La especulación financiera, el negocio de las armas (principal industria a nivel global), el tráfico de drogas ilícitas, el lavado de capitales “negros”, el crimen organizado en su conjunto, la guerra, no son una nota marginal en el capitalismo actual: ¡son su esencia, su savia vital, su núcleo fundamental! El capitalismo ha pasado a ser, lisa y llanamente, una mafia. La corrupción sistemática ya no es una enfermedad del sistema, un cuerpo extraño que lo ataca: es su dinámica cotidiana, lo que constituye y define su forma actual.
El capitalismo contemporáneo, manejado por megacapitales de alcance planetario, se asemeja más a una estructura mafiosa, corrupta y delincuencial que al espíritu empresarial que lo puso en marcha hace ya algunos siglos. La “aventura” de invertir y buscar hacer prosperar el negocio, sabiendo que ello puede suceder pero que no está asegurado de antemano –el riesgo ocupaba un lugar– se cambió hoy día por un esquema donde la ganancia fácil es la norma. Para ello, este nuevo diseño corrupto se asegura su “éxito” con prácticas más de orden criminal que empresarial. La ganancia se garantiza al precio que sea, y si es por medio de la fuerza bruta, no importa: el fin justifica los medios. La proclamada “libre competencia” quedó en la historia. El mundo pasó a ser el campo de acción de bandas delincuenciales… ¡legales!, con poderes omnímodos que se dan el lujo de hablar de democracia y libertad.
Como ejemplo: en los últimos 35 años, el negocio de las drogas ilícitas dentro del territorio estadounidense creció de un promedio de17 a400 toneladas anuales: 2.353%.
Junto a ello, el negocio de las armas, fabricadas por las principales potencias mundiales encabezadas por Estados Unidos, produce igualmente ganancias fabulosas, siempre manejadas con criterios criminales, mafiosos. Por lo pronto, este negocio (que ocasiona dos muertes por minuto a escala planetaria) no se parece a ningún otro. Por su relación con la seguridad nacional de cada país, funciona en un ambiente de alto secretismo y su control no lo ejerce nadie. Y en general, los gobiernos no siempre están dispuestos o son capaces de controlar las ventas de armas de forma responsable. Es decir: el negocio de las armas no es transparente, se maneja como asunto mafioso. Por no ser de conocimiento público, no está sujeto a ninguna fiscalización, vendiéndose tanto en el mercado legal como en el negro.
El capitalismo actual se basa fundamentalmente en el sistema financiero internacional. Esos megacapitales, que no tienen patria, que responden sólo a la lógica del dinero fácil y rápido, se mueven en un espacio de extraterritorialidad ajeno a leyes nacionales, a superintendencias bancarias, a convenios internacionales. Ese espacio no controlado (igual que el del negocio de las armas o de las drogas ilegales) –y que impone en muy buena medida la marcha del mundo– es el de los llamados paraísos fiscales y la banca offshore.
Ahora ya no se trata de competir, de seguir respetuosamente las leyes de mercado. Ahora la avidez por la ganancia inmediata es el nuevo norte. Todo se vale. Igual que un criminal, el dinero fácil es el único objetivo: la guerra, el crimen, la droga, la especulación financiera, el robo descarado…, todo eso reemplazó al espíritu emprendedor y laborioso de algunos siglos atrás.
Hoy como ayer, estamos ante los mismos problemas: el sistema beneficia a muy pocos a costa de las mayorías. La diferencia es que en la actualidad toda esta delincuencial corrupción se ha disfrazado de legal. En otros términos: estamos en las manos de unos cuantos gángsteres peligrosos, llenos de poder y dispuestos a cualquier cosa para seguir manteniendo sus privilegios. Pero nos alienta saber que la historia no ha terminado, y tal como dijo el español Xabier Gorostiaga “los que seguimos teniendo esperanzas no somos estúpidos”.
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