Sin embargo, se les ha reconocido que han desmontado prejuicios de decenas de años que separaban a las universidades privadas —las burguesas, las sin-sin, adonde van los hijos de papi y mami, que les pagan todo— de la universidad estatal —la única universidad, la del pueblo—. Han convocado a sus comunidades académicas para protestar contra la corrupción y los políticos ladrones. A partir del diálogo y la discusión colectiva construyen consensos y se han articulado en una coordinadora sin parangón histórico. En síntesis, muchos hemos aprendido de ellos.
Ahora que ha habido tiempo para recordar la cantidad de cosas que han pasado e intentar plantear nuevas preguntas que permitan pensar nuestro futuro, reparo en una cantidad de luchas que apenas están empezando. Sin dejar la plaza, muchos regresaremos a nuestras organizaciones, a los lugares donde estas se encuentran. En el caso de los universitarios, ellos regresarán a las universidades tanto privadas como públicas. Los estudiantes de la Landívar, de la del Valle, de la Marroquín y de la UNIS tendrán sus propios retos: fortalecer sus movimientos, trabajar en sus bases, crear conciencia en los pasillos de sus universidades, donde no siempre se habla de lo que ha sucedido en estos cuatro meses. No son retos menores, sino todo lo contrario: es un trabajo silencioso que debe ser constante y paciente. Para todos ellos, la plaza ha contagiado a muchos estudiantes de la voluntad de aportar y de saber qué pasa en este país, de dónde vienen nuestros problemas. En algunos casos ha habido docentes e investigadores que han asumido el papel que deben desempeñar en los procesos de formación de jóvenes críticos.
Si me traslado a la Universidad de San Carlos de Guatemala, veo que la lucha y la resistencia se han resignificado, desde la forma y desde el fondo. Nadie se atrevió a hablar de bochincheros en la calle durante estos cuatros meses, y los principios de algunos grupos de la USAC fueron fundamentales: no armas, no drogas, no pintas, no violencia, no caras tapadas. Quienes han decidido salir a la calle lo han hecho dando la cara, conscientes de que la situación del país demanda transparencia y la recuperación de la confianza en las organizaciones estudiantiles, que por años fue resquebrajada por una Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU) que, al parecer, les dio la espalda al papel histórico del estudiantado sancarlista, a su historia y a su país.
¿Dónde, señores? ¿Dónde está la AEU de la Universidad de San Carlos? ¿Quiénes son ellos? ¿Cuánto tiempo han estado ocupando ese espacio sin representatividad real, como tantos políticos en este país? ¿Por qué en un momento tan importante como el que el país vivió no se los encuentra, no se los identifica? ¿Por qué existen comunicados desde la rectoría, desde grupos estudiantiles como #UsacEsPueblo, y la AEU ha quedado en silencio? ¿Por qué no se la ve trabajar junto con organizaciones sociales como la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Historia? Hoy más que nunca, La AEU debe estar presente reinventando la política.
Es hora de hacer cambios dentro de las organizaciones e instituciones que han estado responsablemente en la plaza, en las mesas de discusión y de propuesta, como la USAC. La plaza ha contagiado a muchos de nosotros y nos ha puesto a pensar en nuestras realidades más cercanas, sobre todo en nuestras pequeñas comunidades políticas cotidianas. De ahí que la AEU debe encontrar de nuevo su lugar en el país. Seguramente la lucha contra las estructuras que hoy la mantienen callada y humillada debe darse y no será fácil. Pero los estudiantes universitarios sancarlistas no están solos. La plaza los acompaña.
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