Lima Choc era un maestro de educación primaria, así como líder comunitario, y en las elecciones recién pasadas había logrado colocarse como concejal quinto en la comuna de Sayaxché, Petén. Fue uno de los primeros, si no el primero, en denunciar la contaminación del río La Pasión. Su voz tuvo eco hasta en las Naciones Unidas.
Álvarez era un abogado que, entre otras atribuciones, estuvo a cargo de la asesoría del Consejo Nacional de Áreas Protegidas y del Vicariato Apostólico de Petén....
Lima Choc era un maestro de educación primaria, así como líder comunitario, y en las elecciones recién pasadas había logrado colocarse como concejal quinto en la comuna de Sayaxché, Petén. Fue uno de los primeros, si no el primero, en denunciar la contaminación del río La Pasión. Su voz tuvo eco hasta en las Naciones Unidas.
Álvarez era un abogado que, entre otras atribuciones, estuvo a cargo de la asesoría del Consejo Nacional de Áreas Protegidas y del Vicariato Apostólico de Petén.
Preocupa sobremanera el silencio que han mantenido las organizaciones que usualmente saltan y gritan cuando suceden hechos semejantes. Da la impresión de que, una vez defenestrados Otto Pérez Molina y Roxana Baldetti, hemos entrado en un estado de sopor donde gozamos de cierto bienestar que no va más allá de una pírrica conquista. A la sazón pareciera que la indiferencia está sentando reales otra vez en nuestras conciencias.
En tanto esto sucede, aquellas estructuras que creíamos desaparecidas parecen haberse activado de nuevo. Me refiero a las generadoras de amargura y destrucción. Así, cabe la pregunta: ¿realmente fueron sepultadas después de la firma de la paz o solo esperaban agazapadas el momento de traer la muerte de regreso? Me refiero a esas organizaciones que funcionaban paralelas al Ejército y a la Policía y que muchísimas veces escapaban del control de los altos mandos de los gobiernos militares.
¡Qué duda cabe! Estamos viviendo una crisis antropológica. Sus principales síntomas y signos son la negación de la preeminencia del ser humano sobre las cosas. El problema no es nuestro exclusivamente. Se trata de una crisis mundial que nos ha metido en la cultura de lo desechable. Pero en nuestro país los pasos que se oyen son de animal grande. Y esa bestia, ahora herida, ha comenzado a fraguar un nuevo escenario de tragedia. Los asesinatos del líder comunitario Lima Choc y del ex asesor jurídico del Vicariato Apostólico de Petén son tan solo escenas de adelanto.
A mi saber y entender, nos están metiendo también en la cultura del miedo. Se trata de esa ansiedad, de esa angustia donde estuvimos sumidos quienes vivimos la guerra interna de Guatemala, pero ahora aumentada por los medios de comunicación masiva. Las redes sociales, entre otros.
Guatemala tiene unos indicadores terribles. En salud, lugares hay como la región de Campur, en San Pedro Carchá, Alta Verapaz, donde cada 40 000 habitantes deben ser atendidos por un solo agente de salud (comadrona, auxiliar de enfermería, terapeuta maya, médico, etcétera). Y en orden al sector justicia, las estadísticas rondan en 20 000 habitantes por cada judicatura. Vale decir entonces que nuestro acceso a la salud y a la justicia es casi nulo. Mas, en relación con la justicia, el hecho de no tener acceso a ella es otra de las causas del miedo que nos empuja al mutismo y a una supuesta indiferencia que nos hace doble daño: la indolencia por sí misma y su repercusión en nuestras conciencias. ¡Cuánta gente hay con neurosis obsesivas, de ansiedad y depresivas a causa de haber callado lo visto y oído durante el conflicto armado interno!
Por todas esas razones es que se debe dar paso rápido a la investigación y al castigo de tan deleznables crímenes. Afortunadamente, el Ministerio Público y la Cicig parecen estar oxigenando nuestro sistema de justicia.
¡Definitivamente no al retorno de los monstruos de la guerra fratricida guatemalteca! ¿Silencio? ¡Nunca más!
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