Esta situación ampliamente conocida, no obstante, salta a la vista y a la preocupación individual cuando nos toca de cerca, o bien a la colectiva cuando, de vez en vez, los médicos y demás personal protagonizan huelgas y paros en busca, o bien de mejoras salariales, o simplemente con el deseo de exigir a las autoridades correspondientes los provean de los recursos mínimos para seguir funcionando.
La problemática del sistema de salud en Guatemala, sin embargo, no se limita a los servici...
Esta situación ampliamente conocida, no obstante, salta a la vista y a la preocupación individual cuando nos toca de cerca, o bien a la colectiva cuando, de vez en vez, los médicos y demás personal protagonizan huelgas y paros en busca, o bien de mejoras salariales, o simplemente con el deseo de exigir a las autoridades correspondientes los provean de los recursos mínimos para seguir funcionando.
La problemática del sistema de salud en Guatemala, sin embargo, no se limita a los servicios públicos o a los que presta el IGSS. Está integrada también por la gama de redes entre médicos que atienden en sus clínicas privadas, los laboratorios y las farmacéuticas.
Y aquí viene una situación que pocas veces se ventila, y es el cómo estas redes paralelas de poder operan para beneficio propio, a partir de usufructuar con el dolor y la angustia de quien está enfermo. Dicho calvario empieza, por supuesto, cuando se visita a un médico. En mi experiencia pocas veces he tenido buena suerte al respecto, aunque reconozco que cuento con un número reducido de doctores con un actuar ético y certeros diagnósticos. La norma casi común es, lamentablemente, que algunos profesionales de la medicina ven a los pacientes no como enfermos y por lo tanto vulnerables, sino sólo como posibles candidatos para drenarles los recursos económicos de manera inescrupulosa. Si el paciente es además de clase media o alta, y tiene la buena suerte de contar con algún seguro médico, muchos se aprovechan de esta circunstancia para prácticamente “comerse” dicho seguro, y a veces llegan al extremo de acabárselo sin haber dado al enfermo ni siquiera un diagnóstico, y menos aún algún tratamiento adecuado para que recobre la salud.
Es sabido y aceptado en nuestro medio que los médicos reciben un porcentaje por recetar medicamentos de determinada marca, así como por ordenar la realización de exámenes en laboratorios “de su confianza”. El problema estriba cuando dichos exámenes y medicamentos extralimitan cualquier presupuesto de manera innecesaria. Y si se trata de llevar a cabo una operación, entonces la cuestión suele multiplicarse casi sin límites. Hay algunas excepciones, claro, pero en la experiencia de cada una de las personas que conozco, son tan contadas que se relatan más bien como anécdotas surrealistas que como el común denominador.
Y si a dicha situación le agregamos los desmedidos precios de las medicinas, simplemente vemos cuán lejos estamos de vivir en una sociedad que realmente se preocupe por el sano desarrollo de sus habitantes. Al respecto recordemos, hace poco la Diaco, multó a varias cadenas farmacéuticas por ofrecer grandes descuentos sobre medicamentos que sobrevaloraban. ¿Dónde está la Diaco hoy para verificar que las medicinas se vendan a los precios que realmente les corresponde? Porque sucede que ahora los usuarios estamos más desprotegidos que antes. Algunas farmacéuticas, pese a las sanciones, mantienen los precios con que sobrevaloraron las medicinas, y sobre este aspecto la Diaco no se ha pronunciado. ¿Quiénes realmente se beneficiaron con este golpe mediático?
En fin, ya sea con dinero o sin dinero, con seguro o sin seguro médico, el tratar de curarse de alguna enfermedad en Guatemala, es además de una cuestión de buena suerte si se logra, una clara muestra del subdesarrollo, la impunidad y la corrupción en que vivimos porque en el camino somos esquilmados por algunos que lucran con el dolor.
Más de este autor