En la parte alta de la montaña, donde vive don Evelio, no hay nacimientos ni tuberías que lleven agua, por lo que para contar con este vital líquido, deben caminar hacia el río más cercano –aún sabiendo que éstos vienen contaminados con heces, orina y demás desechos que acarrean todos los ríos. Tampoco cuentan con energía eléctrica y sólo una compañía telefónica ofrece señal.
Los habitantes saben que si quieren ir o venir de la aldea, deben tomar en cuenta que el bus pasa sólo tres veces a la semana. De ida a las 6:30 hrs. y de regreso a las 14:45 hrs. Si pierden el bus, deberán esperar uno o dos días o bien, comenzar a caminar.
Cuenta Don Evelio que sus papás migraron desde Quiché hacia Cieneguillas, luego de la oportunidad que se les dio para comprar tierra. Él es de los pocos habitantes que tiene títulos de propiedad. De joven, cuenta que ciertos meses al año migraba junto con su mamá a trabajar a las fincas de café y de caña de azúcar, donde les pagaban a fin de mes el salario mínimo y dormían en el piso todos los jornaleros juntos.
En su terreno está su casa de adobe, algunos animales, un árbol de aguacate, otro de naranjitas (muy pequeñas por la poca agua que reciben) y sus siembras de maíz y frijol. Para trabajar su tierra tiene que aprovechar la época de lluvia y no puede hacer otro tipo de siembra porque no hay agua para riego. Ambos cultivos sólo dan una cosecha al año que le alcanza para un mes de consumo a él y a su esposa. Para tener alimento los otros once meses dice que hay que esperar que algún hijo o hija mande un dinerito para ir a comprar al mercado de la cabecera municipal. Cuenta que desde hace unos diez años dejó de ver maíz nacional. Todo el maíz que compra viene de México y le preocupa que alguna vez ocurra algún desastre en el país vecino, pues los dejaría sin alimento. Para alimentar a sus animales usa el olote (el corazón de la mazorca, lo que queda después de arrancar los granos de maíz).
Al no tener excedentes, no hay nada para comerciar. En esa aldea no hay trabajo de nada. Entonces, se lamenta el papel de las autoridades municipales que no han hecho nada para promover el desarrollo en la localidad, -“ellos lo que hacen es administrar nada más”.
Al ser un líder comunitario, don Evelio se ha postulado un par de veces para alcalde municipal pero dice que cada vez se hace más difícil competir con candidatos de partidos políticos con más recursos. La última vez llegaron a ofrecer desde Q50 hasta Q300 y láminas por voto, que por cierto, dice que es la única época en la que ven políticos por esas tierras.
Don Evelio tuvo cinco hijos pero sólo quedan cuatro. Uno murió en un “accidente” de tránsito. Viajaba en un bus de transporte extraurbano camino a Santa Eulalia en busca de trabajo. El piloto comenzó a beber mientras manejaba y fue a chocar. Murieron unas 35 personas aproximadamente, sólo se salvaron tres. Pero ya pasó y a nadie le importó.
Los hijos de don Evelio se han ido a vivir a las cabeceras municipales de Quetzaltenango y Huehuetenango, pero también tiene una hija en Los Ángeles. La hija de su hija se fue sola con dos coyotes a los 7 años para reencontrarse con su mamá. Ahora ya tiene 12 años y habla inglés perfectamente.
Aunque él habla español, le gusta hablar quiché con sus familiares. “Relamidos”, les llama cuando prefieren hablar español. Cuenta que desde que comenzó a participar en procesos de formación conoció la espiritualidad maya y es algo de lo que se siente muy orgulloso.
Don Evelio también sabe que las condiciones en las que vive no son condiciones dignas. En ese momento no se acuerda de las palabras, pero sabe que hay un concepto que describe su situación, que dice que hay personas que sobreviven con “menos de un dólar al día”. Y tiene la mala suerte de ser uno de los pobres extremos del municipio porque el Plan de Desarrollo Municipal (SEGEPLAN, 2010) cataloga a Malacatancito como un “municipio no pobre”.
Y sí, don Evelio es parte de la misma Guatemala en la que vivimos usted y yo. Esa Guatemala que muchos se empeñan en negar y se rehúsan a ver, conocer y reconocer.
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