“Una verdad inconveniente” es un excelente ejemplo de cómo un instrumento de comunicación es capaz de impactar e incidir en las políticas y en las mentes de los ciudadanos (y votantes).
Pero las soluciones ambientales nos parecen ajenas, que les competen solo a los países ricos. Es verdad que esos países, especialmente los Estados Unidos y China, son los que más contaminan y que debieran estar tomando las medidas más costosas. Pero eso no quiere decir que no nos toque una cuota de responsabilidad.
¿Qué tipo de responsabilidad tenemos los guatemaltecos? Mi compañera recibió como obsequio el libro La ecuación del medio ambiente, 100 factores que pueden aumentar o reducir tu huella de carbono. Lo motiva la pregunta, quizá demasiado gastada, pero no inválida: ¿Puede una sola persona marcar la diferencia?
Leyendo cada una de las 100 acciones propuestas en el libro, pienso en Guatemala. Por ejemplo, ¿Cómo reaccionaríamos ante un impuesto al uso de bolsas plásticas, como instrumento que desincentive su uso y nos obligue a llevar nuestra bolsa cada vez que vamos al supermercado? En una ocasión comenté que la clase media considera una suerte de “derecho” de clase que le empaquen a uno la compra en bolsas plásticas, por lo que ese impuesto generaría un rechazo visceral: adeptos para el discurso libertario de ataque y condena a los “ecohistéricos” y la evidencia científica del calentamiento global.
Pero, ¿ese impuesto es un disparate? Dinamarca lo aplicó en 2002, con lo cual redujo en 95% el uso de bolsas plásticas. En Taiwán, se multa a los negocios que regalen bolsas, platos o cubiertos plásticos. En 2002, Bangladesh prohibió completamente el uso de bolsas plásticas, luego que verificó que su acumulación en los basureros tapó los drenajes, causando las inundaciones que cobraron cientos de vidas en 1988 y 1998.
Medidas similares son reducir el uso del vehículo particular, conducir más despacio, racionalizar el uso del aire acondicionado, pañales desechables, electrodomésticos, impresoras, fotocopiadoras y otros equipos de oficina. Usar documentos electrónicos en vez de impresos, e incluso, reducir el tiempo que usamos para una ducha.
Medidas invasoras de la intimidad de nuestras vidas, que sin duda resultan molestas porque las hemos vuelto hábitos y las consideramos estatus o “mejoras” en nuestra calidad de vida. Pero que en realidad son patrones de consumo que destruyen el medio ambiente.
Por ello es que este tipo de responsabilidades individuales requieren un Estado fuerte que emita las normas adecuadas, y tenga poder coercitivo para asegurar su cumplimiento. Un esquema que choca frontalmente con el ideal libertario, que rechaza el poder tributario y normativo del Estado. Por ello es que los libertarios y conservadores se esfuerzan tanto por descalificar o minimizar la evidencia de la gravedad del problema ambiental que todos estamos creando. Y con ello, dicen que no se justifica atentar contra la libertad de mantener nuestros hábitos de vida atendiendo “necedades de ecohistéricos y fanáticos pone-impuestos”.
Así que ser responsables con el medio ambiente es tan ideológicamente irritante como ser democrática y socialmente responsables pagando los impuestos que justamente nos tocan. Por ello es que las soluciones a la destrucción del medio ambiente no son solo desafíos técnicos, sino principalmente políticos. Qué tanto poder tiene el Estado para reducir y moderar los privilegios y patrones de consumo que, por un lado ya son hábitos para una gran parte de la población mundial, y por otro, son negocios que generan ganancias jugosas.
El problema es serio, no una cuestión de “ecohistéricos”. Es una cuestión de ecologistas de verdad: poder y política, ciencia y medios de comunicación masiva.
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