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Echar a perder un libro de memorias por evadir responsabilidades

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Echar a perder un libro de memorias por evadir responsabilidades

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No con gusto respondo a las acusaciones vertidas en mi contra por el coronel Ricardo Méndez-Ruiz Rohrmoser en su libro Crónica de una vida (2013), recogidas por la prensa y por la radio nacional. No es mi interés defenderme a mí mismo, sino defender la verdad que él ataca, después de veinte años, de mi libro Masacres de la selva (1992). No dice la verdad, cuando dice que el ejército sólo mató guerrilleros en Ixcán en 1982. Yo quiero mostrar que lo dicho en Masacres de la selva, que hubo grandes masacres cometidas contra la población civil por el ejército durante la primera mitad de 1982 en Ixcán es fundamentalmente incontestable. Y digo fundamentalmente, porque hay pormenores que siempre se pueden mejorar.

La principal acusación del coronel es que Masacres de la selva “es una falaz descripción de una larga lista de masacres ejecutadas por el ejército” (p. 300). ¿Cuáles son estas masacres? Él no las menciona. Ni una sola. Sólo habla de una “larga lista”. He aquí cuáles son: la de Santo Tomás Ixcán del 14 de febrero de 1982, con 41 personas masacradas; la de Santa María Tzejá del 15 de febrero, con 17 personas masacradas; la de carismáticos de Pueblo Nuevo en la playa del río Xalbal del 18 de febrero, con 10 personas masacradas; la del Polígono-14 el 20 y 21 de febrero, con 13 personas masacradas; la de Kaibil Balam el 27 de febrero, con 14 personas masacradas; la de Cuarto Pueblo del 14, 15 y 16 de marzo de 1982, con más de 360 personas masacradas; las de Xalbal y Kaibil del 31 de marzo al 5 de abril, con casi 40 personas masacradas; y las de Piedras Blancas del 18 al 30 de mayo, con casi 80 personas masacradas. En el libro aparecen los nombres y las edades de las víctimas y si alguien vuelve a él, encontrará el número grande de niños y niñas. La más grande y masiva de todas las masacres fue la de Cuarto Pueblo. En ella murieron alrededor de 80 niños o niñas de menos de 14 años. ¿Guerrilleros ellos, muchos todavía en el pecho o la espalda de su madre? 

¿Por qué esta larga lista de masacres es, según el coronel, “una falaz descripción”? Él da dos razones principales. La primera, porque en Masacres de la selva no se menciona a la guerrilla: “el solo hecho de no mencionar ni una sola vez a la guerrilla en el libro y aparentar que no existió, descalifica totalmente la veracidad del documento” (p. 285). Por eso, la gente que él presenta en su libro como población civil masacrada dice que eran guerrilleros: “gran parte de la población civil que fue enfrentada al ejército... estaba armada por la guerrilla” (p.330). Según él, como en mi libro no enfoco principalmente a la guerrilla, sino al ejército, por eso estoy sacando a la guerrilla de la ecuación, y convierte a población desarmada y no combatiente en guerrilleros o gente armada por la guerrilla. No importa que muchos de los muertos fueran mujeres y niños o niñas.

Y la segunda razón para acusar la información sobre las masacres de mi libro como una “falaz descripción” es que hubo muchas personas que entrenaron a los sobrevivientes a dar testimonios inventados: “durante varios años el padre Falla (Marcos) y muchas personas más... hicieron un intenso trabajo social en los campos de refugiados de México, en las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) y en el mismo territorio de Ixcán, obteniendo como resultado que casi cualquier persona relate, con infinita facilidad histriónica, una masacre con pelos, nombres y señales” (p. 283).

Primera aclaración

En primer lugar, la población masacrada era población civil. A la primera razón, de que las personas masacradas fueron guerrilleros, respondo que el coronel no examina en su obra ninguna de las masacres enumeradas arriba. No las menciona ni como combate contra la guerrilla, ni como “exceso” del ejército, cosa que genéricamente admite que hubo en algunos casos (p.206). Es como si nada hubiera sucedido en esos lugares de la geografía del Ixcán durante esas fechas. Es un recurso manejado por el coronel, especialmente cuando usa su estilo de invectiva: dar por hecho lo que se imagina que sucedió y caer frecuentemente en calumnia. Podría él, por ejemplo, para comprobar lo que afirma, traer informes de sus oficiales en campaña, como se dan en la Operación Sofía de la zona ixil ese mismo año. Afirma algo genéricamente sin comprobarlo caso por caso.

