Es la primera parte de una miniserie. Este tipo de documentales no son nuevos y salen de cuando en cuando como parte de un acuerdo de colaboración entre cadenas de medios de comunicación especializadas (en este caso en ciencia) e instituciones que se dedican a la arqueología. Son una forma —respetable, válida, valiosa e importante— de comunicar el conocimiento arqueológico especializado a un público amplio.
Tristemente, sus distorsiones creativas colocan el pasado maya clásico en modas analíticas o legitiman indirectamente el racismo hacia los mayas actuales. Una de esas distorsiones, quizá la favorita, tiene que ver con las guerras antiguas. Solo para un pequeño grupo de intelectuales mayas sigue siendo válido en estos momentos el argumento del pacifismo de sus antepasados, por cierto un criterio popularizado por el arqueólogo inglés Eric Thompson en la primera mitad del siglo XX, cuando aún no se podía leer la escritura maya. El sensacionalismo de la etiqueta de sociedades guerreras adscrita a los mayas antiguos es más un producto de esas distorsiones creativas mediáticas y de todos aquellos que hoy buscan un argumento —supuestamente científico— para seguir tratando a los mayas de hoy como inferiores.
La realidad de ese pasado es mucho más compleja: las sociedades mayas antiguas (y, que quede claro, también del presente), al igual que otras sociedades humanas, no estaban exentas de conflictos ni de picos epocales de grandes enfrentamientos y crisis sistémicas. Nada raro si uno ve la crisis forzada de Japón a mediados del siglo XIX o la crisis europea entre 1914 y 1945. Se trata de escalas espaciales y temporales: en el programa se menciona como un gran hallazgo notar el carácter guerrero de los mayas antiguos. Esto es falso porque dicha información se sabía desde hace muchísimo tiempo y a detalle. La novedad es que hay otros casos para análisis que ayudan a explicar dinámicas regionales y temporales específicas. Además, dependiendo del caso, las guerras entre entidades políticas mayas se realizaban en períodos (por ejemplo, la última parte del siglo IX) y en espacios (la región del Petexbatún, por mencionar uno) específicos.
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Las distorsiones creativas (y uno que otro arqueólogo demasiado entusiasta) presentan hechos concretos como constantes culturales y de larga duración. Los mayas clásicos tenían períodos de paz y estabilidad, así como de guerra y crisis. Su comprensión sigue siendo incompleta (por eso se investiga), pero ya se comprenden fenómenos de épocas y de lugares particulares y tendencias de siglos. Algunos intelectuales mayas aún esencializan a sus antepasados como pacíficos, una idea promocionada, como ya se dijo, por Thompson a mediados del siglo XX, antes de que se pudiera leer la escritura glífica. Pero son los menos. Otros dicen que fueron guerreros en el pasado y que destruyeron su cultura, de modo que lo que quedó es una horda de salvajes sin el conocimiento ni la grandeza de sus antepasados. Es interesante que, cuando se trata de justificar el racismo, entonces sí los mayas antiguos tienen relación con el presente, pero, cuando se habla de las grandes realizaciones del pasado, entonces «no tienen relación porque los “indios” actuales provienen de otro lado». Y gente que valida esto —incluso progresistas y científicos— abunda, en especial en las redes sociales. Si cree que esa forma de razonar es lógica y válida, debería revisar sus fundamentos intelectuales y éticos.
El conflicto, a mi parecer, pasa por la ya vieja separación de los arqueólogos mayistas y las comunidades indígenas del presente, así como por la dependencia de la epigrafía (ya Erik Velázquez señaló hace unos años la distorsión de la evidencia arqueológica para que coincida con la epigrafía) e incluso por mediarlos adecuadamente para el gran público. Entiendo que la arqueología es la ciencia social más cara de llevar a cabo, pero quizá sea momento de ser más rigurosos con cómo se presentan los datos y de no seguir condenando —posiblemente sin intención— a los mayas actuales a los estereotipos y al racismo.
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