responsable de los muertos de Totonicapán? Se llama Cacif. Hay una reunión antes y le dicen al Presidente: demuestre que tiene autoridad, ya basta de que nos estén jodiendo los negocios y nos estén impidiendo el libre tránsito. Jorge Briz, entre ellos, que es de los más agresivos. , dijo el presidente. Así es el sector privado. ¿Tu leíste un dato, que 235 guatemaltecos, tienen acumulado 28 mil millones? Aquí a donde ha llegado la oligarquía hoy es impresionante, ahora tienen los tres poderes del Estado. Pero lo más grave no es eso, porque el tener esos puestos puede ser simbólico, el problema es que creemos que el Presidente tiene los hilos del poder. Los hilos del poder los tienen quienes tienen el dinero, el Presidente tiene que maniobrar ante ellos. Es una oligarquía que tiene a todos los medios de comunicación escritos, con excepción de La Hora porque no les interesa, tiene los medios de comunicación radial, tiene una parte de la televisión -el obstáculo es Angel González-, tienen toda la telefonía, están metidos en la minería, en la construcción, tienen cooptado el Colegio de Abogados, tienen cooptado Cedecon, tienen intelectuales orgánicos. ¡El control que tienen de este país…! Y te voy a decir una cosa más gruesa y corroborála: el Banco de Guatemala y la Superintendencia de Bancos tiene el informe de los cientos de millones de dólares de lavado de la familia Gutiérrez. Por eso es que gastan millones, por eso es que son tan capaces de cooptar a ex Secretarios de Estado para que sean sus lobistas. ¿No van a cooptar a los mediocres embajadores que vienen aquí, que son de clase media baja y cuando van a jugar golf con ellos se creen parte de ellos? Como Stephen McFarland. A la única embajadora que no pudieron manejar fue a Prudence Bushnell y llegaron al extremo de inventarse que yo tenía relación sentimental con ella, porque era una mujer que me defendía ante ellos. A Prudence Bushnell la quitan por presión de los Gutiérrez, porque fue la única que tuvo los huevos de decirles a los Gutiérrez, en una reunión en casa de ella: a ustedes no les conviene apoyar a un presidente que por primera vez quiere poner las cosas en orden. Pero mire la corrupción, le dijeron y le llevaron un montón de argumentos. En todos los gobiernos hay corrupción, les dijo, pero veamos lo positivo: reforma fiscal, laboral, educativa, reforma financiera, del Estado, esas leyes son bien vistas en EEUU. Cuando ella era maestra de la escuela de diplomacia en Washington, ya no era embajadora, yo la invité a comer y me dijo una cosa: Estoy preocupada por usted, sus enemigos de Guatemala están trabajando en Washington porque se quieren vengar.

— ¿Cuándo usted dice “oligarquía” se refiere estrictamente al G-8?

— Al G-8, a la oligarquía tradicional. Luego está ese empresariado nuevo al que pertenece gente como Gregorio Valdés. Y hay otras familias que son poderosas pero le tienen un temor tremendo a los Gutiérrez y se alinean con ellos, pero que su costumbre no ha sido estar influyendo en los gobiernos. Se aprovechan del poder político pero no tratan de poner presidentes o manipular presidentes…

— ¿Quiénes, por ejemplo?

— Los Castillo, por ejemplo, no es su costumbre estar jodiendo a los presidentes. Ello sin dejar de lado que todas las fortunas de Guatemala se han creado a la sombra del Estado. El Estado es el gran negocio. Por eso invertir en campañas es una gran inversión. Nada les da la tasa de ganancias que les da tener un director de la SAT, un Superintendente de Bancos, un Presidente del Banco Central, un Ministro de Finanzas.

— ¿Aparte de haberse visto en Libre Encuentro alguna vez, tuvo usted algún acercamiento más personal con Dionisio Gutiérrez?