Es cierto que en Masacres de la selva se prioriza el enfoque sobre el accionar del ejército y se deja a la sombra a la guerrilla. Lo hice conscientemente para fortalecer la denuncia. Sin embargo, no omito la presencia de la guerrilla al comentar el combate del Cuarto Pueblo (p. 293), como lo reconoce el mismo coronel, contradiciéndose.

Pero aunque yo hubiera omitido completamente a la guerrilla de la narración, no se sigue que por omitirla se convertiría la guerrilla en población civil. Una cosa es silenciar un actor y otra cosa, faltando a la verdad, cambiarlo. Espero, para mostrar esto, publicar un largo escrito, previsiblemente en 2014, donde aparecen en dialéctica los dos actores, ejército y guerrilla. Se conocerá entonces, cómo esta dialéctica entre ejército y guerrilla no rompe el análisis de las masacres del Ixcán, ni las disminuye. La población civil de Masacres de la selva seguirá siendo la misma población civil, simpatizara con la guerrilla o desconfiara de ella.

Toda la gente que murió masacrada en Cuarto Pueblo, la mayor de las masacres, fue población civil. Según los testimonios, en el cerco previo a la masacre no se disparó ni un tiro en contra del ejército. También hubo personas que no huyeron cuando los soldados entraron al mercado porque se consideraban simpatizantes del ejército. Los que quisieron y pudieron, huyeron y se refugiaron en México o en la montaña. Los que no, se quedaron a la merced de la tropa que quemó a muchas mujeres en la iglesia evangélica, según un testigo que se escondió bajo un árbol caído.

Segunda aclaración

La segunda aclaración es que los testimonios son auténticos. Al dar la segunda razón, el coronel tampoco comprueba lo que afirma, sólo se imagina que mi persona y otras más estuvimos indoctrinando a la gente para que se aprendieran de memoria un relato fingido. En su imaginación da por supuesto que había motivación y tiempo para eso, cuando en realidad la gente que daba su testimonio eran personas que estaban escondidas bajo la montaña o en el refugio y querían desahogarse, contando lo que habían sufrido para que el mundo lo supiera y se detuviera la represión.

Lo único que yo hacía en ese momento era sentarme bajo un árbol y escuchar con un bolígrafo en la mano. Se imagina el coronel que desde entonces se estaba preparando a testimoniantes para un juicio sobre genocidio como el que se acaba de dar. No, en ese momento la finalidad de la gente al hablar era detener la represión.

Parece que el coronel no considera a las víctimas de las masacres con la suficiente capacidad para decir su palabra propia y las infantiliza al decir que el trabajo social de unas pocas personas fuera capaz de inducirles desde fuera un sentimiento, un pensamiento, una memoria de lo sufrido. No cae en la cuenta que un dolor tan grande no puede ser sustituido por un adoctrinamiento.

Méndez-Ruiz R., responsable

El coronel omite algo. ¿Por qué dice que las historias que transcribimos son mentira? Lo que pasa es que esas masacres se cometieron cuando él era comandante de Playa Grande, del 1 de enero de 1982 al 9 de junio de 1982 (p.232, 361). Ése es el punto de fondo. Él fue el responsable de esos delitos de acuerdo a la línea de mando que él mismo reconoce. Entonces, hoy puede ser objeto de un juicio por genocidio o por crímenes de lesa humanidad, que son delitos imprescriptibles.

Él mismo deja entrever esa preocupación, cuando al final de su libro se despide diciendo: “Mi vida de adulto la inicié como prisionero político por amor a Guatemala, y si como prisionero político la he de terminar por haber defendido a mi Patria, que así sea” (p.399). 

Esa es la explicación de fondo de tanto furor contra Masacres de la selva. Él no descansa en argucias jurídicas, como lo está volviendo a hacer la Corte de Constitucionalidad. El niega los hechos de raíz.

