Para quienes nacieron en los años en que se produjeron los hechos o tiempo después, quizá resulte incomprensible el significado emblemático de esta condena. Puede ser que les parezca difícil dimensionar la magnitud de los delitos y los alcances de las acciones perpetradas al amparo del poder.
Pedro García Arredondo fungió como comandante de un grupo estructurado en el marco de la estrategia contrainsurgente para reprimir de manera violenta la disidencia social y política. Para cumplir su tarea se valió de espías (orejas) o informantes (infiltrados) en el movimiento popular. Una vez decidida la acción en contra de una víctima, se la capturaba y llevaba a separos de las fuerzas de seguridad, en donde eran sometidas a torturas físicas y psicológicas.
Los informes de la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH) y Recuperación de la Memoria Histórica (Remhi) abundan en relatos sobre los métodos de tortura empleados por estos grupos, los cuales, en el caso de las mujeres, arrancaban con la violación sexual continuada y en muchos casos masiva. Y García Arredondo no escapó al uso de ninguna de las formas de tortura reveladas.
La condena por la masacre de la Embajada de España, si bien se refiere a un hecho concreto que representa un crimen atroz e infame, trasciende este. Trasciende por el alcance y el significado de justicia después de tres décadas y media de buscarla. Porque es probable que la totalidad de las víctimas del Comando Seis no logren llevar a juicio a sus agresores.
Allí radica el sentido simbólico de la sentencia: en el hecho de que el texto de condena deberá plantear elementos que representen garantías de no repetición y devenir en emblemático en el marco de la justicia transicional. Además de las 37 personas ejecutadas extrajudicialmente en la embajada, los dos estudiantes asesinados durante el sepelio y Gregorio Yujá Xoná, que fue herido, secuestrado, torturado y luego ejecutado, muchas otras víctimas fueron reivindicadas.
En el período en el cual García Arredondo fungió como jefe del comando criminal se cuentan por miles las personas detenidas desaparecidas, torturadas y ejecutadas. Por mencionar algunos nombres, líderes sindicales capturados en la Central Nacional de Trabajadores (CNT); los líderes políticos Manuel Colom Argueta y Alberto Fuentes Mohr; los abogados laboralistas Mario López Larrave, Guadalupe Navas, Manuel Andrade Roca y Yolanda Aguilar, entre otros desaparecidos o ejecutados extrajudicialmente; líderes estudiantiles como Oliverio Castañeda de León, Mario René Matute, Aura Marina Vides, Rafael Urcuyo y Gustavo Adolfo Soto, ejecutados, o Antonio Ciani García y Nelton Rodas, detenidos desaparecidos, son algunas de las personas contra las que accionó el tenebroso Comando Seis.
Durante sus años de funcionamiento, el cuerpo represivo a cargo de García Arredondo tiñó de sangre y sembró de cadáveres las calles de la ciudad, al mismo tiempo que llenó de dolor y llanto los corazones de decenas de miles de padres, madres, hermanas, hermanos, hijas, hijos, cónyuges, amigas y amigos de las víctimas. Ese es el legado de Pedro García Arredondo y su cuerpo de asesinos.
En cambio, el legado de las y los sobrevivientes, así como de sus familias y amistades, dista mucho de esa carga de infamia. Ese legado es una herencia de dolor y coraje transformados en dignidad. Quien mire venganza o rencor en la acción judicial de las víctimas estará mirando con los ojos del perpetrador. Quien se ponga los lentes de la búsqueda de verdad y justicia estará mirando con los ojos de la nobleza y del corazón anclado en la memoria.
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