Pareciera no serlo: Alta Verapaz tiene una cercanía con México que rebasa la comprensión de quienes son ajenos a nuestro territorio. Esta proximidad es geográfica, idiomática, de costumbres y tradiciones. Nuestros grupos sociolingüísticos son similares. Y desafortunadamente, de cierto tiempo para acá, los hechos delictivos son igualmente parecidos.
Según Matilde Ivic, en el Tomo III de Historia General de Guatemala (1994): «La denominación (Mesoamérica) alude a la localización central de una unidad cultural en el continente americano, y evita la moderna connotación política del término Centro América. Se extiende en la actualidad en una zona geográfica cuya línea fronteriza va desde el río Sinaloa, en el noroeste hasta el Río Soto La Marina, se expande después hasta el centro de Honduras, aproximadamente en la desembocadura del Río Ulúa, pasa por el Lago de Nicaragua y finalmente baja hacia el sur hasta la Península de Nicoya en Costa Rica».
Razón demás para estar más que preocupados con los sucesos de Ayotzinapa donde, los nexos de ciertas autoridades con el crimen organizado, la impunidad con que se desenvuelven los grupos delictivos allá y el enorme poder que ostentan, desembocó en la desaparición y posible eliminación física de 43 estudiantes normalistas que hoy por hoy parece, fueron incinerados y lanzadas sus cenizas a un río. El motivo: Las protestas de los estudiantes contra un evento que realizaría la esposa del hoy ex-alcalde y actual reo José Luis Abarca.
Excepción hecha del trágico suceso final, casi nada hay de diferencia entre ese tipo de autoridades y algunas nuestras. Y mucho ojo, porque no sería lejano que algo así pudiera suceder en el país. La intolerancia y descaro de alcaldes, diputados, gobernadores, ministros y cuanta persona tenga un nivel de mando, por pequeño que sea, va en aumento. Aunado y reforzando, su vulgaridad y ordinariez los hace más peligrosos.
Meditando acerca de estos escenarios recordé la muerte de don Altobello, el anciano mafioso ex-consigliere de la familia Tattaglia en la película El Padrino III. Su ahijada Connie, hermana de Michael Corleone, le regala una caja de pastas típicas sicilianas. Los cannoli tienen un potente veneno que le provoca la muerte en medio de los magníficos orfeones de la ópera Cavallería Rusticana, donde Anthony Corleone debuta como tenor.
Nada hay de similitud entre esos tablados y los nuestros. Solo contrastes. Porque, mientras esa clase de bandoleros se hacía la guerra digamos, rodeados de cierta delicadeza y afinidad por lo estético, aquí nuestros candidatos y gobernantes presumen de haber matado (Alfonso Portillo), de ser machazasos, de no temerle a nada y a nadie o, en un extremo grotesco y vulgar, bailar al compás del Caballito de palo, imposible de comparar con Cavallería Rusticana. Y eso es muy pero muy peligroso. Ausente la ética y ausente la estética.
Proximidades y contrastes. Motivos estos para no considerar lo sucedido con los normalistas de Guerrero ajeno a nosotros.
No ponderaría ningún escenario, empero, si me tocara decidir en un reality show entre las escenas de nuestros políticos y los teatros de don Altobello, votaría por la estética del segundo. Y cuando escribo acerca de nuestros políticos, me refiero a los que forcejean chabacanamente desde la línea fronteriza entre el Río Sinaloa y el Río Soto La Marina hasta Costa Rica.
Mesoamérica es una unidad cultural y los mesoamericanos no somos personas distintas. Por eso hoy, duele Ayotzinapa, duele Guatemala.
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