Un esquema que al parecer es desconocido para la titular de Educación, Cynthia del Águila, quien con licenciatura y estudios de postgrado (no se especifica si obtuvo algún grado académico), afirma poseer amplia experiencia en el sector.
Una experiencia que, al parecer es limitada a ciertos campos y no solo le impide comprender cómo se integra la comunidad educativa sino, además, cómo se conduce un proceso de reforma curricular que impactará en las vidas de miles de personas.
De manera que puede verse como falta de experiencia política o limitada visión para conducir una cartera con los desafíos que la de Educación representa para Guatemala, la torpeza con la cual se pretende imponer un cambio curricular en la formación normalista. Pero también puede entenderse como el campo de acción política de una funcionaria de un organismo ejecutivo que se pinta de autoritarismo y gestión dictatorial de la administración pública.
Han debido presentarse reacciones de rechazo rotundo por parte de las y los estudiantes, así como de los padres de familia, directamente afectados por el cambio, para que el Ministerio abra –como si hiciera un favor– una oficina para recibir observaciones a la reforma curricular. Reforma que se ha querido justificar en la necesidad de mejorar la calidad educativa por la vía de la superación docente. Superación que se entiende no con la calidad del contenido y la metodología sino por el incremento en años de formación. El centro de la propuesta se encamina a garantizar que la docencia sea ejercida en cada espacio educativo por personal con un nivel superior en el cual se desempeña. Curiosamente, la titular de la cartera no es el mejor ejemplo para esa filosofía de superación docente si nos atenemos a que la calidad está ofrecida por el grado académico que posee.
Si el debate en torno a la reforma hubiese sido eso, un proceso de debate con la comunidad educativa, quizá estaríamos opinando con mayor énfasis y profundidad en los contenidos y sus propósitos. Desgraciadamente, lo que ahora domina el análisis de la problemática es la consecuencia directa de un accionar dictatorial, completamente divorciado de cualquier entorno pedagógico moderno. Al usar la vía de la imposición inconsulta se ha generado un rechazo que se generaliza día con día. Al cerrarse las vías del diálogo, nótese que la Ministra decidió la suspensión del ciclo escolar como estrategia para debilitar el apoyo a la dirigencia estudiantil que expresa el rechazo a la reforma.
De la misma raigambre dictatorial ha sido la respuesta de gobierno que, ha derivado un asunto que debió ser de diálogo político, a tratarlo con una mentalidad castrense, como un problema de seguridad y a responder calificando a las y los estudiantes, menores de edad en su mayoría, como enemigos de la autoridad. En un discurso que raya en el fascismo, el Presidente y su titular de Gobernación afirman que se le falta el respeto a la autoridad. Una afirmación que bien puede ser el eje que guía el accionar de la cartera de Educación, al intentar imponer una medida sin consulta con el total de la comunidad educativa.
En un país en donde la falta de cobertura real y eficiente del sistema educativo es uno de los problemas estructurales más ingentes, resulta que lejos de “educar con el ejemplo” del diálogo, se transmite al estudiantado el ejemplo de la violencia como forma de resolver las discrepancias. De esa cuenta, más que ofrecer una mesa efectiva de diálogo a las y los estudiantes, así como a padres de familia, el gobierno ha señalado el camino de la violencia y de la agresión.
Así las cosas, a los abusos y posibles delitos en los que incurrió el Presidente y su titular de seguridad, así como los funcionarios de policía que intervinieron en la agresión del martes en el puente El Incienso y en las instalaciones del Instituto Rafael Aqueche, habrá que sumar el pobre desempeño de una Ministra de Educación, incapaz de conducir con eficiencia un proceso supuestamente llamado a mejorar la calidad del producto que se ofrece. Para superar las lacras de violencia no necesitamos granadas ni balas ni lacrimógenas. Necesitamos escuelas, maestros, cuadernos, lápices y pupitres. No necesitamos discurso autoritario sino acción política que fomente el diálogo y el respeto a la persona.
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