Ser dirigente, muy particularmente en tiempos de crisis como el que estamos viviendo a causa de la pandemia, implica cultivar los sentimientos propios para que la manera de expresarnos, aun para dar una orden, no genere más angustia en las personas que la reciben. Se trata entonces de ser un líder no solo formado, sino también certero emocionalmente hablando.
En mayor o menor asignación, todos los seres humanos dirigimos algo: una familia, una empresa, una institución o algún organismo del país al que pertenecemos. Y hemos de estar sabidos de que esa condición de dirigentes nos obliga a cuestionarnos, constantemente, qué tipo de líderes estamos siendo.
Vale la pena entonces hacer un recuento de aquellas malas actitudes que se confunden con un buen liderazgo y contrastarlas con las buenas prácticas de una dirigencia apropiada.
1. El buen líder no grita para emitir una orden. Los gritones usualmente son personas que traen un corazón fracturado desde su niñez y que compensan así sus falencias. Pero en el entremés ponen en riesgo la institución que dirigen.
2. Una buena lideresa siempre se pregunta cómo y hacia dónde está conduciendo al grupo que tiene a su cargo. Porque, como tal, las personas a su alrededor ven en ella no solo a la persona que ostenta un puesto de dirección, sino todo un modelo de vida. Habrá de cuestionarse entonces si su liderazgo está apuntando hacia el bien o hacia el mal, pues su responsabilidad de dirigencia va más allá de los horarios de trabajo.
3. Un buen líder permite la participación de todos, delega, reconoce los valores que poseen aquellos a quienes acompaña y permite que surjan otros dirigentes que en su momento puedan sustituirlo. Se trata de proteger la institución a la que sirve.
4. Una buena lideresa y un buen líder nunca soslayan enfrentar una crisis. Porque un buen capitán y una buena capitana jamás abandonan su barco en medio de una tormenta. Ellos cuidan, acompañan, tutelan y protegen a los miembros de su tripulación aun a costa de su propia vida. Muy especialmente resguardan al buen timonel.
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5. Un buen líder y una buena lideresa jamás se apropian de los éxitos de sus subordinados. Por el contrario, ponderan los triunfos de los demás y permiten que las personas brillen, además de que pregonan los logros de estas.
De estos cinco contrastes el lector podrá generar muchos más desde los ambientes donde se desempeña como dirigente.
Algunos se preguntarán qué diferencia hay entre un líder y un dirigente. No pocos tratadistas, varios movimientos eclesiásticos (Cursillos de Cristiandad, por ejemplo) y la misma experiencia me han enseñado que el dirigente posee institucionalidad. Es un jefe o una jefa de familia, es el rostro visible de una institución y posee cierta (o mucha) jerarquía. En cambio, el líder, aun sin tener una condición jerárquica, influye en los demás desde el puesto donde se desempeña. Podría decirse entonces que el liderazgo debe ser una condición para ser un buen o una buena dirigente.
Hoy más que nunca necesitamos dirigentes y líderes que, más allá de poseer el dominio desde una torre de mando, asuman sus puestos como una oportunidad de servicio.
Recordemos: un mal guía puede conducir a un grupo (o a un país entero) al despeñadero, mientras que una buena dirigente conduce al grupo a la cima, desde donde se puede contemplar la belleza que la altura permita.
Todas las personas somos dirigentes y en esta hora incierta de nuestro país (a causa de la pandemia y de los pésimos líderes que ponderan la muerte sobre la vida) debemos discernir acerca de cómo recuperar esa luz que provee la virtud de la esperanza y trabajar para que el bien prevalezca sobre el mal, así haya que enfrentarse al mismísimo infierno.
¿Cómo recuperar esa luz? Preguntarnos constantemente a quién debo servir, y no a quién tengo que mandar, puede ser el inicio de tan deseada recuperación. Dirigentes somos todos, y más ahora en época de crisis.
Hasta la próxima semana si Dios nos lo permite.
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