Cuando yo fui candidato la primera vez, Dionisio lanzó un programa en el que me atacó mucho, muy duro. Y cuando pasó la elección, cuando ganó Arzú, lo invité a comer a un restaurante. Comimos e hicimos las paces, y tuvimos dos o tres programas en Libre Encuentro sobre temas económicos buenos. Pero amistad nunca. Nunca nos caímos bien.

— ¿Cuál es su impresión personal de él?

— Yo creo que Dionisio es un hombre de limitada inteligencia y de un gran ego. Y además se moriría por ser presidente. Un día se lo dije. Yo me reuní con él varias veces siendo presidente, la última vez que nos reunimos fue para pedirme que por favor no sacara el video donde el tío lo acusa de evasor: yo no estoy sacando ese video, le dije, ese video a saber a quién le va a servir, yo lo tengo, le dije, pero yo no estoy pensando en sacarlo. Con ellos tuve dos choques, uno cuando Juan Luis Bosch me dijo: llegaste a presidente, verdad. Como quien dice qué cosa más extraña. Si, le dije, porque tengo más huevos que vos. Y a Dionisio le dije: podrás tener todo el pisto del mundo pero no vas a ser presidente nunca y eso te duele, y uno de Zacapa llegó.

— ¿Cómo ve al gobierno actual?

— Te digo una cosa que te va a asustar, y me da hasta escalofríos decirla: si este gobierno sigue como va, va a ser mejor el de Lucas que éste. Lucas, con todo lo masacrador y violador de los derechos humanos que fue, tenía más visión de Estado que muchos presidentes civiles. Tenía la visión de que el Estado tenía que llevar desarrollo, construir infraestructura… Tenían más concepción de Estado esos chafarotes que los actuales. La energía va a ser el talón de Aquiles, ahí va empezar el problema, eso no lo pueden parar ya, vamos de regreso a la nacionalización de la energía eléctrica. Y eso es lo que no tiene este gobierno, que no está leyendo lo que está pasando. No ahorita, pero en el mediano plazo lo que va a pasar en Guatemala es que va a surgir un Hugo Chávez, estoy convencido de eso.

— Pero sin petróleo…

— Puede salir un Hugo Chávez maya, de los pueblos indígenas. Cuando oigo las expresiones de los dirigentes de los 48 cantones, ya el que no ha entendido que ésta no es la Guatemala de hace 50 años, está perdido. Muchas cosas que dice Marx están pasando. Cuando vos leés el capítulo XXIV de El Capital, te asustás. En el capítulo XXIV y en el capítulo de la deuda pública, ¡puta!, como que estuvieras viendo a Guatemala. Marx dice: se van a dar procesos de concentración y centralización de capital, que va a ser la propia desgracia del capitalismo, porque se va a quedar prácticamente sin mercado. Todo el capital concentrado. Sólo que se vendan entre ellos. Dejan sin capacidad de consumo a la mayoría de la gente. Hermano, están acabando con la economía popular, con la economía regional, ¿a dónde va a llegar esa mierda? El gran negocio, dice Marx, de la oligarquía financiera, va a ser la deuda pública. Qué mejor ejemplo de eso que Guatemala: no te pago impuestos Estado, pero te voy a prestar el pisto, ¿oíste?, porque soy muy buena gente. Como no tenés pisto, yo te lo presto. Este sistema es perverso. Y además, para que tengás crédito, tenés que tener pisto, porque el sistema financiero le presta al que ya tiene y no al que lo necesita. La concentración de créditos está en las mismas familias. Las familias poderosas ponen sus bancos como caja chica para conseguir recursos, porque sus recursos de ellos están en Miami. O sea, arriesgan los recursos de los demás en sus inversiones. Además, hay un diferencial financiero de la gran puta, entre la tasa que pagan a los ahorrantes y lo que cobran a los deudores. Pero el colmo es que a los que pagan antes de tiempo los ponen en una lista negra para no prestarles porque lo que necesitan es tener deudores, no gente que les pague rápido. Esto es calentamiento global, hermano. Calentamiento global. 

 

Lee aquí la segunda y la tercera parte de "El Círculo Rojo".

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