Todavía hay testigos y testigas vivas en Ixcán. Cualquier investigación seria puede ir a comprobar la historia, ir a Primavera del Ixcán, donde están los restos de las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) o buscar gente que en la actualidad se ha distanciado de la URNG, la antigua guerrilla. Cualquiera puede buscar personas que fueron refugiadas en México, tanto de gente que se quedó en Chiapas, cerca del escenario de la guerra interna, como de gente que fue llevada a Quintana Roo y Campeche y se mexicanizaron. Habrá muchísimas versiones de los hechos. Pero resultará incontrovertible que el ejército cometió esas masacres.

Se puede visitar también el monumento en Cuarto Pueblo donde se guardan los restos de las exhumaciones. Allí hay pedazos de huesos que estuvieron bajo la intemperie recibiendo el sol, la lluvia y el viento desde 1982 hasta 1995, cuando se comenzaron las exhumaciones. Cuarto Pueblo permaneció durante casi 13 años como un asentamiento arrasado. Podía uno pasar por allí e ir donde habían quemado a las mujeres y meter la mano en la tierra y sacar un puño de huesitos. Yo mismo guardé unos pedazos en un relicario y se los mostré a Juan Pablo II en 1995 en Roma. Hay fotos del momento en que se los presento.

Las exhumaciones de guerrilleros, en cambio, son de naturaleza diferente. Son exhumaciones en lugares dispersos, difíciles de ubicar, donde los combatientes cayeron y fueron enterrados inmediatamente por sus compañeros. El ejército sacaba a sus bajas, la guerrilla las enterraba en el lugar. Las exhumaciones de civiles masacrados, en cambio, son de restos óseos amontonados y extraídos de enterramientos cercanos entre sí.

Para encontrar una explicación de cómo el coronel invisibiliza las masacres, volvamos a su libro.

Estratagema de distracción

Él utiliza, tal vez inconscientemente, una estratagema literaria para distraer al lector o lectora. Al describir los acontecimientos de ese marzo terrible de 1982 hace dos cosas. Una, enfoca su narración en el proceso de las elecciones nacionales del 7 de marzo y el golpe de Estado de los militares jóvenes del 23 de marzo. Es una narración interesante. Exitosa para distraerse de los soldados en campaña. Y la otra, por si alguien le preguntara, “¿y las masacres, coronel?”, es cuando describe la masacre de Río Negro, Rabinal, del 13 de marzo, cometida por las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC) de Xococ. Él se desliga de toda responsabilidad, aunque ellas fueran organizadas por el ejército como medida contrainsurgente. Así despacha el período que debería haber dedicado a los acontecimientos en el Ixcán, masacres o combates o excesos, si es que quería lanzar una afirmación tan fuerte de que todas ellas son una lista de falsedades.

¿El coronel está diciendo una mentira, es decir, sabe que lo que dice es falso? ¿O se cree realmente que el ejército no cometió esas masacres?

Yo no conozco la conciencia del coronel. En el libro aparece como una persona íntegra y honrada. Claro, según él. Pero asumamos que eso sea cierto, ¿cómo es posible que pueda afirmar hechos tan absolutamente comprobados y que siguen siendo comprobables? A continuación doy tres explicaciones.

La primera es que le falle la memoria. Él mismo dice que hay muchos lugares de los que ya no se acuerda porque han pasado seis lustros (p. 329 y 330). Sin embargo, es difícil aceptar esta explicación, porque el coronel demuestra en todo su libro una memoria excepcional y estos acontecimientos, aunque él no estuviera en campaña, fueron de una magnitud enorme.

La segunda es que sus oficiales en campaña lo hubieran engañado, poniendo en práctica la norma ética que él admiraba de Efraín Ríos Montt y él mismo alguna vez puso en práctica frente a su jefe, el general Romeo Lucas (p. 219). Ríos Montt “nos repetía (...) que el comandante podía engañar a sus superiores, pero jamás podía engañar a sus subalternos (…) verdad que comprobé durante el tiempo que fui soldado y que repetí constantemente a mis subalternos, muchos de los cuales, en su momento, llegaron a ser comandantes” (p. 125). Sin embargo, no parece que el coronel, aunque estuviera tan preocupado por las cosas políticas (elecciones y golpe de Estado) en esos días, fuera completamente ciego a lo que su tropa estaba haciendo en el campo. A veces seguía los operativos desde el helicóptero (p.326). Incluso pudo haber estado en el helicóptero civil que voló sobre Cuarto Pueblo al comenzar la masacre en marzo de 1982 por la mañana.

