Supongo que se trata de otro asesinado en la salida de la cárcel donde tienen a los mareros. La vez pasada que anduve por acá, así me recibió Chimaltenango.
Luego comienzo a ver que pasa un montón patojos todos mojados con una antorcha. Ah, las putas antorchas. Y me doy cuenta de que es 14 de septiembre y que todo el mundo en Guatemala sale a festejar que los ricos de entonces ya no querían pagar impuestos al Rey de España y armaron un su día de la dignidad nacional y mandaron a la mierda a los españoles. Hubieran armado un su pacto fiscal, digo yo.
Así, hoy todos los chapines serían españoles y no tendrían que andar yendo a la embajada a decir que un abuelito era de allá, hacer acento español, intercalar palabras como “jolines”, “chungo” o “mogollón” y que desde que tuvieron su primer carro le pusieron una calcomanía de Vigo o algo por el estilo. Eso en el mejor de los casos, porque si no hay abuelito, hay que pagar noches de hotel por adelantado, mostrar traveller’s cheques y jurar que no va uno a quedarse allá como hizo una amiga hondureña que les juró que no iba para quedarse pero viajó de turista con cuatro maletas, la vajilla, su hijo y hasta las fotos de la abuelita.
Pero como no hubo pacto fiscal, allí están celebrando la independencia. Y van corriendo los patojos con las antorchas, apagadas. Sí, las antorchas van apagadas porque, descubro después, a cada lado de la carretera hay una fila de gente que les lanza bolsas con agua a los corredores.
Un poco como estos que en el tour de france salen a lanzarles chorritos de agua a los ciclistas, solo que Chimaltenango Style. Digo, alguien les proveyó de cientos de bolsas de plástico como las que se usan para vender cocacolas en bolsa (sí, de esas que los extranjeros compran en Guatemala y los países africanos solo para tomarse la foto y subirla al Facebook para informar al mundo de tamaña rareza) y están allí lanzando las dichosas bolsas a los corredores.
A los corredores, y a los carros, y a los pasajeros de los autobuses y hasta a un policía que iba en la palangana de una radiopatrulla. Cuando el bolsazo le tiró a la mierda el quepí lo único que hizo fue pelar los dientes. Fácil tenía unos tres salarios mínimos invertidos en oro en la boca. Y luego en la Marroquín tienen el toupé de dar cursos para invertir en bolsa, si ya los chapines desde antes que el oro empezara a estar trending sabían que hay que invertir en metales preciosos y que el mejor lugar para guardarlos es la boca.
Total que están el vergo de chirices lanzándole bolsazos de agua a la gente y el tráfico se hace insoportable porque estoy convencido de que los que van en picop bajan la velocidad para que los pasajeros que van en la palangana sean blancos más asequibles para los patojos.
Y no solo los patojos lanzan agua. Los más viejos también tiran sus guacalazos. Había un cerote que, como siempre tiene que haber uno que es más cabrón, agarró una su cubeta y comenzó a lanzar cubetazos de agua a todos los que se le atravesaran. Lo hacía con tantas ganas que parecía que estuviera audicionando para el empleo de lavar con creolina los puteros de Chimal.
Otro, un empleado de una gasolinera, también lanzaba agua y mejor hubiera recurrido a la técnica de la cubeta. La primera bolsa que lanzó cayó como a dos metros de él. La segunda, se le olvidó amarrarla, la tercera fue a dar adentro de una heladería del otro lado de la calle. Mientras, los patojos que iban en el picop detrás de mí se cagaban de la risa y le mentaban la madre. De no ser porque estaba en el trabajo y vestido con su uniforme de gasolinero hubiera jurado que andaba bolito.
Otro, ese sí un verdadero hijo de la gran puta, estaba escondido detrás de una tapia con una manguera de esas que tiran agua a presión. Y cada vez que pasaba alguien le soltaba un chorro de agua en toda la cara.
Tuvo tanta puntería que le llenó de agua la cabina a un camión que transportaba docentes. Supongo que eran maestros porque el camión tenía una manta con reivindicaciones sindicales y la exigencia de que les pague un “vono”.
Y los patojos de las escuelas seguían corriendo, con sus antorchas apagadas. Y también había patojas. Tres, adolescentes, pechugonas y con las piernas cortitas, que no parecían estudiantes, salieron corriendo sólo para que unos mecánicos de un taller les lanzaran cubetazos de agua. La versión chimalteca de los concursos de playeras mojadas, pero con el añadido de que las concursantes van corriendo. Habrán pasado como tres veces frente al taller.
La cola comenzó a caminar más rápido conforme me acercaba a esa monstruosidad de puente que hicieron en Chimaltenango. Por allí por los puteros. Las putas parecían ajenas a la festividad del agua y estaban más interesadas en captar clientes. A punto de subir al paso a desnivel estaba, cuando en el rabillo del ojo creo descubrir el hallazgo del día: hay un putero con travestis en Chimaltenango. No todo es atraso en esta ciudad que sirve de frontera con el occidente del país. Primero llegó el pollo campero, luego el Pradera, ahora llegaron los travestis. Poco a poco va caminando la cosa. No es que sea Nueva York, pero con el paso a desnivel, el campero y los travestis, ahí va caminando la cosa
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