Don Manuel, como se lo llamaba entonces, llegó al poder después del asesinato del general José María Reyna Barrios (1893-1898) y, a través de una serie de artimañas políticas, represión y censura, se quedó en el poder por casi un cuarto de siglo. Su derrota estuvo precedida por la denominada Semana Trágica, un evento que empezó el 8 de abril con el desconocimiento de su investidura por parte del Congreso y terminó el ya mencionado día 15. Un suceso clave para entender el siglo XX en Guatemala y que, sin embargo y a excepción de algunos eventos aislados, ha pasado desapercibido.
La Semana Trágica se llama así porque, justo después de ser desconocido por el Congreso, Estrada Cabrera decidió bombardear la ciudad de Guatemala desde su finca-residencia de La Palma, en el área conocida hoy como La Palmita, zona 5 de la capital. Fue toda una semana de combates, trincheras, enfrentamientos cuerpo a cuerpo y toma y rendición de cuarteles: un suceso que recordó los tiempos de la rebelión de Rafael Carrera y su triunfo sobre la federación de Centroamérica (1837-1840). El suceso fue consecuencia de la represión, pero sobre todo de la indolencia estatal (como en la erupción del Santa María en 1902, en los terremotos de 1917 y 1918 en la capital y en la gripe española de entre 1918 y 1919), lo que en cierto modo confirma que, históricamente, los habitantes de Guatemala toleran vivir con dictaduras, pero no con aquellas que los dejen totalmente desvalidos.
En esa época, a Estrada Cabrera también se lo conocía como el Brujo o se decía que estaba rodeado de brujos. Y fue un argumento también utilizado por sus enemigos para demostrar que había perdido sus facultades mentales. La realidad es diferente: el mote le venía del hecho de que, desde tiempos de Rufino Barrios (particularmente después de 1877), los dictadores liberales tenían como guardia personal (lo que ahora sería la SAAS) a gente k’iche’ y a algunos ladinos de Momostenango y San Carlos Sija. Como se sabe (Tedlock, 1982; Carmack, 1995, y Hart, 2008), Momostenango es conocido por mantener vigentes y vigorosas sus prácticas de la espiritualidad maya, entonces y ahora tachadas de brujería por la ignorancia y la poca tolerancia de los que no la practican. Los k’iche’ de la guardia presidencial posiblemente practicaban el kojonik.
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Seguro que varios atentados contra el gobernante (más su amplia red de informantes —orejas—) crearon en él una mentalidad paranoica. Y allí quizá espiritualidad maya (y su capacidad de pronóstico) le proveyeron cierto alivio. Además, la confianza en su guardia inmediata fue tal que, según Tedlock y personas que pude entrevistar durante mi investigación en Momostenango, incluso permitió que uno o varios altares (tab’al) fueran construidos en La Palma. La ubicación exacta, sin embargo, se desconoce. Los k’iche’ momostecos habían integrado dentro de su sistema comunitario el servicio en dicha guardia (Carmack, 1995), por lo que las prácticas del kojonik seguramente se llevaban a cabo con o sin el consentimiento de los gobernantes de turno. A la vez, otros personajes, como el jefe de la milicia local (un ladino), también fueron formados —se cuenta— como ajq’ijab’ o especialistas rituales.
Los mayas, en general, tienen una visión del tiempo y de los sucesos históricos mucho más amplia y conectada que la que poseen la mayoría de los no indígenas. De ahí que ser guardia personal de dictadores liberales —y que además sirviera para eludir el pesado trabajo en fincas— era también una oportunidad de prolongarse como comunidad k’iche’ (y de practicantes del kojonik) en el tiempo. El recuerdo del trabajo hecho por aquellos que, a pesar de todo, defendieron a Estrada Cabrera durante la Semana Trágica (porque en cierto modo había sido un benefactor para su comunidad, mas no para el país) se mantiene a la fecha en la memoria de los ajq’ijab’ momostecos, que aún llaman al altar Chwa’ Palmita y a quienes lo cuidaron.
En esta efemérides, un homenaje también a esos k’iche’ momostecos que, a su manera, también trataban de construir un futuro colectivo diferente, mejor.
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