Mismas que, pese a estar abiertamente disminuidas, son presentadas como la oferta principal de las candidaturas que han sido elevadas al altar de la cabeza en las encuestas. Cuál es el mecanismo que ha hecho posible semejante falacia o, merced a qué condiciones, resulta intrigante que un pueblo víctima del genocidio opte supuestamente por el mascarón de proa de tales crímenes.
Para el ejercicio del voto reflexivo o crítico, en tanto garantía de participación democrática en las decisiones políticas de trascendencia, es menester que la población pueda acceder a la verdad y para ello requiere estar plenamente informada. En esas circunstancias, la información es la clave del proceso que podría realmente devenir en democrático. Cabe, entonces, cuestionarse si en este evento hemos podido tener acceso a la información que permita individual, social o comunitariamente, contar con la información o si, por el contrario, pese al despliegue publicitario, la misma sigue escamoteada al público elector.
Procesos de análisis y reflexión local, municipal y nacional, de debate sobre los problemas reales de cada ámbito, son una base para informarse. Acceso a los datos necesarios, tanto de la situación real en cada espacio o nivel, como los antecedentes de vida personal y social de quienes desean ser electos o electas, también es necesario. Como necesario es conocer al detalle el origen de los fondos para su campaña y los compromisos adquiridos con quienes han patrocinado el proceso.
Sin embargo, para las propuestas electorales de hoy día en Guatemala, la herramienta más usada, o abusada mejor dicho, es la propaganda. Recurso que en su acepción moderna sigue tomando como base los 11 principios desarrollados por Josep Goebbels, el tristemente célebre ministro de propaganda del régimen nazi de Adolfo Hitler.
Entre otros, Goebbels destacaba la necesidad de la simplificación del enemigo hasta convertirlo en único, lo que incluye el reflejar en una sola figura a un grupo de adversarios. Otro componente del manual del ministro fascista es cargarle al adversario los errores o defectos propios y toma como base su premisa de que “si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que las distraigan”. Le siguen la exageración, consistente en convertir una anécdota en amenaza grave, la vulgarización del mensaje, la construcción del mismo en una suerte de orquesta o mejor, pocas ideas repetidas al cansancio, basándose en que “si una mentira se repite suficientemente, acaba por convertirse en verdad”. También, renovar constantemente los argumentos para que el adversario pierda el ritmo en el proceso del debate, utilizar fuentes diversas en la construcción del argumento (“lanzar globos o informaciones fragmentarias”). Un principio clave es evadir o acallar los asuntos sobre los que se carece de argumentos, limitar o encubrir las informaciones que favorezcan al adversario (recuérdese que puede ser uno solo o varios reflejados en uno solo) y valerse para ello de la ayuda de medios de comunicación afines. Un elemento esencial es el llamado principio de la transfusión que se basa en el hecho de que la propaganda se nutre de valores o sentimientos colectivos latentes —odios y prejuicios tradicionales— y, finalmente para cerrar con broche de oro, el principio de unanimidad, que no es otra cosa que hacerle creer a la gente que piensa como piensan muchas personas.
De esa cuenta, un hombre cuya fortuna se ha construido sobre la base del despojo de bienes nacionales en Petén se presenta como el paladín de la democracia y la libertad, a pesar de que se para sobre los cimientos de la pena de muerte. Ya no digamos, lo que representa el mascarón de proa del rol del ejército durante el conflicto armado y cuyo paso lo marca la huella del genocidio, expuesto como un hombre honrado y de paz, que niega la historia de muerte y violencia contra la población no combatiente, que niega el derecho de las víctimas a que su verdad sea conocida y, que de manera contumaz, se niega a identificar el origen de los fondos de su millonaria propaganda.
Más de este autor