Y la tercera, la más plausible, es que el coronel y sus oficiales en ese momento del conflicto armado interno estuvieran manejando supuestos falsos que son los que hoy les perduran. El supuesto falso es que la guerrilla del Ixcán a fines de 1981 y principios de 1982 estaba muy fuerte debido a desembarcos de armas y municiones desde México por medio de avionetas. ¿De dónde le viene ese supuesto? Del Informe Manolo recuperado por el ejército de un jefe guerrillero caído en diciembre de 1980. Dice el coronel: “esos pertrechos de guerra fueron introducidos por aire durante los últimos días de diciembre de 1981, y durante los primeros veinte días del mes de enero de 1982, utilizando las aparentemente destruidas pistas de Ixcán, y las francas y cercanas carreteras mexicanas que usaban libremente como pistas de aterrizaje. Se deduce claramente lo anterior de acuerdo a lo descrito en el Informe Manolo” (pp. 297-8).

Este supuesto es falso, primero, porque no había carretera mexicana cercana al Ixcán en 1982. El punto más cercano hasta donde llegaba la carretera era la comunidad mexicana Amparo Agua Tinta, más o menos a la altura de Ixquisís, aldea de San Mateo Ixtatán, Huehuetenango, a dos o tres días de camino a pie por las veredas de entonces hasta el Ixcán, Quiché. Y segundo, porque de acuerdo a todos los testimonios que yo recogí, no aparece este ingreso de armamento en estas fechas por avionetas. La guerrilla en Ixcán estaba débil. Lo digo en Masacres de la selva (p.145). No es que la quisiera ocultar. Estaba dispersa. La prueba de su debilidad es que no pudo contener al ejército en su avance de comunidad en comunidad y no pudo defender a la población.

De paso, véase cómo el coronel de una deducción (se deduce, dice) llega a afirmar algo que no le consta. De los planes de la guerrilla de 1980 deduce una acción de la guerrilla para 1982, como si esta, después de incautado el documento mencionado, no hubiera tenido la inteligencia para cambiar de planes.

“Guerrilla fuerte”, “ejército heroico”

¿Por qué se imagina que es cierto que las pistas de aterrizaje se sabotearon para meter armamento? No puedo afirmar una razón que está en su cabeza, sólo puedo señalar un interés que aparece en el libro y es el de engrandecer al enemigo (p.306-7, 325, 329) contra el cual tuvo que luchar, para engrandecerse a sí mismo. Levantar la fuerza de la guerrilla exalta al ejército, ocultarla le desmerece. Si el ejército mata guerrilleros bien entrenados es un ejército heroico, si mata civiles es un ejército cobarde.

El que en el relato de Masacres de la selva no aparezca la guerrilla con la fuerza que él espera no casa con el falso supuesto, ni con el interés de engrandecer al ejército. En mi libro se menciona una emboscada cuando el ejército entra en Xalbal, pero esa es una acción pequeña para el tamaño de enemigo que supone y necesita el coronel para enaltecerse y enaltecer al ejército.

Sería muy conveniente que la exguerrilla dedicara más esfuerzo para la recuperación de su memoria y aclarara cómo en el momento de las masacres del Ixcán estaba débil en esa región, contrario a la forma como se presentaba a sí misma, como si hubiera estado muy fuerte, y por qué no se cumplieron los planes del Informe Manolo.

Echar a perder un libro

Me parece que es una lástima que el libro del coronel, que tiene muchas cosas buenas e interesantes y que es un material muy rico para el análisis del ejército y de los momentos críticos del país, haya sido devaluado con ese veneno del que rezuman algunas de sus páginas, aunque son las menos, pero son las finales y determinantes.

El libro pierde fuerza al lanzar afirmaciones sin comprobación, como es que no hubo tales masacres de población civil (simpatizante de la guerrilla o del ejército) y que la sangre que corrió esos días en Ixcán fue de bajas en combate de ambos lados.

Es fácil comprender cómo los relatos de Masacres de la selva le sean molestos. Lo acusan a él, sin mencionar su nombre, de haber sido el responsable jerárquico, ya que era el comandante de la base militar de Playa Grande en esas fechas.

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