Las letras se aprecian poco en la fotografía, pero se puede leer completo en este enlace. ¿Qué es lo interesante de esta fotografía? Otra prueba de tantas, y muchas, en las cuales es patente que el crimen organizado dialoga con la sociedad civil. Y en este caso, además, directamente con el Ejecutivo federal.
¿Es algo nuevo que el crimen organizado (en este caso, los cartele...
Las letras se aprecian poco en la fotografía, pero se puede leer completo en este enlace. ¿Qué es lo interesante de esta fotografía? Otra prueba de tantas, y muchas, en las cuales es patente que el crimen organizado dialoga con la sociedad civil. Y en este caso, además, directamente con el Ejecutivo federal.
¿Es algo nuevo que el crimen organizado (en este caso, los carteles del narcotráfico) dialogue con la sociedad civil y el Estado federal? De ninguna manera. De hecho, el primer caso no tuvo lugar en México, tampoco en Colombia, sino en Italia. La mafia, concretamente la organización Corleonesi, explicaba en cortos mensajes cada uno de sus homicidios (la ejecución de pentiti o arrepentidos). Posteriormente, Pablo Escobar dialogó directamente con el Gobierno colombiano para entregar las especificaciones de la famosa Catedral. No se olvide que el otrora jefe del Cartel de Medellín fue encarcelado a cambio de no ser extraditado a Estados Unidos y que su encarcelamiento fue acordado directamente con el Gobierno colombiano. En México, la famosa moda (ya en olvido) de las narcomantas y los narcovideos (algunos carteles, de hecho, inauguraron el género narco-snuff) fue, durante toda la primera década del siglo XXI, la regla de comunicación. No se puede olvidar tampoco la entrevista televisiva que el ya extinto líder de la Familia Michoacana otorgó a un medio local solicitando un pacto nacional. Lo grave al final de cuentas es que dicho comunicado colocado en redes sociales no es más que una apología del crimen organizado disfrazada esencialmente, en una lógica irreal, de narco bueno.
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En términos generales, el error de la administración López Obrador no es haber detenido el operativo para evitar la contabilidad del daño colateral. El error es haber intentado de forma tan poco decidida atrapar, en pleno Culiacán, a quien a todas luces (por el despliegue operativo de la organización criminal) es el heredero de Joaquín Guzmán. No considerar que el cartel reaccionaría en la forma como lo hizo (activando a todos su brazos armados) y al final echar pa tras genera en la percepción ciudadana el sentimiento de un Estado que ha capitulado. Y si eso no es de por sí grave, en esa percepción ciudadana (la cual sustenta apoyos populares y credibilidad) ahora hay que agregar que una organización criminal no solamente felicite al Ejecutivo federal, sino que además sugiera realizar despidos a nivel institucional.
Hay diálogos necesarios en las relaciones entre el crimen organizado y el Estado. Los casos más exitosos de estos concluyeron las guerras internas entre el Estado y la Cosa Nostra, así como las guerras intestinas de la Camorra. Y si bien en todos esos procesos el Estado debió conceder, mantuvo su posición de poder frente a su interlocutor. El gobierno de AMLO se tomó cinco meses para diseñar un operativo que convirtió al Estado mexicano en el hazmerreír. Hizo bien en retirarse y liberar al príncipe de la mafia, pero necesita, en materia de agenda contra el narcotráfico, definir una hoja de ruta lógica y real, que no sacrifique el corto plazo a costa de la prevención.
Necesita, sin duda, recobrar su posición de poder.
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