A 50 años de este atroz hecho, por fin el Estado mexicano ha decidido llevar a cabo una investigación oficial al respecto. Y ha de celebrarse que la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas reconoció por primera vez el caso del 2 de octubre de 1968 como un crimen de Estado. Se había tardado.
¿A quién le cabe en la cabeza que se pueda justificar matar a estudiantes universitarios?
¿Qué es la universidad? En sus inicios fue un cuerpo gremial que surgió para formar a los jóvenes en las denominadas profesiones clericales, es decir, la teología, el derecho y la medicina. La noción de universalidad que hay en este concepto (el adjetivo latino se refiere aquí a todo, entero, universal) parte del siguiente y muy interesante hecho: la universidad medieval abrió sus puertas a estudiantes y profesores sin hacer distinción de su condición gentilicia, pues el latín servía como moneda de uso común. Al mismo tiempo se entendía que los conocimientos adquiridos poseían validez universal. Con lo anterior dicho, hay quienes argumentan que es válido afirmar que precisamente es la universidad el espacio para la discusión de todo el universo posible de ideas sin privilegiar ninguna y sin distinción, con lo cual yo estoy de acuerdo.
Pero esta no es la única razón por la cual las universidades se transforman en un peligro.
No hay que olvidar su esencia: la filosofía y su actitud crítica, la base de toda sabiduría posible, según los griegos. Se dice que dicho espíritu aún respira en los campus universitarios. Digo aún porque no es un hecho desconocido que las universidades contemporáneas se caracterizan hoy por censurar discursos. Incluso la misma Universidad de Berkeley, que fuese determinante en los años 60 por defender abiertamente el libre discurso (todas las ideas pueden plantearse y deben escucharse para luego ser vencidas o legitimadas en el juego intelectual), se ha dado el lujo de censurar a profesores de derecha o a simpatizantes de la denominada alt-right. Nadie en su sano juicio debería simpatizar con la alt-right, pero en la universidad no hace falta la censura, sino la discusión para ironizar lo que requiera ser ironizado y probar la validez de los argumentos.
Precisamente sobre lo anterior hay quienes afirman que la esencia del método socrático no es otra cosa que la ironía. Es decir, el juego de la mayéutica no tiene otra finalidad que demostrar la ignorancia del contrincante para dejarlo en ridículo.
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Y esto fue, en efecto, la razón por la cual la polis ejecutó al inocente (al filósofo), ese que se atrevió a cuestionar e ironizar a los dioses de la ciudad y los valores establecidos simplemente porque la justicia es, como dijera Trasímaco: «Lo que conviene al más fuerte […] de donde se deduce, para quien razone correctamente, que en todas partes se identifica lo justo con lo que es útil para el más fuerte».
En su esencia socrática, la tarea del espíritu universitario es ironizar y ridiculizar aquello que no tiene bases sólidas, sacar del error cuestionando incluso lo sagrado y reorientar —cuando sea necesario— el uso del poder. Y lo anterior no siempre conviene al más fuerte, particularmente cuando este no usa la fuerza de la razón, sino la razón de la fuerza, para sustentar su posición.
Por eso es que, pasando por la masacre de estudiantes en la universidad cristiana de Garissa (Kenia) a manos de Al-Shabbaab, por la represión estudiantil en Nicaragua, por los profesores y estudiantes disidentes del chavismo reprimidos también, por los estudiantes desparecidos en Guatemala, por la Noche de los Lápices en Argentina, por los 104 estudiantes chilenos de la UCh, por los estudiantes de Ayotzinapa e Iguala, por los del 68, por los estudiantes alemanes que conformaron la Rosa Blanca y por los estudiantes universitarios miembros de la resistencia húngara de 1956 contra la influencia soviética (entre tantos otros casos), bien se puede concluir que solo aquellos que tienen temor a pensar con libertad (porque defienden dogmas) justifican reprimir estudiantes. Solo talibanes y dictadores aborrecen el espíritu de libre discusión. Solo talibanes, militares y dictadores (de derecha o izquierda) matan universitarios.
En efecto, el 2 de octubre no se olvida.
Va este artículo en memoria de todos los estudiantes y profesores universitarios (hombres y mujeres) que han sido asesinados simplemente por pensar libremente, disentir, ironizar y amar el mundo de las ideas. Por ellos, así como por Sócrates, sea sacrificado un gallo en su memoria [1].
[1] Se lee en la Apología de Sócrates: «Critón, le debemos un gallo a Asclepio. No te olvides de pagar esta deuda». Asclepio era el dios de la curación, y la ofrenda de un sacrificio antes de dormir (morir) era algo común en quienes padecían enfermedades. Simon Critchley, en El libro de los filósofos muertos, afirma que esta simbología se refiere también al hecho de restaurar el orden de las cosas ante una injusticia cometida: la enfermedad de la ciudad significó la muerte del inocente (el filósofo).
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