Un grupo de la élite que en Guatemala ha gozado de privilegios heredados (es decir, no obtenidos por mérito propio) ha cerrado filas y unido fuerzas con otras que ven vulneradas sus fuentes de poder a causa de la impunidad prevalente en este país. El temor a perder privilegios hace que esa élite vea la justicia como un enemigo al cual hay que vencer. Ese temor hace que reaccione cual bestia acorralada o niño berrinchudo. El temor a perder privilegios hace que esa facción de la élite se agrupe con algunos aliados naturales, pero también con otros sectores que no necesariamente son de su grupo social.
La justicia empieza a entrar a la sala de quienes solo la veían pasar desde sus butacas, asegurados por la fortaleza de la impunidad que habían construido durante siglos. Hoy ven cómo las estructuras de esa fortaleza empiezan a derrumbarse. Cuando esa élite privilegiada ve cómo su peor pesadilla empieza a ser realidad, reacciona con lo que a simple vista parece un berrinche, pero que en el fondo refleja enojo, preocupación y miedo. El berrinche de la élite privilegiada debe tomarse seriamente. No es el berrinche de un niño que quiere un juguete. Es de quienes, acostumbrados a tener siempre lo que quieren, han acumulado una gran proporción de poder, que no es menos que la institucionalidad económica, política y social del país.
La élite privilegiada no es un grupo necesariamente homogéneo. Incluye una facción conservadora de militares de baja y de otras personas afines a quienes hoy enfrentan procesos por corrupción, masacres, injusticias y crímenes de lesa humanidad. Es también una facción de la élite criolla y propietaria por herencia de grandes extensiones de tierras, de riqueza y de privilegios producto de un Estado diseñado por sus propios ancestros a su favor y medida. Incluye, además, una facción de familias propietarias de industrias oligopólicas que con un tronar de dedos pueden generar una crisis de escasez o una recesión económica, detonar un proceso inflacionario o dejar sin trabajo a muchos con el fin de desestabilizar un gobierno o proceso de cambio que las amenace y atente contra sus privilegios.
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Poseen también una poderosa maquinaria mediática a su favor, incluyendo el poder coercitivo que tienen sobre los medios, a los cuales pueden amenazar con retirarles sus pautas si es necesario. La élite privilegiada es un grupo con fuertes vínculos, ergo, con mucha influencia en grupos religiosos, grupos políticos y empresas e intereses extranjeros. Con sus redes, fundaciones, gremios, asociaciones cívicas y políticas y oenegés, la élite ejerce presión directa e indirecta, con lo cual logra ganar adeptos a su agenda otorgando argumentos para causas que no necesariamente reflejen su interés [1]. El berrinche llega al absurdo cuando logran manipular a altos mandos del Gobierno e incidir en ellos para expulsar y borrar del mapa todo lo que los pueda amenazar, aunque eso implique vulnerar también los procesos que son de beneficio para el resto del país y, en consecuencia, para su propia estabilidad.
El enojo les nubla la razón. Al final, el berrinche ha sido su costumbre desde niños en su casa, de adolescentes en el colegio y de jóvenes en la universidad y en círculos sociales. Están acostumbrados a que todos les rindan pleitesía, a que la disciplina nunca los alcance, a que el castigo nunca les llegue. Ser expulsados de un colegio por indisciplina nunca fue un problema, pues siempre había otro que les extendiera el título aunque nunca hubiesen estudiado para merecerlo. No tuvieron que prestar servicio militar obligatorio como el resto de los hombres jóvenes en los 80 ni conocieron un juzgado si cometieron algún delito, ya que tenían el apellido correcto y conectes en consecuencia.
El fondo de la actual coyuntura es que los privilegios heredados de esas facciones de la élite empiezan a verse vulnerados y que el sistema que nutre esos privilegios comienza a romperse. Es allí donde podemos interpretarla y prepararnos para los tiempos convulsos que se vienen a las puertas del año electoral.
[1] Movimientos ultraconservadores y discursos machistas, homofóbicos e incluso neofascistas y antirrepublicanos, que atentan contra la libertad de la ciudadanía.
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